Se movió incómodo en su asiento a la vez que se acomodaba sobre su escritorio, dejando su brazo apoyado para poder así descansar su rostro sobre la palma de su mano. Llevaba así aproximadamente 30 minutos, tratando, además, de vencer a la computadora en un sencillo partido de ajedrez, el cual estaba perdiendo y el chico seguía dándole replay para buscar una forma de ganarle. No tenía absolutamente nada para hacer. Ni papeleo, ni fotocopiar nada, ni un solo stalkeo a una chica bonita dentro de las instalaciones de S.H.I.E.L.D. Eso era lo peor de ser un Agente para aquella incorporación. No había ni una sola muchacha que pudiera catalogarse como guapa.  Todas eran viejas, o estaba comprometidas. ¡Ninguna para el pobre Dawson! Movió la torre hacia la izquierda, pero la reina de la Computadora se lo comió, un simple click y la torre volvía a estar en su lugar de antes. De vez en cuando veía a una chica guapa, pero siempre que trataba de seguirla, doblaba una esquina, y la muchacha ya desaparecía. Hizo un rápido movimiento con su caballo, comiendo uno de los alfiles de la computadora, pero en el momento, su contrincante comió su torré con un simple peón. Soltó una maldición y se recostó totalmente contra su silla, soltando un bostezo repentino. Comprobó la hora mirando su reloj de muñeca y soltó un suspiro. Ya llegaba la hora del almuerzo mientras que el Agente Dawson solo quería que el día terminará de una vez.

Cerró su partida de ajedrez con una mueca en el rostro, por que, aunque todos los replay que el rubio había dado, la computadora le había ganado siete veces. Se quitó el saco de su traje en movimiento rápido y remango ambas mangas de su camisa hasta el codo. Cogió el sándwich de pavo y mayonesa de su gaveta y subió hasta la zona Comedor donde los altos rangos usualmente comían el almuerzo. Se sentó en una de las mesas vacías cerca de la única televisión de toda la corporación. Abrió el paquete del sándwich con sumo cuidado para que ninguna miga se le saliera, y le dio un pequeño mordisco mientras se acercaba todo lo posible hasta su mesa, para no derramar ni una sola migaja sobre su perfecto traje. Mascaba lentamente a la vez que miraba, de vez en vez, la televisión en el centro de la habitación. Estaban transmitiendo uno de los partidos de fútbol americano de la temporada. Los Titanes de Tennessee se enfrentaban a los Leones de Detroit. El chico era un ferviente seguidor del fútbol americano desde que tenía uso de la razón. Su padre lo jugaba, y por lo tanto, como muchos otros, lo jugaba para complacer a su padre y tener su aprobación, o al menos, su orgullo. Le dio otro mordisco a su sándwich, sintiendo la mayonesa en sus papilas gustativas, sin despegar la vista del televisor.

Bajo la cabeza por un momento para comprobar la hora en su reloj de muñeca, pero al volver a levantar la vista hacia el televisor, una tía tapaba su vista. Frunció el ceño al instante, y una vez terminó de masticar su comida, silbó. ─ ¡Eh! ¡Venga! ¡Que no eres invisible! ─ Soltó, de mala gana, bastante cabreado. Se estaba perdiendo lo mejor del partido.