“Escuela Charles Xavier para Jóvenes Talentos”, eso era lo que rezaba la placa en la entrada de lo que una vez había considerado hogar. Una señal más que esa etapa de su vida había quedado definitivamente atrás. De hecho ni siquiera sabía que estaba haciendo ahí, menos cuando parecía que toda la policía de Nueva York estaba buscándola. Claro que huir de ellos era mucho más sencillo cuando estaban buscando a una mutante de piel azul, ojos de reptil y pelo rojo y ella era tan solo una encantadora niña rubia de diez años, un reflejo del aspecto que ella misma solía lucir cuando tenía esa edad.

La escuela era su tercera parada de la tarde, aún y cuando en sus planes sólo había lugar para dos. Primero había sido la joyería de East Village y después otra un poco más grande en el Lower East Side. En ambos casos los dependientes habían demostrado ser un pobre ejemplar de humano que se había echado a temblar, aún no estaba segura de si por la visión de su pistola o por su aspecto. Sea como fuera, habían accedido a meterle en la mochila todo lo que ella le había pedido sin demasiados problemas: pendientes de oro, anillos de diamantes y pulseras de piedras preciosas. Sencillo. Brillante. Sin remordimientos. Y después de eso debía volver a su apartamento y dejar el botín a buen recaudo, hasta que encontrara un contacto en el mercado negro que pudiera proporcionarle el dinero necesario para todo aquello.

¿Entonces que hacía ahí? Bueno... Era complicado. Todo había sido porque al salir de la segunda joyería había creído verle. A Charles. Al final sólo había resultado ser un tipo que se le parecía, pero eso la había llevado irremediablemente a pensar en él, y esos pensamientos habían guiado sus pasos hasta la que una vez había sido su casa y donde sabía que le encontraría, asegurándose a si misma que sólo quería asegurarse de que estuviera bien. Ni siquiera debían hablar. Lo vería a través de una ventana, escondida para que nadie se diera cuenta de su presencia y luego se iría. Sencillo y tranquilizante para su maldita consciencia, que siempre se mostraba en los momentos más inoportunos.

Llevaba rato entre los arbustos del jardín, viendo a través de una ventana abierta, seguramente para aprovechar el cálido tiempo de primavera que estaba haciendo aquellos días, a Charles sentado detrás de un escritorio lleno de libros. Con el pelo más largo y con más barba de la recordaba, pero él, al fin y al cabo, siempre estudiando, siempre rodeado de libros.
Y fue precisamente entonces cuando sus miradas se encontraron a través de la ventana abierta, y aún cuando no lucía ninguno de sus aspectos habituales, él seguramente sería capaz de reconocerla. Ladeó un poco la cabeza, sin variar ni un ápice su expresión seria, antes de dar media vuelta dispuesta a marcharse. Pero no lo hizo, se quedó justo donde estaba y poco a poco se volvió a dar la vuelta para enfrentarle a su mirada, mientras su aspecto cambiaba poco a poco al de chica rubia de veintipocos años que solía usar esos días, y que él tan bien conocía. Con tanta polícia detrás no era seguro mostrar más de la cuenta su verdadero yo.

¿Por qué no huía? Ni ella misma lo sabía... Seguramente era porque, a pesar de todo, se trataba de Charles… Todo era distinto y más complicado con él, aún cuando sabía que estar cerca de él sólo significaba tener que renunciar a sus ideales y a sus planes. Y ya no pensaba renunciar a nada más. Pero una vez lo había considerado la única familia que le quedaba en el mundo, y eso siempre iba a significar algo, incluso que se pudiera permitir un momento para la nostalgia como ese.