Era un fin de semana frío para la época del año que corría. Era verano sobre Nueva York, pero desde el Jueves a la noche que había bajado la temperatura. Brisas frescas azotaban a todo el que se atrevía a salir a la calle. Algunos llegaban a usar sweaters, mientras que los más exagerados se los veía con un pañuelo o bufanda alrededor del cuello. Lo cierto es que no hacía tanto frío.

Ese Sábado, por su parte, no fue la excepción. Si bien amaneció soleado y así se mantuvo hasta ese momento -mediodía- no quería decir que los rayos de sol realmente calentaran el rostro de uno. Era un sol muy engañoso. Mientras tanto, Alex bajó los escalones que separaban la puerta del orfanato de la acera. Estaba ubicado frente a un parque y allí iba cuando no tenía ganas de estar dentro pero tampoco de caminar muy lejos. No era el Central Park ni de broma, apenas ocupaba una manzana, aquella plaza. Pero algo es algo ¿no?

Cuando el rubio llegó hasta la calle, un grupo de huérfanos que vivían en el mismo lugar que él lo vieron. Lo cierto es que Summers no se llevaba para nada bien con nadie, menos con ellos, que estaban allí bebiendo y fumando. Que fumaban era algo válido de preguntar, si se trataba de esos granujas. El que era líder de aquella pandilla de idiotas entonces sonrió burlón y malicioso, dirigiéndose al muchacho. "Oye tu, pedazo de retrasado, ¿a dónde vas? ¿Ya te han encontrado el apellido que tus padres ni se molestaron en dejarte?" comentó con palabras venenosas y toda la mala intención, mofándose de él y haciendo que sus amigotes estallaran a carcajadas. —Ya no fastidies Michael, sigue bebiendo que yo no te hice nada— se limitó a decir el muchacho mientras se apuraba en bajar de la acerca para cruzar la calle en dirección al parque. Del otro lado, sobre una de las bancas de la acerca había un hombre, un joven de cabello castaño y ojos claros que parecía estar molesto por la expresión en su rostro y creía haberlo pescado observándole. No le otorgó importancia y se dispuso a entrar a la plaza, donde las puertas del enrejado exterior la separaban de la acerca pública y de tránsito.

El muchacho continuó su camino. Entró por la puerta de la verja, al parque. Era una plaza sencilla, sin mucha elaboración, dividida en cuatro parcelas de hierba, matorrales y árboles. Dos caminos en forma de cruz, de signo aritmético "mas" dividían dichas porciones de terreno. Y a lo largo de los caminos había varias bancas de madera, lámparas elegantes y algún que otro bebedero público. Se podía estar en el césped de igual manera y en uno de los cuadrantes había un estanque de agua pequeño, con plantas y fauna de dicho bioma.

Alex apenas llevaba cinco metros por uno de los caminos, adentrándose en la plaza, cuando una voz a sus espaldas lo distrajo. El adolescente de rubios cabellos se detuvo entonces. Primero intentó buscar la voz delante suyo, observando el paisaje, árboles y familias o amigos que pasaban por la plaza el día o de camino. Pero aquel carraspeo provenía de sus espaldas y en cuanto lo razonó, se volteó.

La sorpresa se reflejó en su expresión, al notar que quien había carraspeado era el hombre que se había quedado viendo nada más cruzar la calle. Por alguna razón le había llamado la atención y ahora temía haberse quedado viendo más de la cuenta. El orfanato no estaba ubicado precisamente en un barrio "tranquilo" de Brooklyn, por más que no fuera el Bronx. Pero al oír su pregunta se tranquilizo un poco, pese a que su titubeo y balbuceo fueron evidentes. —Eh... eh... no— masculló una respuesta rápida, pasando una mano por su melena dorada, algo nervioso. —La verdad es que siempre lo intentan, pero nunca les hago caso— comentó como si quisiera que él hombre desconocido se quedara tranquilo, pese a que con certeza era para él quedarse tranquilo y seguro de si mismo. Seguridad era lo que le faltaba.