Aquella noche había terminado bien; recién concluía con el encargo que me había encomendado aquel sujeto rico y sin nada mejor que hacer que malgastar su dinero en estúpidas banalidades, ampliando una colección de arte clandestina. Era obvio que ese tipo de personas armaban semejantes tesoros de cuadros, piezas de porcelana y jade extraídos de museos y tumbas egipcias sólo para su propio deleite, pues debido al origen ilícito de las piezas, era más que obvio que no podían presumirlas a nadie.

Bueno, la verdad a mí sus fines me importaban muy poco, lo que realmente importaba era que el tipo era uno de mis mejores clientes; muchas de esas piezas yo se las había proporcionado por un buen precio; el proceso era simple, me decía que pieza quería, en que museo se hallaba, fijábamos un precio y el resto iba por mi cuenta. Entrar en el sitio, extraer el objeto y salir de ahí con toda tranquilidad... la mayoría de las veces era así de sencillo y la paga muy productiva. Realmente no me podía quejar.

Así que ahora que le había entregado aquel horrendo cuadro de no sé que antiguo e importante artista, el sujeto me había pagado muy bien y por lo tanto quería celebrarlo. Cualquier otro gozaba con los lugares de altas esferas, lleno de ese tipo de gente rica que sólo alardeaba de su posición, pero que no sabía divertirse. No, desde hace muchos años aprendí que si realmente quieres una noche emocionante, no es precisamente ese tipo de lugares los que debes frecuentar.

Así que mis pasos me dirigieron a aquel viejo tugurio en Harlem; un garito clandestino, viejo, de paredes llenas del herrumbre de las viejas vigas de acero y el moho causado por la humedad; con una ruinosa barra de madera en el fondo, el espejo empañado detrás del bartender y una serie de botellas de dudosa procedencia con nombres de vinos caros y que de seguro el 50% eran de contrabando y el otro 50% adulterados.

Entré a aquel lugar mirando a la gente que reía y parloteaba a viva voz. El sitio, oscuro de por sí, apenas se hallaba pobremente iluminado con algunas lámparas fluorescentes diseminadas por todo el sitio; la música de la rockola retumbaba por todo el lugar, contrastando con las risotadas de los parroquianos que, en pequeñas mesas de madera y metal con sus respectivas sillas a juego, distribuidas a lo largo del garito, bebían sus copas, manoseaban a las meseras o fumaban sus cigarrillos de tabaco o hierba, mientras que otros traficaban polvo; en otros rincón una chica ofrecía sus favores a dos sujetos que le hablaban de manera vulgar y en otro rincón más alejado un grupo más ruidoso que los demás jugaban al billar con grandes apuestas por bola. Sonreí de lado al notarlos, justo era a los que estaba buscando. Atravesé entre la gente, dirigiéndome para allá entre el humo de cigarro y mota, al tiempo que pedía una cerveza en la barra. Era divertido jugar con sujetos como esos pues aparte de que era sencillo ganarles, siempre lo era aún más el sacarlos de quicio o hacerlos enojar cuando perdían todo su dinero en cada jugada.

Llegué a la mesa, intercambié algunas palabras con ellos y me dispuse a jugar al tiempo que una joven mesera me entregaba mi cerveza. Suspiré, aquella iba a ser una buena noche.

Poco le faltaba para convencerse que no tenía lugar en la academia. Los acontecimientos de las últimas semanas la habían dejado hecha trizas, completamente desecha. Ni siquiera estaba segura que esa vez volvería al Instituto... Quizá nadie notara su ausencia, aunque con su llamativo color azul le era imposible pasar desapercibida. De pronto había sido consciente de que no podía seguir comportándose como una niña, debía entrar en el mundo real.

Aunque quizá la manera en que Ursa planeaba "integrarse" al mundo real, no era la más indicada. Había comenzado a creerse niña grande, y gracias a todo el entrenamiento de Ianthe, sus poderes de absorción de poderes, y sus poderes nuevos de cambio de apariencia se sentía confiada de que nadie podía hacerle daño.

Se dijo que podía jugar un jueguito con la gente que apostaba, aprovechando que algunos hombres estaban completamente ebrios, y llenos de dinero que acababan de robar o ganar, no le importaba, se llevaría pequeños trofeos, más que nada para tantear su capacidad, y entrenarse aún más. Había tomado la apariencia de una chica cualquiera, bonita, rubia, y con radiantes ojos azules. Traía un vestido rojo, sencillo, pero que marcaba muy bien la figura de la chica. Les robaría cosas que no extrañarían, sus encendedores dorados con relieves de dragón.

Se acercó a uno de los hombres, mientras gritaban entusiasmados sus apuestas. Compuso la expresión más provocativa que pudo, y pasó un dedo por la espalda por uno de los hombres, que inmediatamente volteó y al ver a tal belleza rió fuertemente y la rodeó con el brazo, acercándola a él todo lo que pudo. La chica comenzó su trabajo, le había estado observando, y sabía que era rico, además un traficante de cualquier sustancia en la cual Ursa no estaba interesada. Sabía que le gustaban las apuestas, las mujeres y demostrar su poderío con chucherías brillantes, cosas que Ursa adoraba... y ese encendedor le había gustado.

Sólo que... cuando estaba a punto de acercarse a su objetivo, la ruleta dio un mal giro, al menos para el hombre víctima de Ursa, soltó un grito molesto, cuando vio perdida una gran cantidad de dinero. Comenzó a vociferar, graznar... lanzó su enorme tarro de cerveza a un lado y levantó la ruleta... todos se hicieron a un lado... Algunos hombres intentaron detenerlo, pero éste les propinó una patada tan fuerte que los dejó sin aire unos minutos. Lanzó a un hombre hacia la barra, provocando otro desastre...

La partida de billar estaba yendo por el camino que yo quería; las bolas entraban a los agujeros según como yo les predecía a mis retadores, los cuales ya empezaban a creer que la mesa estaba arreglada y realmente lo afirmarían de no ser porque ellos eran asiduos a ese bar y yo era la primera vez que iba ahí, de modo que no había forma que aquello estuviera puesto a mi favor... al menos no del modo convencional.

Pero cuando por fin iba por la última bola, mientras ponía la tiza en la punta del taco, se escuchó un gran estruendo. Todos nos giramos para ver como aquel sujeto volcaba la mesa de la vieja ruleta, vociferando y golpeando a todo aquel que se hallaba en su camino. Los otros hombres prácticamente volaban por los aires, tanto por que este los lanzaba cuando intentaban detenerlo, como por el hecho de que él los golpeaba y lanzaba por pura rabia. Vi que había una chica cerca de él y ese sujeto se hallaba tan iracundo que sólo sería cuestión de segundos para que a la joven le tocara un mal golpe.

Me acerqué al lugar para quitarla del camino. El tipo me vio acercarme a la chica y pensó, supongo, que o intentaba robársela o venía a detener su rabieta. Me lanzó un golpe el cual logré esquivar quitando a la rubia del medio, pero el tipo me sujetó por la parte trasera del cuello de mi camisa e intentó aventarme.

En ese momento aproveché para manipular todo a mi favor. Al momento que echó el brazo hacia atrás para arrojarme, di un ligero guiño con el ojo y el hombro del sujeto sufrió un terrible desgarre que le hizo soltarme y sujetarse la parte dañada berreando del dolor. Caí al piso al tiempo que este caía de rodillas, aun sujetándose al hombro. Los demás aprovecharon para abalanzarse sobre él a golpearlo en venganza de la paliza que este les diera primero. Todo era un caos repentino.

Me levanté y fui con la chica, tratando de sacarla de ahí, de repente esa zona del lugar no era segura.

-Vamos, si te quedas aquí te van a... bueno, creo que ya te lo podrás imaginar.- Le susurré, tomándola suavemente del brazo y llevándola lejos del tumulto.

El plan de Ursa había salido un poco mal, pero aún así quería ese encendedor dorado. Sabía que tenía la agilidad para arrebatárselo, así que se mantuvo cerca de él todo lo que pudo, aunque siempre vigilante... Hasta que de la nada recibió un golpazo en el rostro que seguramente dejaría marca, y una morada muy grande. Se llevó la mano a la cara, y de pronto cuando iba a recibir otro golpe, un chico la sacó del camino...

Levantó la cabeza para mirar a su salvador, y vio a un joven de apariencia asiática frente a ella... El apostador colérico lo levantó y, en un hecho casi milagroso, hizo una mueca de dolor y lo dejó caer. Inmediatamente los demás se lanzaron hacia él como zombies hambrientos. Ursa tomó nota de rostro del chico asiático, además no podría olvidarle por el simple hecho de tener esos genes.

— Vamos, si te quedas aquí te van a... bueno, creo que ya te lo podrás imaginar — susurró el chico. Ursa sonrió, siguiendo el estilo de su personaje, de una manera coqueta, y aumentó cuando, al ser tocada en el brazo (como llevaba un vestido sin mangas) sintió ese extraño cosquilleo... su piel sabía que el chico era especial.

— Por supuesto, vamos — respondió. Sin pensarlo, decidió seguir al chico, ahora entendía un poco más su poder de mimetismo, y había empezado a controlar ese tipo de situaciones con una taza de éxito mas alta, antes se descontrolaba al no saber qué poder era, ahora podía reprimirlo un poco más. Ursa solamente deseaba salir de ahí rápidamente y sin problemas.

Ambos salieron sin problemas del aquel lugar de mala muerte, justo como a Ursa, deseaba... aunque nada podía ser milagroso, quizá algo les saldría por ahí. Fuera estaba oscuro, naturalmente, y el eco de las voces del bar y el tráfico nocturno eran los únicos sonidos.

Ursa se detuvo cuando consideró que era seguro, estaba respirando agitadamente.

— ¿Y tu eres? — preguntó con curiosidad.

Ambos logramos salir del lugar casi sin problemas, por lo menos los demás tipos estaban tan ocupados con su víctima que casi no reparaban en nosotros, y aunque las cosas se pusieron feas de repente, pues de pronto había navajazos, golpes, gritos y objetos volando, hice uso de mi poder para que nada de eso nos tocara, de modo que pudimos dirigirnos hacia la salida con sillas pasando por sobre nuestras cabezas, golpes que se daban los contendientes entre ellos sin que nos tocara uno sólo y esquivando cuanta cosa funesta o desagradable pudiera caer sobre nosotros.

Llegamos a la salida. Aún no estábamos a salvo del todo, pues la zona era de por sí difícil para una sola persona a esas horas, más lo sería para una hermosa rubia extremadamente sensual y vestida de aquella manera. Sabía por mi experiencia en el yakuza que traer a una chica como esa a un lado era como un anuncio de neón que gritaba expresamente "mátame y llévatela", por lo que no faltaría el yunki mal viviente o el tipo con aires de grandeza que pensara que podía acercarse a nosotros y tomar a esa chica sólo porque se encontraba ahí.

Nos detuvimos cuando más o menos era seguro. Ella me habló, me giré a verla y sólo hasta entonces me di cuenta del estado de su rostro.-Nanda kore?!- Susurré, sorprendido.- Estás lastimada.-Le examiné el rostro con cuidado.- Debemos curarte eso si, podría ser riesgoso dejarte así.- Entonces recordé su pregunta.- Akira... Akira Kenshi.- Le hice una pequeña reverencia como se acostumbra en mi país.

El chico se mostró preocupado de pronto, y Ursa se sintió confundida. ¿Como que si estaba lastimada? Y entonces recordó: le habían propinado un buen golpe en la cara. Incluso ella se asustó, y rápidamente se llevó la mano a la nariz, para ver que ya tenía una masa de sangre secándose.

— Maldición — murmuró enojada. Aunque ella podía regenerarse a un ritmo mayor que el resto de los humanos, tampoco era una velocidad extraordinaria, si acaso a lo que un humano normal le tomaba curar 5 días, a ella tomaba cuatro. — Descuida... estoy bien &mdasn; añadió.

Escuchar el nombre y ver la reverencia le confirmó que era un hombre japonés, y no de esos que solamente tenían un padre o una madre del país. Sonrió brevemente, y luego se llevó la mano a la nariz nuevamente. Tenía una curiosidad inmensa por aquella sensación ya conocida, cuando el chico había tocado su piel, ella lo había sentido: era especial. Ahora podía controlarse aún más... ya no tenía ataques de pánico cuando no conocía los poderes que absorbía.

Lo miró con esa curiosidad en sus ojos...

— ¿Cómo haces para tener esa suerte? — preguntó. Necesitaba que le respondiera algo, que le diera un cable del cual poder agarrarse y sacar el tema de si era especial o no.

La joven parecía confundida cuando le dije que estaba lastimada; quizá se debía al golpe en sí y no era para menos, eso podía aturdir a alguien de modo que no supiera que había pasado o que incluso ignorara el dolor a causa de la adrenalina, pero cuando pasara este le llegaría de golpe y era mejor en ese caso tener atención médica.

Sin embargo la chica pareció obviar eso y se enfocó en mi buena suerte. Sonreí de lado, no creí que con aquella confusión notara algo como eso.- ¿Qué quieres? Nací con buena estrella.- Repliqué restándole importancia.- Mira, sé que en este momento no te duele tanto como se supone que debería, pero en cuanto te "enfríes".- Dije, recordando como solían decir los chicos con los que viví en Japón.- Ese golpe te va a doler mucho, busquemos una clínica para que te curen, ¿qué dices?- Le insté, mientras continuábamos caminando, yo le tomaba del brazo con delicadeza para hacerla avanzar sin lastimarla.

Por el camino pasamos cerca de otro callejón, oscuro como boca de lobo. Supuse que algo podría pasarnos pues eran los sitios donde se ocultaban los adictos desesperados por conseguir dinero para una "mona". Dicho y hecho, un tipejo salió de la nada, amenazando con un cuchillo y balbuceando nervioso algo que sonaba como a "dame tu dinero o te abro la garganta". Rodé los ojos y seguí jalando a la chica con suavidad, ignorando la amenaza del tipo al tiempo que a este se le entumecía la mano de una forma tal que le hizo tirar el cuchillo e hincarse en el piso gritando de dolor. Miré a la joven.- Ya te lo dije, buena estrella. Por cierto, no me has dicho tu nombre.-