Nueva York era su casa, por ende, ella hacia lo mejor que podía con su casa. Emma Frost no era particularmente una chica que salía a cualquier hora a pasear por sus calles. Pero últimamente era lo que más hacia. Sobre todo tras el hecho de que su familia no era precisamente un buen lugar para ir. Tenía que unirse con "sociedad" por así decirlo, que quiere decir mezclarse con ellos. Por eso no podía tomar las limusinas familiares ni andar con joyería costosa. Su atuendo blanco la hacía resaltar un poco pero el color blanco era su favorito. Su hermano Christian siempre dijo que se veía mejor con él. Además ella siempre tuvo un gran gusto por resaltar de todos los demás. Difícil era la ocasión en la que alguien llevara o se atreviera a usar el mismo vestuario que ella. Teniendo en cuenta de que ella trataba de todo para verse despampanante en cualquier momento y ocasión.

Ingresó una tienda de café de Manhattan. Obviamente era el mejor café de toda la ciudad. Aunque no había tanta gente como lo hubieses imaginado. Sobre todo por que estaba algo escondido. Quizás cualquier la hubiese imaginado como alguien que va a lugares mas cotizados pero ella encontraba cierto encanto en la simpleza aveces. - Un Moccalate con caramelo será suficiente querido, gracias. -encogió sus hombros un poco mientras que pasaba a darle el dinero a la cajera que estaba presente.

Pasó su cabello hacía atrás con la parte dorsal de su mano derecha y este cayó en su espalda. Se movió unos pasos hacia la derecha mientras que esperaba su turno para que le entregasen lo que había pedido. Miro por las ventanas sin problema alguno para entonces girar hacia un chico que estaba a su lado. - Ni siquiera intentes. - una sonrisa ladina se formó en la rubia y luego levantó ambas cejas para cruzar sus brazos. Se quedó mirando por un segundo a el trabajador mientras que le entregaba su café en las manos. Sin cafeína no podía vivir y eso era un hecho.

No solía dejarme caer por Nueva York y ese día tampoco era la excepción. Para un chico criado en un pueblo pequeño como yo, la gran ciudad es una selva de asfalto en el que te ahogas irremediablemente. Todas las calles abarrotadas de gente que ni siquiera te mira… no me gustaba nada. Yo solo estaba de paso, ya que ese fin de semana iba a ir a ver a mis padres y tenía que coger un autobús de la Academia a la ciudad y de allí a Floral Park.

Aún quedaban dos horas para que saliese el autobús que me llevaría a casa de mis padres, así que decidí entrar en una cafetería que estaba cerca de la estación y que no parecía excesivamente cara (solo me quedaban diez dólares de mi paga semanal). Entré con tranquilidad y dejé caer mis bultos al lado del taburete en el que me iba a sentar. Cuando tuve al camarero enfrente, le pedí una cola y esperé a que me la trajeran.

Y fue entonces cuando me giré hacia la puerta cuando está se abrió y mi vista se nubló. Una rubia entró a cámara lenta con el pelo ondeando al aire mientras de fondo se escuchaba una canción de Frank Sinatra. No sé cuanto tiempo pasó, pero me quedé un buen rato mirándola hasta que se quiso girar hacia mí y soltar con frialdad ese: “ni lo intentes”. Sonido de cristales rotos, cámara a velocidad real, adiós a mi bonita sonrisa.

Volví la mirada hacia la hilera de botellas de alcohol que había tras la barra mientras reunía la valentía suficiente para hablarle después de tal hachazo. Yo nunca aceptaba un no por respuesta, al menos no a la primera.

-Pues bien –respondí con cierto pasotismo, para hacerme el interesante-. Ni la primera ni la última que veré hoy.

La menor de la prestigiosa familia Frost, se giró con su café tras escuchar las palabras del chico rubio que acababa de hablarle. Le causaba un poco de gracia, la verdad. Arqueó su ceja derecha aunque sus pensamientos eran tan claros como el cristal. Simplemente se le quedó viendo unos segundos cuando este pronuncio sus palabras. Emma Frost no era el tipo de chica que aceptaba cumplidos, no por que no los quería. Simplemente por que solo se hacían por una sola razón y ella no era de ese tipo de chica. - ¿Enserio? Ese solo comentario me ha hecho cambiar totalmente de parecer y quedé profundamente enamorada de ti. - su rostro se mantuvo serio mientras que la rubia simplemente hacía una mueca. - Eso era sarcástico por si no te diste cuenta. - realizo una sonrisa irónica mientras que pasaba su cabello atrás de su oreja derecha. Ella no se hacía una chica difícil siempre había sido así y los hombres no estaban en su plato por el momento.

Dio un sorbo a su café y luego continuó hablando para tratar de finalizar el problema, cortándolo de raíz. - Y bueno, si no soy ni la primera ni la última pues no me hubieses vuelto a hablar. Eres lindo, pero no trates de ser interesante querido. - encogió sus hombros un poco mientras que realizaba una sonrisa ladina y le guiñaba el ojo derecho.

La rubia Frost pasó a sentarse en una mesa vacía a unos pasos de distancia. Simplemente dio otro sorbo a su café. El cual quemaba ligeramente su garganta por lo caliente que estaba. Un lugar tranquilo era un buen comienzo del día. A pesar de las mínimas interferencias que habían ocurrido en el hilo de la mañana. Giró su mirada hacia el rubio de hace poco y simplemente enrollo su cabello en su dedo indice.

Ella era una mujer coqueta, la verdad le gustaba llamar la atención de los demás y jugar con ellos si era posible. De igual forma trataba de aparentar estar completamente desinteresada. Pasó su mirada hacia la ventana de cristal. La mente de las personas que pasaban caminando era tan monótona y obvia que le causaba hasta un poco de asco. La gente mundana solo se preocupaba de cosas mundanas.

Me quedé mirándola de reojo cuando quiso contestarme, a lo que le respondí con una media sonrisa. Era gracioso que me contestase a un comentario que lo había dicho más a mí mismo que a ella y tuve que detenerme las ganas de decirle que no le había estado hablando y preguntarle por qué era tan egocéntrica. Pero yo era un caballero y no me iba a dar por vencido tan fácilmente. Eso sí, contestarle sí iba a hacerlo.

-De hecho, estaba pensando en voz alta –le dije mientras miraba como se iba-. Guapa, pero intransigente. Eso ya te lo he dicho a ti directamente

Y tras esto me reí yo solo por mi atrevimiento y volví la mirada sobre mi refresco sin más intención de continuar la conversación. Miré el reloj de pared que estaba colgado enfrente de mí, aún me quedaba una hora y media antes de irme y mi aburrimiento iba en aumento. Que me llamasen loco, pero en aquel momento solo se me ocurrió una manera para empezar a pasármelo bien.

Ladeé la cabeza tímidamente hacia la chica que me había hablado de esa manera tan fea y volví a esbozar una sonrisa burlona. Debía aprovechar ahora que estaba mirando por el cristal y no estaba atenta. Había hecho aquello cientos de veces en la academia, así que no iba a ser muy difícil que me saliese a la primera.

Ella estaba a pocos metros de mí y el bar estaba vacío, por lo que no corría riesgos y si no lo hacía me iba a arrepentir, quizá así conseguiría alargar la conversación con semejante bombón. Puse la palma de mi mano sobre mis labios y la despegué lentamente mientras soplaba como quien lanzaba un beso al aire. De mi boca empezó a salir un hálito helado y tenue que alcanzó el café de la chica en cuestión de instantes, congelándolo por completo.

Me giré rápidamente hacia la barra y disimulé como buen mutante en mitad de un mundo de humanos. Empezaba el espectáculo.

Cuando estaba demasiado concentrada en algo, su mente se despejaba. Era como una forma de tranquilizarse por así decirlo. No recibía todo el ruido de las mentes y pensamientos ridículos de todas las personas que están a su alrededor. Teniendo en cuenta de que era bastante molesto y si había demasiada gente podía hasta doler cuando las cosas no se hacen de la forma correcta. En aquel momento paso su mano por las puntas de su cabello y se quedo contemplando la ventana de cristal. Sus finos dedos pasearon sus edras de cabello y luego sus ojos azules bajaron hacía su café.

Miró su café mientras observaba como se terminaba por congelar. Sus ojos se abrieron un poco pero no sobre-actúo. Mutantes. Obviamente sabía con que trataba y ella no era ninguna Amateur. Pasó su cabello atrás de su oreja mientras que tomaba concentración. Llevo dos dedos hacia su cien mientras que escaneaba rápidamente las mentes de las personas a su alrededor.

Levantó su vaso congelado y simplemente le envió un mensaje Telepático - Que lindo, además de bonito congelas cosas. Luego yo soy la fría. - lo miró de reojo mientras que sus ojos lo miraban directamente a los ojos para que supiera perfectamente que era ella. No se iba a dejar intimidar por nadie y bueno, le causaba más interés teniendo en cuenta que es mutante. Lanzó su vaso de café hacia la papelera y luego miró su manicura sin problema alguno.

- Ahora me debes un café. Yo que tu me lo compraría ahora antes de que te meta en problemas.  - enrolló su cabello en su dedo indice mientras que una sonrisa ladina se formaba en su rostro. Cruzó sus piernas mientras que regresaba su mirada hacia la ventana de cristal. - Preferiblemente antes de que me haga vieja querido. - la telepatía era un mu buen don. Teniendo en cuenta de que podías decir cosas sin que nadie te escuchase.

Había la posibilidad de freír su mente con zumbidos dolorosos, pero no estaba en condición ni en el lugar para hacerlo. Sobre todo teniendo en cuenta de que era su lugar favorito de café. si alguien se moría ahí seguramente lo cerraban y no era una opción.

Si su reacción ante el congelamiento de su café me despistó, cuando escuché su voz en mi cabeza, casi me caí del taburete del susto. ¿Mutante? ¿Cómo había podido tener tanta mala suerte? Porque además era una telépata, la peor enemigo de un mutante con secretos como yo. Sacudí mi cabeza para volver a la realidad y suspiré con cierto nerviosismo. Era una tontería que saliese por patas de allí porque sabía como funcionaba la telepatía.

Aún así, cabía la posibilidad de que solo fuese alguien como yo y los demás mutantes de la academia: una joven que necesitaba ayuda. Volví mi mirada hacia ella y esbocé una sonrisa tranquilizadora para después girarme hacia el camarero y alzar la mano para que me atendiese. Pedí el mismo café que se había pedido ella y esperé a que me lo trajese. Lo cogí con ambas manos con cuidado de no quemarme y anduve hacia su mesa, dejé la bebida frente a ella y luego me senté.

-Eres como yo –le dije antes de que ella pudiese decirme nada-. Puedes leer las mentes de las personas, supongo que sabes a qué me refiero.

No, ella no parecía que fuese una de las tantas lacayas de Magneto, así que supuse que estaba sola. Era difícil hablarle a alguien sobre los mutantes, pero me veía en el deber de hacerlo igual que lo había hecho el Profesor X conmigo. Y hablando en plata, no iba a estar nada mal tenerla por la academia.

Pero no podía precipitarme, porque, aunque ella pudiese leerme la mente y saber casi todo sobre mí, yo no podía hacerlo. Nada me aseguraba que fuese una psicópata de esas que atracaban bancos y causaban el terror en la ciudad.

Observó sin problema alguno como el rubio pasó a obtener el mismo café que ella había pedido. Al menos lo había recordado y no le había traído cualquier cosa. Eso ya era un punto a su favor. Aunque era raro ver mutantes utilizando sus poderes en cualquier lado. La mayor parte están aterrados de siquiera pensar en eso. Aunque quizás estaba en alguna de esas instituciones tontas que se la viven luchando entre ellas. Los mutantes que están solos no son personas que pueden controlar muy bien sus habilidades a menos que tu nombre sea Emma Frost. Sacó su maquillaje sin problema de su bolso de diseñador en color blanco con blanco y detalles dorados.

Una vez que este se sentó en su mesa ella solamente pasó a acomodar su maquillaje con su polvera mientras se observaba en el pequeño espejo compacto que este poseía. Observó de reojo el café que se había posado enfrente de ella. Emma Frost llevo su mano hacia su cuello para pasar su cabello hacía atrás sin problema alguno. Escuchó lo que dijo el chico de hielo.

- Querido, yo no leo solamente las mentes. Puedo hacer lo que yo quiera con ellas. - encogió los hombros un poco, ahora que era un mutante le había llamado mucho más la atención. - Pero crear hielo, eso es... Interesante. ¿Has probado volverte un cubo de hielo? Quizás sea divertido. - soltó una pequeña risa mientras que levantaba ambas cejas.

En eso colocó su dedo indice en su sien, mientras que hacía que todo el café desapareciera y se encontrasen ambos en el medio de una montaña en Alaska gracias a una proyección mental. - Tienes mucho que aprender todavía, corazón. - Cruzó sus piernas para terminar de guardar su maquillaje en su cartera. - Entonces... Háblame de ti, Bobby Drake. Prefiero que me digas tu antes que sacartelo todo. - lo miró de arriba a abajo momentáneamente para tomar un sorbo de su café mientras que "la nieve continuaba cayendo". Sus proyecciones se hacían cada vez más reales.

Esbocé una media sonrisa cuando me contestó con el apelativo de “querido”. Esa chica solo podía ser un poco más mayor que yo, pero su soberbia actitud me daba a entender que no me encontraba con una simple mutante que no sabe controlar sus poderes. Yo sabía perfectamente en qué consistían los poderes de un telépata, no hacía falta que ella me lo explicase, pero, por mucho que ese tipo de mutantes dijesen, la telepatía se resumía en leer mentes y poco más.

-Podría rodearme ahora mismo si quisiese –alardeé sin borrar la sonrisa de mi rostro-. Pero, como comprenderás, eso nos metería a ambos en problemas, ¿verdad?

Y no pude evitar sentirme incómodo cuando ella se metió en mi mente y esbozó aquella ilusión en un territorio nevado. Tenía algunos amigos telépatas, así que no me dio miedo ni me sorprendió en ningún momento, pero no me gustaba que jugase conmigo, para nada. Aún así, decidí seguirle el juego, porque dudaba de que se atreviese a hacerme daño. Yo también tenía mis ases en la manga.

-No es bonito leerle la mente a tu futuro novio en la primera cita –bromeé a la vez que alcé las cejas en un gesto de conquistador-. No voy a hacerte daño, es más, responderé todas las preguntas que me hagas, pero quiero escucharlas de tus labios, no en mi cerebro.

Jugueteé un poco con mis dedos mientras esperaba su respuesta. Tenía esperanza en que ella recapacitara y me dejase libre de ilusiones y lavados de cerebro. Los mutantes no teníamos que ponernos en problemas entre nosotros y jugar con la mente era de mal gusto.

-Por cierto, ¿y tú cómo te llamas?

Tras la rubia escuchar lo que dijo el chico de hielo, ella simplemente movilizo su mano derecha como si estuviese espantando algo y la ilusión termino por desaparecer justo con aquel movimiento. Ella tenia perfecto control de sus habilidades, por lo que no le daba miedo usarlas cuando sea que necesite utilizarlas. - Es lindo que siquiera creas que tienes posibilidades conmigo, lo tendré en mente. - agrego con un tono vagamente sarcástico. Parpadeo unas cuantas veces mientras que su rostro poseía una sonrisa ladina tras observarle. - No te preocupes, si yo quisiera hacerte algo ya estarías en el suelo teniendo un derrame cerebral. Ademas, si fueses a hacer algo ya lo sabría. ¿No lo crees? - realizo una pequeña pausa para dar un sorbo de su café caliente recién salido.

Observo momentáneamente los gestos del chico para luego responder - Emma, Emma Frost. - tras eso tomo un poco de aire - Y no, no soy del grupo de... ¿Como se hace llamar ahora? Ah si, Magneto. - le guiño el ojo derecho ya que sabia que eso era lo que le iba a preguntar después o simplemente iba a continuar pensándolo, cosa que le molestaba. Ella no iba en el grupo de nadie por que no le importaba en lo mas mínimo.

- Y si, soy mayor que tu. Tengo 18. - soltó un bufido - Debes disculparme, es la costumbre. - encogió sus hombros mientras que tomaba uno de sus mechones rubios platinados. - Ahora dime... El Instituto Xavier ¿Cuantos alumnos crees que hay? ¿Que clases se realizan en el lugar? y por ultimo... Por ahora ¿Dirías que soy muy bonita o solo bonita?  - hizo la ultima pregunta como si fuese algo serio pero luego una pequeña risa que esbozo de sus labios la delato. - Obviamente lo ultimo era una broma, Querido. Pero puedes responder si quieres. -  trato de concentrarse un poco mas, para desactivar completamente su telepatía. No la necesitaba, igualmente sabría si estaba mintiendo en algo.

Paso su dedo indice de su mano derecha por la tapa de su café mientras que su cabeza estaba apoyada en la izquierda haciendo que pareciese que Emma estaba completamente concentrada sobre el rubio. La gente adoraba que las personas le dieran atención y bueno, si así escupía era mejor. - Así es como funcionan las relaciones, si eres honesto conmigo yo lo seré contigo. Si todavía quieres ser mi próximo Ex-novio. -  le dedico una sonrisa algo sincera, pero era solo para molestarle un poco mas.

No estaba demasiado nervioso ante su exhibición de telepatía, pero tenía que admitir que me sentí mucho más relajado cuando deshizo aquella ilusión. No me gustaba que jugasen con mis pensamientos y parecía que ella lo había captado a la primera. Además, mi sonrisa se hizo todavía más ancha cuando escuché su respuesta. También asentí repetidamente para enfatizar la gracia queme había hecho su comentario.

-¿Pues sabes qué? Mis amigos dicen que soy muy espontáneo y que actúo antes que pensar –respondí mientras me apoyaba con pereza sobre el respaldo de mi silla, mi tono de voz no era amenazante-. No ser muy reflexivo tiene sus ventajas.

Escuché con atención todo lo que me dijo. En cierto modo, me alegré que no perteneciese a la Hermandad, aunque ya me lo imaginaba por su actitud. Y cuando me bombardeó con todas aquellas preguntas, no pude hacer otra cosa más que estallar en carcajadas. Aquello era un auténtico interrogatorio y lo peor era que, si me la quería ligar, se las iba a tener que responder todas. De todos modos, si no se lo decía, ella misma se encargaría de saberlas mediante otros métodos, que no me gustaban.

-Por partes, va –le contesté primero-. La verdad es que no sé cuántos somos en la academia, pero unos cuantos. Y las clases son lo mejor, te enseñan a usar tus poderes, ¿sabes? Bueno, y también tenemos lo típico: historia, matemáticas, lengua… –hice un gesto de disgusto. Odiaba estudiar-. ¿Y ese interés? ¿Te gustaría acompañarme? Las niñas muy bonitas siempre son más que bienvenidas.

Desde luego, era la chica más extraña con la que había coqueteado en mi vida. Yo había dado por supuesto que íbamos a ser novios y ella, directamente, había dado por supuesto que seríamos exnovios. La tengo en el bote, pensé. Mierda, ahora a rezar que no me estaba leyendo la mente en ese preciso momento.

Si era cierto que ella odiaba un poco la idea de que la academia Charles xavier fuese mas como un lugar donde te hacía solo ser normal y hacerte pensar que que las cosas están normal cuando realmente no lo están. Debían aprender a usar sus poderes en ves de suprimirlos y tratar de controlarlos. Ella siempre había querido ser una profesor, era una pasión que tuvo desde muy joven. Aunque estaba segura que la Academia no era su lugar por los momentos. . Ya veo. - realizó un mínimo puchero mientras que miraba de reojo a el chico que estaba alado de ella. Tenía lo que necesitaba saber por ahora, quizás luego tendría más preguntas pero no se le estaba ocurriendo nada en aquel momento.

- Gracias por la oferta, pero no. No me va eso de usar uniforme y andar de animadora... de nuevo. - esbozó una pequeña risa mientras que se le quedaba viendo. - Además no creo que vaya a encajar en esos lugares. - encogió sus hombros para tomar de nuevo su café y dar un sorbo más a este mismo. Aunque lo bueno era que por lo menos acababa de admitir que si era bonita. Pero no lo dijo tan directamente como quería que lo hiciese.

Soltó una pequeña risa para luego llevar su mirada hacia la ventana de cristal. - Incluso si no quisiera haber leído eso, lo hice. Pero ya estoy acostumbrada así que no te preocupes. No eres el primero. - mordió su labio inferior ligeramente para tener un toque seductora. No le importaba demasiado pero igual era una persona coqueta desde siempre. Aunque se mostraba inaccesible luego de un rato de juego. Ella era la reina de hielo después de todo y un cubo de hielo no le iba a afectar en lo más mínimo.

La Reina Blanca simplemente llevó su mano para acariciar levemente la quijada de Bobby Drake. - Ahora si puedes mostrarme todo lo que puedes hacer. - dijo ese todo con un tono bastante seductor. Ella sabía como utilizar sus atributos para que las personas hagan lo que ella quisiera sin necesidad de utilizar completamente su telepatía. Se acercó más hacia él. Sus labios estaban cerca de los suyos pero solo se levanto y lo golpeo un poco con su melena rubia.

- A menos que prefieras que nuestra primera cita sea en un lugar tan común. Esa no es forma de tratar a una dama. - realizo una mueca que combinaba con sus hombros que se encogían como si fuese un comentario real. Las bromas y cosas así no eran su fuerte pero las palabras para hacer que los hombres hagan lo que ella quisiera es otra cosa.

Tampoco quise insistir más en el asunto de la academia porque yo estaba más interesado en ella misma que en reclutar. Al fin y al cabo, tenía por casi seguro de que el Profesor X ya sabía quién era ella y que ya había intentado atraerla al instituto. Un poder tan importante como la telepatía no pasaba fácilmente desapercibido a ojos de Cerebro. Y ella, con lo buena que estaba, menos.

-Seguro que ibas a encajar enseguida –resolví antes de zanjar el tema (no quería agobiarla)-. Todos encajan porque todos somos iguales.

Y aquello era verdad, todos nosotros habíamos tenido una historia diferente, pero todos habíamos sufrido el golpe de ser diferente, de ser un mutante, un monstruo. Por eso el instituto era tan importante para mí, porque podía mostrarme tal y como era sin llamar excesivamente la atención y sin que viniese una turba de ciudadanos con antorchas a matarme.

Me reí de forma nerviosa cuando reveló que, efectivamente, me había leído ese pensamiento. Por un momento quise que la tierra me tragase porque esto de hablar con una telépata era peor que esconderse las chuletas en un examen de historia. Aún así, mi sonrisa se hizo más ancha a la misma vez que Emma empezaba a acercarse a mis labios. Yo, obviamente, creía que me iba a besar allí delante de todos, pero no, me dio con su dorada melena.

Ante su último comentario, yo me levanté rápidamente y le contesté:

-Vamos donde tú quieras –le dije rápidamente. Y esperaba de verdad que ella dijese el lugar porque yo a Nueva York había ido tres veces en toda mi vida-. Aún queda mucho para que salga mi autobús.

Tuve que esbozar una tímida sonrisa cuando se burló de mí por utilizar el autobús. Seguro que ella era la típica hija de papi que no se había subido a uno en su vida. Al parecer, esa clase social tan extraña (los ricos) sí existían de verdad y no eran un invento de la televisión. Pues vaya, yo también quería tener muchos ceros en mi cuenta bancaria y poder comprarme lo que quisiera.

-Y si quieres, un día te llevo en mi bici –le contesté con alegría. Casi todos mis amigos de Floral Park tenían ya coche, pero mi padre me dijo que a mí no me compraría uno hasta cumplir los diecisiete-. Tiene una dinamo para iluminar la carretera de noche.

Y, a pesar de haber adivinado que Emma era una ricachona, no pude evitar sorprenderme con todas las letras al ver esa gran limusina blanca aparecer delante de nosotros  (empezaba a sospechar que todo lo de la rubia era de color blanco). El poder adquisitivo de la chica me intimidó en cierta manera, ya que me hizo dar un paso hacia atrás que enseguida rectifiqué. Yo era el gran Iceman, una telépata rica no iba a hacer que me achantase.

Observé como se acomodaba en su lujoso coche y me quedé unos instantes en silencio. Al final, decidí negarme a aquella oferta.

-Tú misma has dicho que te gustan los chicos que muestran –repliqué-. Así que voy a rechazar tu oferta –y cuando le dije eso, le tendí la mano con una de mis mejores sonrisas-. Si quieres, te mostraré la ciudad de la mejor forma que puede tener un chico humilde y de pueblo como yo, ¿qué me dices?

Mi sonrisa se hizo aún más ancha cuando Emma aceptó mi oferta. Esperaba que lo hiciese, porque yo me habría negado en rotundo a subir encima de su limusina. Dudaba mucho de que me fuese a hacer algo, pero no era lo suficientemente estúpido como para meterme con una mutante desconocida dentro de su coche. Ella sabía leer mentes, pero yo no. Además, primero tenía que conocer a sus padres, ¿no?

-No te preocupes por eso, que ya estoy yo aquí para que no te aburras –le contesté con lo típico que se solía decir en casos como esos. ¿Qué quería que le dijese? ¿Qué si se aburría era libre de irse? Sí, hombre, con lo que me había costado camelármela-. La gente normal se divierte haciendo cosas normales, aunque yo creo que esas cosas no son tan normales para ti –automáticamente, fruncí el ceño, quizá ese comentario no había sido el más apropiado-. Quiero decir, tú seguro que vas a todos los sitios en esa limusina, nosotros vamos en bus, que es lo normal. Tú te vas a sitios superlujosos a relajarte, nosotros al parque.

Fue entonces y como si Dios me hubiese ayudado, un gran parque apareció ante nosotros al doblar la esquina. No era excesivamente impresionante y no tenía tantos árboles como el Central Park, pero había niños correteando para arriba y para abajo, madres cotilleando y ancianos lanzando migas de pan a las palomas; todo muy de película. Mis piernas nos llevaron a cruzar la carretera e introducirnos dentro del parque, donde la llevé directamente al puestecito de los helados.

-Yo invito –le dije rápidamente. Mi padre me había enseñado desde que era pequeño que a las mujeres se les debía colmar de regalos-. ¿De qué lo quieres?

Me rasqué la cabeza cuando ella parafraseó que no era normal. Por un momento, temí que se lo tomara como una ofensa, cuando yo quería decir que era superior a los normales. La gente como yo no tenía una limusina blanca que aparecía en cuestión de segundos, ella, en cambio, sí. Y ese hecho me hacía preguntarme por cuál sería su origen, ¿venía de una familia rica? ¿O todo lo que tenía ella se lo había ganado con el poder de su mente? La telepatía me parecía un poder asombroso, se podía conseguir todo con él, incluso ser propietario de un parque de atracciones.

Y entonces pedimos los helados, y entonces ella le dio la primera lamida, y entonces yo… me quedé embobado mirándola, alucinando con toda la sexualidad que desprendía por cada poro de su piel. Yo no era una persona que se pusiese nervioso con las chicas, pero con Emma las cosas parecían ser diferentes. Esa forma de tomar helado me había dejado totalmente loco y, de hecho, casi aplasto el mío con la mano solo por verla.

Pestañeé varias veces cuando ella me hablo, tratando de salir de las repentinas fantasías eróticas que habían nublado mi mente en esos diminutos instantes y deseé que ella no se hubiese dado cuenta de que, en efecto, me la había imaginado completamente desnuda. Ser un adolescente de dieciséis años era duro.

-Soy inmune al frío –alardeé con una ancha sonrisa dibujada en el rostro-. Y al calor también –eso último era mentira pero ella me había prometido que no me leería la mente, así que me iba a arriesgar para sorprenderla y que viese que era un chico la mar de poderoso-. O tirar piedras al lago y que reboten en el agua –le sugerí yo, aunque con el mismo tono de burla que ella-. Pero apuesto a que podrías hacer que un perro nos confundiese con su dueño y que su dueño nos lo regalara, ¿a qué sí?

Había conseguido salir con la chica guapa, le había invitado a tomar un helado y ahora… ¿a dónde la llevaba? Tenía que pensar algo rápido y esperaba acertar.