Necesitaba ropa nueva, sin duda alguna. Y ahora que Xavier me pagaba algo más que con un "Ayudas a mucha gente, Annita", podría permitirme algo de ropa decente y de mi talla. Mis padres se habían empeñado en dejarme todo un armario de ropa heredada de diversos primos y creo que iba siendo hora de jubilar la ropa del siglo pasado. Me puse lo primero que pillé (iba a ser un conjunto horrible por mucho que buscara) y me aseguré de que al menos mi pelo no pareciera un nido de pájaros. Antes de salir, le di de comer a Echidna y le susurré algo parecido a "Vuelvo enseguida" y salí de allí, cerrando mi habitación para evitar que ningún estudiante entrara husmeando por allí.

El Centro Comercial más cercano estaba a cierta distancia, así que preferí coger el autobús antes de andar desde Westchester hasta el centro de la ciudad. Por suerte, no tardó demasiado, y estaba algo vacío así que pude ir sentada todo el trayecto. Aún así, notaba alguna mirada sobre mi persona, algo que me ponía ciertamente nerviosa. Me bajé al llegar a la para del centro y eché a andar, con las manos en los bolsillos, hacia el edificio. Era sin duda bastante grande, posiblemente a rebosar de gente, que harían que cada espera en la caja fuera un dolor de cabeza.

Una vez dentro, entré en la primera tienda de ropa que alcanzó mis ojos. No pedía demasiado, sólo prendas que me sentaran bien y que no fueran un dolor a la vista. Estuve mirando conjuntos durante un buen rato, notando otra vez que alguien me miraba. Mirando de reojo, vi a un chico de más o menos mi edad y pelo castaño a cierta distancia, que miraba la sección de caballeros. Aparté rápidamente la vista y me llevé las pocas prendas que me habían gustado al probador.

No me terminaron de convencer. Por mucho que me gustaban en mis manos, en mi cuerpo dejaban de gustarme. Demasiado exigente o un poco terca, eso no importaba. Significaba que tendría que seguir buscando en medio de cincuentonas que no dejaban de darme empujones. Ni que fuera a llevarme su talla. Pero antes debía saber quién era ese hombre. Me acerqué y me puse en la parte de atrás del perchero que él estaba mirando.

-No deberías espiar a desconocidas. -susurré, para que sólo él me oyera, y le dediqué una mirada de soslayo.

"No deberías espiar desconocidas" resonó la frase a unos metros de él. Lo cierto es que estaba en esa tienda para encontrar un cinturón, aunque no cualquier cinturón. Si había algo que Remy tenía pese a su capacidad monetaria subjetiva, era buen gusto. Él no miraba precio, miraba calidad, no miraba última moda, miraba estilo. Por eso, pese a no estar al tanto ni seguir la "bajada de línea" que imponía tendencia entre temporada y temporada, le diable blanc tenía un gusto excelente y más por lo clásico.

Pero un cinturón, simple y llano como eso, no bastaba para que se tomara la molestia de ir hasta una tienda. En realidad, la excusa era ver si podía robarse alguna cartera, algo de dinero o joyas. Incluso tal vez conocer una chica bonita y coquetearle a ver que surgía de eso. Por ende, al oír aquella voz femenina volteó a ver y aprovechó la situación.
Notó a un sujeto de pelo castaño y que rondaba los veinte años, mirar con cara de desconcierto y algo de temor a la joven rubia que había hablado. Remy se acercó y arqueó una ceja divertido. "Ella es mía" pensó para sí mientras llegaba al lado de la chica. —Eso, no deberías, así que te recomiendo que te largues del local antes de que tengamos que llamar a la policía y denunciarte por pervertido...— amenazó el mutante, haciendo que el chico lo mirara espantado y sin lanzar peros saliera huyendo como si la misma muerte lo hubiera saludado. Vaya uno a saber si porque como eran los ochenta, una denuncia por pervertido era algo grave. O porque al ver los ojos carmesís del muchacho realmente se hubiera aterrado. Daba igual, ya lo tenía olvidado, lo importante era ella no él. Entonces volteó a verla. —¿Realmente te estaba espiando? ¿O era una técnica para coquetearle?— consultó simpático el muchacho mientras le sonreía con una naturalidad encantadora.

Contemplé con ambas cejas alzadas como un joven con un deje francés en la voz echaba a aquel chico sin remilgos. Una parte de mí lo agradeció, y otra pensó que 'no necesitaba a nadie para defenderse'. Le contemplé como si fuera un extraño espécimen de esos que Charles reclutaba para su Instituto, y puede que no andara desencaminada. O era un rarito llevando lentillas de colores o simplemente tenía una mutación que hacía que sus ojos fueran de un color tan inusual como aquellos. Dar clases día tras día a mutantes que, de una u otra manera, tienen fallos genéticos visibles, hacía que casi pudiera reconocerlos sin hablar con ellos. Y sospechaba que este chico era, sin duda, uno de los 'nuestros'.

-Algo así. Creo que me seguía desde que me bajé del autobús. -expliqué, dirigiéndome a dejar las prendas que no me habían gustado.- Gracias por amenazarle. Seguramente a mí no me hubiera tomado en serio. -sonreí y le miré, ladeando la cabeza.- Pareces un pez fuera del agua. ¿Qué hace un chico como tú en un sitio así? No parece tu estilo. -señalé con la cabeza la ropa de hombre detrás de ambos. El chico tenía buen parecer, y no parecía mucho más joven que yo. Después de haber estado tanto tiempo sola en el Instituto, no iba a desaprovechar la oportunidad de conocer a alguien nuevo. Le tendí mi mano y ladeé mi actual sonrisa.- Soy Lisbeth, encantada.

Remy audaz y sabedor más por experimentado que por sabio, pudo leer un par de expresiones en el rostro ajeno. Entendiendo que ella no se había sorprendido ni bien lo observó a los ojos. Pero aun así, pareció manifestar algo que le supo a repulsión o rechazo que si bien le daba igual, no le agradaba para nada.

—¿Y no hiciste nada al respecto? Digo, podrías haberle detenido, golpeado, haber montado un escándalo...— sugirió con los primeros ejemplos que le vinieron a la mente. —Descuida, si me preguntas, para mí que solamente le apeteció mirarte el trasero... Y aunque suene fuera de lugar y desagradable, en cierto modo es comprensible...— contestó con simpleza y sobriedad el castaño mientras la observaba divertido y dejaba su propia mirada estudiar el rostro de la chica, sus rasgos y facciones. Hasta detenerse en sus ojos celestes, eran dos zafiros hermosos. —Es cierto, no me gustan este tipo de tiendas, pero sucede que tienen alguna que otra prenda de buen gusto y a un precio que... puedo permitirme...— masculló haciendo un gesto con la mano para restarle importancia a aquello. En verdad había omitido y tergiversado una parte de la realidad, no algo que él pudiera permitirse, sino algo que el idiota del día al que le hubiera robado pudiera permitirse, compraría.

Sin embargo, al notar la dirección hacia donde la chica señalaba, Remy soltó una carcajada armoniosa y para nada estruendosa. —Mis disculpas, chèri, no entendí tu broma...— se excusó el mutante volviendo a mirarla, esta vez con una sonrisa en el rostro. Observó como le tendía la mano y este en lugar de estrechársela, la tomó y elevó mientras a su vez reclinó el cuerpo y así besó el dorso de la misma. Luego se incorporó y le volvió a sonreír con descaro despegando los labios para hablar. —Enchantè Lisbeth, yo soy Remy pero hay quienes me dicen Gambito...— masculló con una voz divertida el de Nueva Orleans, mientras que hacía un floreo con la mano y hacía aparecer una flor en la misma, como por "arte de magia". La verdad es que siempre tenía ese truco -nunca mejor dicho- bajo la manga. —Aunque debo preguntarte, ¿qué hace alguien tan bonita sin compañía aquí? Mínimo deberías tener un muchacho detrás tuyo como mascota que te cargue las bolsas...— bromeó el castaño mientras le ofrecía la flor sin despegar su mirada de la ajena.

Sin duda, parecía un joven la mar de interesante. No me arrepentía de haberle seguido la conversación, pues bien podía haberme cerrado en banda. Solté una risita cuando insinuó tal cosa. ¡Cómo se notaba que era un hombre! Golpear un hombre, con los tiempos que corrían. Menos mal que hacía todo lo posible porque los hombres que estaban a mi cargo en la Academia empezaban a respetar un poco más.

-Qué poco sabes de a lo que nos tenemos que enfrentar. No es el primer acosador ni será el último. -soné casi aburrida de la situación, pero era la más pura realidad. Estaba harta de aquellos tipos que me seguían por toda la ciudad. En público no podía hacer uso de mi poder, pero normalmente solía dejarles petrificados y salir corriendo. Si fuera humana, lo cierto es que lo tendría bastante más difícil para escaquearme. Se me escapó otra risa, acompañada de un muy suave sonrojo que pobló mis mejillas.- Hombre, gracias. Trato de cuidarme. -sabía que estaba siendo estudiada por él, pero prefería ocuparme de coger algo de ropa mientras tanto.- De vez en cuando viene bien permitirse algún capricho. -sonreí, comprendiendo perfectamente que a veces el dinero escasea y lo primero en lo que piensas en comprar no es precisamente ropa. Parecía un simple estudiante, aunque seguramente nada más lejos de la realidad.

-No era una broma. Te veo más en tiendas... menos pijas, si me permites la palabra. -una sonrisa se formó en mis labios y, justo después, un sonrojo en mis mejillas. No esperaba que hiciera algo así. Sentía que me ardían las mejillas por la concentración de sangre en ellas.- Encantada de conocerte, Remy... -fijé los ojos en los suyos, y alcé las cejas llevando la vista a la flor. Todo aquello hacía que me picara la nariz, eran demasiadas coincidencias, demasiadas sospechas.- Buscaba algo de ropa nueva, aprovechando el sueldo. -sonreí y traté de quitarme la idea de que era un mutante de la cabeza.- No necesito a nadie, tampoco es que vaya a comprar demasiado. Aunque si te presentas voluntario... -le pasé las prendas que llevaba en la mano, medio en broma medio en serio, que incluían alguna que otra prenda interior. ¿Indirecta? En absoluto. Nótese la ironía.

Arqueó una ceja en cuanto oyó aquella respuesta. Definitivamente sonaba como una mujer resignada, como si viviera sufriendo de acosos callejeros o aun peor, hubiera padecido una situación de abuso. El mutante no sabía muy bien que decir o hacer, puesto que era un tema delicado, aunque tampoco le importaba demasiado. Además, si realmente estuviera abrumada por algo no lo diría tan a la ligera. —Bueno, eso es porque no has conocido hombres que no necesiten de acosar a una señorita hermosa cuando se la cruzan...— se limitó a responder, mirándola con picardía y riendo con gracia. La escuchó reír y luego percibió su sonrojo, haciendo que sonriera aun más ampliamente el hombre. —No me malinterpretes... No he querido decir eso, sino que es lógico que el hombre mire así a la mujer...— se apuró a jugar con la doble interpretación libre de sus palabras. —Aunque si te apetece, puedo evaluarte... no me molestaría...— bromeó soltando un par de risas naturales y nada desmesuradas. —Bueno, yo me los permito siempre, solo que la ropa no es mi vital importancia...— contestó el mutante con una misteriosa sonrisa en sus labios que no dejaba ver de qué estaba hablando en cuestión. Aunque alguien que supiera observar a las personas y tuviera un par de luces, podría hacerse una idea. La observó continuar eligiendo ropa y sopesó las variables que podría tener, conseguir con aquella mujer.

—Bueno, por usar una gabardina ahora voy de tipo rudo... Excelente— comentó rodando los ojos el de Nueva Orleans, pero apurándose a acompañar su comentario de unas risas, para dejar en claro que no estaba ofendido. —Me gusta lo elegante y lo práctico...— añadió, para darse a entender y se encogió de hombros, no es como si se sentara a analizar las últimas revistas de moda masculina. El sonrojo de la muchacha se le hizo evidente cuando terminó de incorporarse, luego de su gesto ¿Acaso tan fácil se cohibía o avergonzaba? Había que cambiar eso. —El placer es mío— respondió divertido el ladrón, mientras se relamía los labios con picardía sin dejar de ver aquellas orbes esmeraldas. —Bueno, te llevarás ropa nueva y un... conocido nuevo— masculló divertido el mutante mientras pensaba para sí. Claro que amigo no, porque no vamos a ser amigos reflexionaba mientras la observaba seguir tomando ropa. Sin tener tiempo a replicar nada, se vio con el montón de ropa que la mujer tenía entre sus manos, pudiendo observar un par de conjuntos de ropa interior. Cosa que le hizo arquear una ceja y mirarla. —Cuanto descaro para alguien que se ruboriza fácil...— siseó sin maldad, o quizás un poco de ella, pero hablando sin tapujos para ver como reaccionaba. Ambos sabían de qué hablaba él. —Pero, para lo que si me ofrezco como voluntario es para darte una segunda opinión sobre como te quedan las prendas...— bromeó, imaginando que sucedería si ella llegaba a acceder.