¿Libertad sin límites? ¿Sin restricciones? Entonces, yo podría matarte aquí mismo, ejerciendo mi libertad, imponiéndola sobre la tuya. ¿Eso es libertad para ti? ¿Cuánto tiempo has vivido de esa manera?; aquella frase no se salía de su cabeza hacía diez días, diez extensos e insufribles días. Los exactos diez días desde que Jean le había enseñado lo magnífico y peligroso de volar. Incluso aún le dolían varias contusiones de los golpes que se dio en su aterrizaje, sufría cada vez que movía el brazo izquierdo. Pero no quería pensar en ello. En la caída.

Bufó resignado, sabía por qué estaba yendo hacia aquella maldita escuela que llevaba tres horas buscando. Pero no quería admitirlo, era demasiado orgulloso para eso. Era demasiado orgulloso para decir que no podía haberse sacado esa discusión de la cabeza. Nunca le había pasado, no otorgaba importancia a lo que no la merecía y aunque Jean si que la merecía, no una pelea entre ellos ¿O no? ¿O si? ¿Ella realmente merecía tanta importancia de su parte? Remy aun sobre aquella motocicleta robada, soltó con una mano el manubrio para golpearse el rostro, debía concentrarse. Jean Grey era tan solo una estudiante con la esperanza de cambiar el mundo, vivía en un mundo muy arriba del suyo; no podía ser tan importante. Pero lo era, después de todo, llegó a dar con el tal bendito Instituto Xavier para Jóvenes Especiales.

Al llegar a la verja principal, notó como la fachada daba una idea de abandonado. Como si no hubiera nada allí y un clásico cartel de propiedad privada. Pero una placa, con el nombre de la institución le indico que era el lugar correcto. Le sorprendía lo bien que funcionaba ese truco, en Wetchester nadie la había sabido decir donde estaba la escuela. Tuvo que bajarse para abrir el portón y luego de cruzarlo con su vehículo, volver a hacerlo para cerrarlo. No hablar del detalle de qué tuvo que hacer para que cediera sin llaves. Pero finalmente, aceleró ya en su nuevo transporte, hasta la entrada principal.

¿Libertad sin límites? ¿Sin restricciones? Entonces, yo podría matarte aquí mismo, ejerciendo mi libertad, imponiéndola sobre la tuya. ¿Eso es libertad para ti? ¿Cuánto tiempo has vivido de esa manera? volvió a penar, mientras estacionaba la moto en la entrada y bajaba para tocar el timbre. No tardó mucho hasta que alguien, un chico, adolescente, le abrió. Lo miró con cara rara sin entender que hacía allí, no por sus ojos. —Eh... si, ¿está Jean? ¿Jean Grey? ¿Le podrías decir que baje porfavor?— pidió al estudiante, que asintiendo cerró la puerta, dejándolo allí meditabundo, mientras iba a buscar a la pelirroja. Si pensó entonces, la respuesta era si, por mal que sonase.

La madera se entreabrió y una melena brillante y vivaz como el fuego asomó por el marco de la puerta. El rostro de Jean Grey alcanzó a asomar. Pero Remy no llegó a terminar de apreciar su expresión de sorpresa que la madera de la puerta resonó de un portazo al ser cerrada nuevamente.

La nariz del granuja se arrugó. No esperaba una sonrisa de su parte al verlo de nuevo, pero al menos, que no le cerrara en las narices la puerta. Que ni un hola le dijera. Bufó y dándose vuelta caminó por la entrada debatiéndose. "Si insisto, no voy a conseguir otra cosa más que montar un escándalo, desde un principio no debí venir" reflexionó LeBeau, mientras su ceño era el que se fruncía ahora. El malhumor le invadía, si hay algo que le jodía al pseudo-francés era tragarse su orgullo tan rastreramente para que siguieran sin darle atención. —Jean Grey ¿por qué mierda estoy haciendo esto?— preguntó como si estuviera hablando con ella, cuando en realidad, se lo preguntaba a sí mismo. Volvió a darse la vuelta bufando dispuesto a golpear de nuevo, llamar a la puerta otra vez.

Estaba a un paso de la puerta, por llamar de nuevo hasta que esta, cedió por las visagras. La madera esta vez se abrió completamente y la pelirroja con quien hacía varios días había mantenido u compartido una tarde, apareció en el marco de la misma. El estafador arqueó una ceja, mientras sus ojos se mantenían clavados en las esmeraldas de la telépata. La piel se le erizó. No entendía como podía verlo así, o quizás si lo hacía, pero no entendía como precisamente ella tenía cara para hacerlo. —No lo sé... ¿qué podré hacer aquí, en esta escuela y encima preguntando por ti?— respondió con otra pregunta, pero completa y exclusivamente retórica. Había sido sarcástico y frío como jamás lo era, mucho menos con ella. Pero en sí, la pregunta era bastante estúpida.

—¿Te alegra? No es como si te notara muy turba por la incógnita hasta recién...— comentó el castaño, cruzándose de brazos. Remy recargó el peso sobre una de sus piernas, balanceándose y mirándola con algo de resentimiento y frialdad. La escaneó de pies a cabeza y volvió a fijarse en sus ojos. Su mirada carmesí destellaba, era increíble que hubiera ido hasta allí a... ¿Qué había ido a hacer hasta ese lugar que en un principio se había negado a aparecer?