Profesor o no, Sebastian necesitaba escaparse unas horas del Instituto, tanto alumno mutante incapaz de controlar sus poderes le molestaba y necesitaba airearse un poco, dejar que la energía fluya por su cuerpo y tranquilizarse. ¿Pero a donde podía ir? Lo estuvo pensando durante diez minutos en su habitación, su cuerpo relajándose sobre su cama. ¿A donde podía ir? Iba a salir de Westchester, claro, pero debía pensar donde. Tenía Brooklyn, Bronx, Manhattan... ¡Claro, Manhattan! No sabía que iba a hacer ahí, pero tenía claro que haría algo. No tardó mucho en que el cuerpo del profesor se deshaga en una energía de color roja y, en unos segundos, su cuerpo se materializó en la parte de atrás de un café en Manhattan. Amaba su forma de transporte pues era rápido y no debía pagar nada. Perfecto, ¿no?

Caminó con tranquilidad hacia la entrada del café, no sabía el nombre pero lo había visitado con anterioridad y le había gustado. Por suerte, en las mesas de afuera se encontraba una libre donde el profesor decidió sentarse. No había mucha gente pero vamos, pensar un poco, que a las nueve de la mañana en un domingo nadie va a estar ahí, sino en casa descansando debido a lo que hicieron el día anterior, probablemente de fiesta, porque los sábados es el día para éso, ¿o no? No importaba, el lugar estaba casi vacío y eso era mejor para Sebastian, menos pesadez.

La camarera se acercó a Sebastian, que ésta vez iba vestido con una camiseta blanca pegada al pecho y un jean, ropa casual que lleva cuando sale, no necesita vestirse con buen porte en momentos como éste. Pidió un café cortado y un muffin, algo simple para empezar. — Muchas gracias, guapa. Por ahora no necesito nada más. — le dedicó una sonrisa y la joven se fue a por lo que pidió. Mientras tanto, Sebastian sacó un pequeño papel y con un bolígrafo escribió su número de teléfono. Cuando la joven vino y dejó las cosas que Sebastian había pedido, Sebastian puso dicho papel entre los senos de la chica, sonriendo. — Cuando quieras llámame. — y con éso empezó a tomar un sorbo de su café, sin tener nada que hacer.

A cualquiera que le dijera que ella y sus renegados vivían en las alcantarillas se hubiera imaginado que aquel lugar era oscuro, húmedo y tétrico, y tal vez así había sido al principio. Pero a base de robos y de gastar dinero en mejorarlo, había resultado que podía ser un lugar agradable. Casi acogedor. De hecho no había quejas de nadie con respecto a lo de vivir ahí. Pero por muy acogedor que fuera, con frecuencia se marchaba a algún bar cercano. Gozaba de la soledad y cada vez confiaba más en sus mutantes para vigilar su sede.

Aquella mañana había decidido destinar parte de sus ganancias con los robos a un buen desayuno. Capuccino grande con extra de canela, tortias con sirope y una selección de las galletas caseras que preparaban en ese mismo local. Y apenas estaba empezando a comer cuando vio aquel despligue de auto-confianza y técnicas de ligoteo barato por parte del hombre que se había instalado en la mesa justo al lado de la suya. Y cuando vio como le metía el papel con su número de teléfono directamente en el escote, entre sus pechos, y la camarera sonreía complacida, no pudo más que soltar una carcajada.

- Perdona es que... Hacía tiempo que no veía a alguien conseguir algo con esas técnicas de ligue tan... Burdas. - dicho esto, y sin intención de agregar mucho más, volvió la vista hacia su propio desayuno - Que aproveche. - agregó simplemente, porque no se debía ser maleducada.

Le dio un sorbo a su capuccino mientras volvía la vista a los panfletos de Las Vegas que tenía delante. Hacía días que la idea de un robo a gran escala a los casinos de ese lugar, y había empezado a investigar coste de vuelos, localización y otros detalles que necesitaba conocer para empezar a trazar un plan.