La noche había caído. La chaqueta llevaba una especie de capucha que el Stephord había utilizado para proteger en un intento absurdo su rostro. El mentón iba bajo, lo suficientemente como para que las luces del desaliñado barrio del Bronx le recreara una sombra por debajo de la frente. Sólo se escuchaban un par de sirenas de policía mientras sus converse arrasaban con uno de los charcos de agua por los que caminaba. Estaba lejos de lo que hasta entonces era su hogar, pero acreditaba su salida al encuentro con una especie de mutante en particular y con la que... desde hace tiempo ha tenido una peculiaridad atracción.

Se trataba de Wanda Maximoff; y, a riesgo de parecer todo un acosador, se atrevía a decir que sabía todo lo que ella ocultaba dentro de su mente. Samuel era una de las personas que poca confianza llegaba a tenerle a las personas. Había pasado poco tiempo unido en su afán por destruír a la humanidad, de la mano de la hermandad de mutantes. No estaba completamente ligados a ellos pero ya estaba comprometido con la causa, y habían un montón de cosas nuevas de las que ellos debían enterarse. Chistó con la naríz, por el frío de la noche y se acercó a uno de los callejones. Su iluminación era un poco menos de la que debería haber y es que... sin la presencia de una fuerza mental, ya nada importaba mucho.

—Llegué a pensar que me dejaría solo en éste barrio peligroso, señorita Maximoff.— la etiqueta iba por encima del lenguaje del castaño. Alzó levemente su vista para ver la figura de la morena que... si bien sabía cómo callar su propia mente, no le bastaba tanto para la persepción telepática que... automáticamente preveía el telépata. Le sonrió de medio lado, apoyando su espalda a la pared y subiendo su pie para obtener estabilidad, con sus manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta y esperando la respuesta de la chica.