Sentado en el lujoso sofá de uno de los salones del Instituto Xavier, me disponía a ver “Mad Max 2”, una película que habían estrenado el año pasado y que contaba con todo: tiroteos, sangre, mujeres… La película perfecta para pasar una tarde de miércoles sin hacer nada.

La televisión era un invento que tenía poco tiempo me decía mi padre siempre que iba a verle, y era que él aún se sorprendía con ciertas cosas que aparecían en la pequeña pantalla. Yo, por mi parte, lo consideraba un documento afianzado en mí día a día, ya que desde pequeño la había tenido en frente de mí. Mi familia era muy aficionada a la tele y, por ende, yo también. A todos nosotros nos encantaba sentarnos frente al televisor a ver alguna serie, documental o película, de todo menos las noticias, vamos.

Bostecé enérgicamente y estiré mis brazos sin apartar la mirada de los créditos principales. Me rugían las tripas y no había preparado palomitas. Lástima. No había pensado en ello y lo peor era que la película la retransmitían por la televisión y no podía darle al stop. De repente una bombilla se encendió en mi cabeza y se me ocurrió un invento que me haría ganar mucho dinero: una grabadora de televisión que permitiera darle al stop durante una película. Vaya que sí.

En realidad, no tenía muchas ganas de ver la película, pero no había nada mejor que hacer y no pensaba ponerme a entrenar ni de coña. Eran las siete de la tarde y a esa hora nunca se hacía nada de provecho.

Y cuando me quise dar cuenta, ya era demasiado tarde. Kitty había decidido usarme de almohada cuando apareció por detrás del sofá para estar conmigo. Seguro que estaba aburrida. Pero por mí mejor porque las películas se veían mejor en compañía y aún más si quien está contigo es una chica. Que nunca había pensado en Kitty como si fuese una chica, todo había que decirlo, pero la vida daba muchas vueltas y lo que hoy te parece blanco, al día siguiente es negro, ¿no? Al menos, eso pensaba mi calenturienta mente de adolescente.

-“Mad Max 2” –respondí sin apartar la mirada de la pequeña pantalla-. Si estás aburrida, quédate conmigo, mujer, que yo te cuido –proseguí con una voz alegre-. ¿Llevas algo de comer? Unas pipas o algo aunque sea.

No sabía si era porque había comido poco o porque era la hora de la merienda, pero me estaba entrando un hambre voraz. Podría haberme levantado a por algo de comer, puesto que la cocina estaba muy cerca del salón, pero la película me tenía absorbido. Fue entonces cuando, ¡pam!, primera muerte del film, y encima degollado. Yo no entendían como podían hacer sangre sin tenerla, como alucinaba con el nuevo cine de los ochenta.

-¡¿Has visto eso?! –le pregunté a Kitty sin mirarla-. Eso nos lo tienen que enseñar a nosotros, ¿te imaginas que cogemos así a Magneto y lo dejamos sin cuerdas vocales? Tú lo podrías hacer enseguida, porque con tu poder hacer esas cosas es fácil, ¿a qué sí?

Al contrario que yo, ya que mi poder era más de segunda fila, de mantener las distancias. A veces me hubiera gustado tener algo más físico, porque me gusta más el jaleo que la retaguardia, todo hay que decirlo.

Miré con curiosidad a Kitty y su cara de asco. Seguramente, ella también sabría que aquello no era sangre de verdad ni que el actor se había muerto, pero cuando replicó que saber degollar no iba a ser plato de buen gusto, yo fruncí el ceño. Nuestra naturaleza y la situación en la que nos encontrábamos, nos obligaba a saber matar, porque si no lo hacíamos, los que acabarían muertos seríamos nosotros. Me rasqué la cabeza. No le dije nada porque todo apuntaba a que no quería hablar de ese tema.

-Mejor un riñón, ¿no? –le respondí con una sonrisa burlona-. Así podemos venderlo, que yo tengo dos.

Y fue entonces cuando me preguntó sobre un hecho que hizo desplazarme al pasado. ¿Cuándo descubrí mis poderes? Creo que siempre fui consciente de ellos, o, al menos, de la resistencia natural que tengo al frío. Nunca necesité abrigarme demasiado cuando estábamos en invierno y siempre preferí las bebidas frías. El manipular y crear hielo era otra historia. ¿Lo mejor? Iba a responder a todas aquellas preguntas en una única respuesta.

-Rocky Basely –fue lo primero que le dije-. Era un matón de mi colegio que quiso meterse conmigo y mi ex. Sin querer, lo encerré en un témpano de hielo –le expliqué con la misma sonrisa jocosa de antes-. Se enteró todo Floral Park y vinieron en turba para quemarme vivo en la hoguera, pero el Profesor X borró la memoria a todo el pueblo, así que ahora puedo volver sin que pase nada.

Era todo un poco raro, pero ya me había acostumbrado al hecho de que medio pueblo había querido matarme y que solo me acordase yo. Rocky ahora era obrero, mi exnovia tenía un novio nuevo y yo “estudiaba” en una “academia de arte”.

-¿Y tú?

Me rasqué la cabeza. Kitty me había pillado porque no tenía ni idea si se podía vivir sin hígado o no. Yo tampoco era muy bueno con la biología (a decir verdad, con ninguna asignatura). Estuve pensando un buen rato antes de responder bastante convencido:

-No se puede vivir sin hígado –le respondí-. Solo tenemos uno y es un órgano vital, acabarías muriéndote sin él, ¿no? Riñones tienes dos, así que te pueden quitar uno. Creo.

A mí la medicina nunca me llamó la atención a pesar de que ser un profesional de la sanidad tuviese sus ventajas. No era que me diese asco la sangre ni nada de eso; me daba pereza estudiar todas las enfermedades y sus remedios, que era diferente. ¿Para qué estudiar tanto si iba a ser un superhéroe? Y tenía que admitir que a veces sentía celos hacia mutantes como Bestia y su superinteligencia, pero luego me acordaba que yo era más guapo y se me pasaba.

Una risa amarga salió dentro de mí ante el nuevo comentario de Kitty. Sí, era irónico, pero a mí aún no se me había borrado la imagen de un montón de gente con antorchas y horcas. Sí, la gente de Floral Park era un poco cateta.

-A tu edad y cayéndote de la cama… Madre mía –comenté con una sonrisa, buscando enfadarla un poco-. Mis padres tampoco me rechazaron, aunque sí me veían como un bicho raro –le confesé-. Pero, ¿sabes qué? Prefiero que no lo sepan, menos disgustos para ellos.

El hecho de que Charles borrara la mente a todo el pueblo fue una salvación para mí. Lo más curioso de todo era que al principio no me quería ir con él a ningún lado, pensando que sería un secuestrador o algo; y, ahora, no me imaginaba estar en otro sitio que no fuera en el Instituto.

-¿Qué vas a traer? -Quise saber-. Si te esperas a los anuncios te acompaño, que quiero ver la película. De todas formas, no creo que tarden mucho ya.

Si algo no se podía negar en esta vida, esa era la curiosidad de Kitty Pryde. Desde que se había sentado a mi vera que no había parado de hacerme preguntas. ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Sin duda, ella iba a ser una gran periodista de mayor, si elegía ese camino, claro. Aunque pareciese lo contrario, a mí no me disgustaban sus preguntas, es más, me entretenían y solo lograban arrancarme una sonrisa, pues ya estaba acostumbrado a ellas.

-En una academia para jóvenes talentos… del arte –le respondí habiendo asentido a las dos cuestiones anteriores-. ¿Y los tuyos lo mismo no? Al menos eso fue lo que les dijo Xavier. Los muy tontos se lo creyeron, y eso que nunca he dibujado bien ni nada.

Me quedé mirando como se marchaba a la cocina aun sin saber qué quería encontrar. Yo, por mi parte, me quise quedar viendo la película hasta que pusieran los anuncios. Vale, puede que fuese un feo dejarla sola por culpa de la pequeña pantalla, pero tenía verdaderas ganas de ver aquel film.

Me volví a estirar y luego formé una bola de nieve en la palma de mi mano derecha para ir pasándomela de lado a lado mientras veía “Mad Max 2”. Era una costumbre jugar con una bolita de nieve, derivada a cuando era pequeño y tenía una pelotita dura que me había traído mi tío de un viaje a la costa Mediterránea de España. Siempre llevaba esa pelotita conmigo y, de hecho, aún la tenía, aunque la costumbre de jugar con ella la reemplacé por mis construcciones de hielo, más por miedo a perderla que por otra cosa.

-¡Kitty! –la llamé-. ¡¿Te has perdido o qué?!

Y justo en ese momento, apareció el primer anuncio en la televisión, lo que me hizo levantarme como si de un repelente se tratara. Me encaminé hacia la cocina y me la encontré allí sentada devorando un polo en la soledad. No pude evitar reírme de ella.