Así que este era la morada de los renegados. No había tomado demasiado esfuerzo encontrarlo; luego de conseguir el paradero de una vieja amiga; amante. En un abrir y cerrar de ojos el cuerpo de Azazel se había transportado hacia el interior de una oficina acogedora y por el momento vacía. La revisó de pies a cabeza, escrutando el lugar, escrutando hasta el más mínimo detalle. Hacía muchos años en una noche fugaz; una mujer con la piel tan colorida como el mar bajo la luna había sido el depósito de su semilla. Como es lo natural; las semillas crecen, se forman y un día dan frutos; a eso había venido, a recoger la semilla y el fruto.

La paciencia nunca es una virtud pero para alguien con tantos años acumulados en su apartado "edad" era de algún modo sobrellevable. Sentando en el sillón que presupuestaba sería de la joven de piel azulina, esperó con cierta curiosidad. La luz de la habitación se encontraba apagada; la oscuridad siempre es más cómoda para las presentaciones. Hasta sentir el crujir de la puerta abriéndose y hacerse ante sus ojos la silueta curvilínea de una mujer. Se quedó en silencio con las manos entrelazadas bajo su barbilla y una sonrisa jocosa. Anhelaba ver la reacción en el rostro ajeno.

-Buenas tardes, señorita Raven.- Susurró sentado ahí y la comisura de los labios perfectamente acomodada para resaltar la burla. Lo hizo cuando ella había dejado para el otro el presente más divertido; su reacción.

Solía saber con todo lujo de detalles quien entraba y quien salía de su base de operaciones. Se ocupaba de mantener mutantes en todas las entradas y salidas con los ojos bien abiertos, y por supuesto se la debía informar de inmediato de cualquier cosa. Por eso lo último que se esperaba era que al entrar a su oficina, que era algo así como su lugar sagrado, al que nunca nadie entraba se lo encontrara a él, precisamente, sentado como si nada en su silla, mirándola como si estar ahí fuera lo más normal del mundo.

Azazel. Mentiría si dijera que había pensado en él en los últimos años. Había tenido otras cosas de las que preocuparse y, ¿porque engañarse? otra persona que le había ocupado los pensamientos. Pero tenían un pasado en común, uno corto y que había dejado un bebé como recuerdo, que ella había decidido que no estaba cualificada para cuidar. Se lo habría cedido a él si no hubiera desaparecido en la nada. Así que no entendía que estaba haciendo ahí, después de tantos años, como si nada.

- Azazel... Es bueno ver que los años no pasan para ti. - dijo, notando que él estaba tal y como lo recordaba, obviando que ella tampoco parecía haber envejecido en los muchos años que habían pasado sin verse - Dado que te has colado en mi casa, sin invitación, debo suponer que necesitas algo de mi. ¿En que puedo ayudarte? Te advierto que tengo poco tiempo para favores. - ni siquiera sabía si había conseguido esconder su sorpresa de encontrarlo ahí bajo ese manto de indiferencia, así que simplemente se quedó en la puerta, mirándole con los brazos cruzados.