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Nos encontramos en 1982, el Instituto lleva dos años, en pleno funcionamiento y goza de éxito. Los que otrora fueran amigos, Charles Xavier y Magneto, han tomado un cruce antagonista. ¿Qué camino es el correcto y a cual te unirás?
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Mensaje por Jean E. Grey Dom Jul 13, 2014 7:32 am



¿Cuánto por esta revista? ─Jeannie enseñó el objeto al vendedor, con una vieja portada de Vogue donde aparecía una foto de Marilyn Monroe conmemorando su aniversario de muerte. El hombre tras la caja, de gafas caídas y pelo canoso, le dio una mirada a la pelirroja antes de murmurar con una queda voz desgastada un dólar con treinta y cinco que ella sacó de su billetera y le entregó al dependiente con una sonrisa y un suave gracias antes de acercarse a una barra con golosinas. Llevaba un vestido de volados amarillos, con unos leggins negros y unas botas del mismo color. El cabello le caía sobre el hombro con enormes rulos que le entorpecían la visión cuando se interponían en su visión. Era de noche, a pesar de ser verano, el calor había mermado un poco dando paso a una fresca brisa. Jean cogió uno de los chocolates que se enseñaban en la barra, leyendo el contenido cuando el timbre de la tienda sonó avisando que había entrado otro posible cliente. La pelirroja no se volvió, siguió buscando entre las golosinas para ver cuál le llevaba a Kitty y a Charlie. Luego pensaría algo para darle a Betsy.

Disculpe, señor, ¿y cuánto vale esto de aquí? ─El hombre le respondió con algo que la chica no entendió pero se encogió de hombros, restándole importancia porque estaba segura de que no pasaría de cinco dólares. Jean siguió buscando otro dulce cuando el timbre de la tienda volvió a sonar, no le prestó atención, pero ésta vez si que causó todo un alboroto al dependiente empezar a gritar. ─Eh, ¿qué ha pasado? ─Ella se volvió, girando su cuerpo para ver al anciano caminar airadamente en su dirección con el rostro desencajado por la ira mientras le gritaba ladrona. ¿Pero qué...?, pensó, al ser agarrada con brusquedad de la muñeca. Jean usó sus poderes telepáticos, haciendo que sus ojos se tornaran con un brillo rosáceo por completo. Es una ladrona, cómplice de ese idiota; estos chicos hoy en día no aprenden, creen que pueden entrar a donde quieran y llevarse las cosas; vaya desperdicio de juventud; debieran llamar a la policía para que aprenda. Frunció el ceño, al verse en medio de varios pares de ojos que la culpaban de algo que no había cometido.

Jean no tenía más remedio que usar sus poderes para hacerles olvidar a los presentes que nada de eso había ocurrido. Con cierta dificultad, y con un dolor de cabeza que le siguió después, fue capaz de hacer su cometido y salir como alma que lleva el demonio de la tienda. Volvió a utilizar su telepatía para buscar al ladrón, sin embargo, no se imaginó que encontrarlo le provocaría rabia. ─Remy, ¿qué demonios piensas que haces? ─Fueron las exactas palabras que soltó al encontrarse al susodicho justo cruzando la cuadra, recostado contra la pared como si nada hubiese pasado y ella no hubiese sido acusada de ladrona cuando claramente y por la forma en que sonreía, él había sido el culpable. ─Discúlpate ya mismo si no quieres que patea telequinéticamente tu trasero.
Jean E. Grey
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Mensaje por Remy E. LeBeau Dom Jul 13, 2014 10:07 am

Una melena rojiza salió de la tienda donde hacía instantes él había entrado y salido como un relámpago. Había sido difícil esforzarse porque el viejo se diera cuenta que le estaba "robando". Con el correr del tiempo se había vuelto tan bueno que no lo notaba, menos alguien de tan avanzada edad. Por otra parte, con un par de gestos y actitudes, fue mucho más fácil hacerle creer que Jean era su cómplice. Pero no había imaginado que el resultado hubiera sido tan cómico e incluso cuando vio la expresión de la telépata, rió con ganas sin poder evitarlo.

¿Que qué pienso hacer? Pues encender el cigarro que tengo en la boca... ¿no ves?— respondió haciéndose el idiota, balbuceando y sonando de una manera distinta al esforzarse por sostener entre sus labios el cigarro sin que se cayera al hablar. Rebuscó con una mano su zipo, mientras ella terminaba de cruzar la calle. Pero al oír la manera en que ella lo amenazó de inmediato cambió el zipo por un naipe de su baraja y lo cargó de energía cinética. De inmediato la carta fue rodeada de un aura rosada, como si ardiera en fuego fátuo pero sin consumirse. Era un as de corazones, la carta preferida del ladrón. Sin embargo su rostro se mantenía serio y frío, inexpresivo. —A mí no me amenaces niña, que mientras tu te recuperas de la jaqueca que te daría entrar aquí...— le advirtió el castaño mientras que con su mano libre cerrada en un puño excepto por el dedo índice y medio que estirados señalaron su cabeza, apoyados en su sien como si se diera toquecitos, para darle a entender a qué se refería con "aquí". —Tu haces "kaboom"— masculló manteniendo la mano que sostenía la carta en alto, enseñándosela. Sin embargo, luego de esta amenaza sobria y fría se cruzó de brazos, con la carta aun brillante y destellante en una mano.

Arrugó la nariz como si así expulsara e hiciera como si la intromisión anterior no hubiera sucedido. Decidiendo comenzar de nuevo. —¿En tu instituto no te enseñan educación Grey? En Nueva Orleans acostumbramos a saludar cuando nos cruzamos a un conocido...— le reprochó el castaño viéndola a los ojos ahora con su clásico tinte descarado y bromista. Su mirada carmesí no se apartó de las esmeraldas que la chica portaba como ojos.
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Mensaje por Jean E. Grey Dom Jul 13, 2014 10:47 am



La pelirroja se rió, doblándose un poco mientras sus manos sujetaban su estómago y sintió que se le saldrían las lágrimas de la risa. No supo cuántos segundos estuvo riéndose de una manera que algunos llamarían desenfrenada, pero cuando se detuVo, se limpió una minúscula gota salada de su ojo y miró al castaño con una sonrisa en los labios. ─Discúlpame, pero antes de hablar, debes aprender un poco que patearte el trasero telequinéticamente no tiene nada qué ver con adentrarme a tu cabeza. ─Hizo un gesto con la boca, cruzándose de brazos. La sonrisa seguía pegada a su rostro. Jean intentaba no meterse en la cabeza de sus conocidos, aunque muchas veces se pasaba con su restricción, pero siempre procuraba mantenerse al margen de ellas. ─Y Dios no lo quiera y algún día lo haga, no quiero traumarme con toda esa sarta de pensamientos que debes tener ahí. ─No lo decía en serio, en realidad, la pelirroja no podía negar que algún día le gustaría hurgar en la cabeza del hombre pero no estaba dispuesta a jugar con fuego, aún más, teniendo en cuenta que Remy se encontraba listo para devolverle el ataque. Observó la carta que sujetaba entre sus dedos y no pudo evitar enarcar una ceja, dedicándole una incrédula mirada que lentamente se tornó de un brillante rosado al igual que sus manos. Jean no era ninguna novata, no era una simple mutante que no podía controlar sus poderes y Remy lo sabía, por ende, le sorprendía un poco que estuviese dispuesto a iniciar una lucha innecesaria en plena calle, aún más cuando el motivo de ella era porque él se había pasado de listo con el robo a la tienda.

Lo mismo te pregunto, LeBeau, ¿acaso tu forma de saludar es inculpando a un conocido tuyo de robo? Porque sí es así, déjame decirte que tus modales dejan mucho que desear. ─Grey soltó un bufido, esperando que Remy bajara esa carta y dejara de amenazarla con ella, porque no tenía ninguna intención de luchar con él y mucho menos en un lugar tan público donde todo el mundo los vería y comenzarían a gritar como locos antes de lanzarse sobre ellos como si fueran los más poderosos. Preferiría evitar cualquier clase de confrotación en esa multitud de humanos poco simpáticos. ─Y por favor, dame el gusto de bajar esa carta antes de que salgamos lastimados. ─Lo dijo con suavidad, recordando las lecciones de seducción que Betsy le daba ─sin que ella las pidiera, pero en fin, apreciaba todo lo que su amiga decía─; y descruzó sus extremidades superiores, colocando una nívea mano sobre el brazo del castaño.  ─Y quizás reconsidere la idea de invitarte a un café por hacerme una visita tan agradable, aunque primero prefiero que devuelvas eso que tomaste de la tienda. O al menos lo pagues. ─El tipo no tenía derecho de irrumpir así, ni mucho menos hurtar. El enojo anterior se le había pasado por completo pero su única intención era hacerlo devolver lo que había tomado, porque no estaba bien valerse de sus poderes y sus habilidades para robarse algunas cosas que estaba segura y no necesitaba.


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Mensaje por Remy E. LeBeau Dom Jul 13, 2014 11:42 am

Al estafador no le supo para nada bien la reacción de la estudiante. De hecho, arqueó una ceja y luego arrugó la nariz, como gesto de desagrado y desconcierto ante tan estruendosa risa. No entendía que le sucedía pero realmente le disgustaba que se estuviera riendo así, porque entendía que se estaba riendo de él. Y ¿a quién le gusta que se rían de sí? Más de aquel modo. —Meeh, telépatas y sus juegos mentales, peor para ti entonces, sí que no tendrías chances...— se limitó a gruñir de mal humor, cual perro viejo mosqueado. De esos que están llenos de cicatrices y secuelas de una vida larga llena de peleas. Más se ocupó de cambiar el rostro, no quería darle el gusto de darse cuenta que le había cabreado. En cambio, al oír el comentario que agrego, provocó que el humor de Remy volviera -el bueno- tan rápido como se había marchado, siendo él quien sonriera ahora. —Es gracioso, porque ambos sabemos que, de hacerlo... sucedería algo bastante distinto a un trauma...— susurró con suficiencia el de ojos color rubí mientras le guiñaba uno con descaro y sonreía divertido. Percibió como ahora Jean se fijaba en la carta cargada y amenazante del muchacho, clavando su mirada verde en ella. Observó como entonces los ojos de la telepata se tornaban del mismo color que la energía con que podía imbuir a los objetos ¿Habría alguna especie de relación entre sus poderes? ¿O era una característica similar de la mutante al emplear sus poderes? No lo sabía y no le importaba demasiado saberlo.

¿Culpar a un conocido mío de un robo? ¿De qué hablas?— replicó con un descaro total, haciéndose el tonto, como quien no entiende la cosa. Acompañando sus palabras de una expresión de fingida incredulidad, ensayada a la perfección. —Eres como una niña pequeña Grey, hablando de modales ¿Algún día vas a crecer y ver el mundo del modo en que lo veo yo?— inquirió con honestidad el de Nueva Orleans, rodando los ojos algo irritado por tan infantil reproche. Él no se andaba con juegos, o al menos no tan infantiles e inocentes. —No obstante, no te preocupes, el día que me veas robar algo, quédate tranquila que el dueño no se enterará a menos que yo así lo quiera...— afirmó con suficiencia y seguridad el joven castaño, con algo de orgullo y autoestima en su voz al saberse un gran ladrón, el mejor ladrón. —¿Acaso me temes Grey?— preguntó divertido y burlón el muchacho, aunque sabía que no era así. Simplemente tenía ganas de fastidiarla. Sintió como la mano ajena se posaba en su brazo y arqueó una ceja sorprendido. —¿Alguien te ha dado clases de diplomacia con hombres? Hasta donde yo entendía tu con suerte besabas en la mejilla a alguien si era a modo de saludo...— se mofó el barón enseñándole una sonrisa algo irónica pero sin malicia.
Sin embargo, la propuesta que recibía luego le supuso una tentación importante. Era cierto que no conocía demasiado a Jean Grey, pero sí lo suficiente. Y su relación era más un juego de niños en el que ella poco a poco se animaba a soltarse con alguien mayor sin temer consecuencias, porque no pasaría nada. Pero, aun no se daba cuenta -o tal vez si- que jugaba con fuego... y un fuego como con el que arde Remy LeBeau, es peligroso. —¿Sigues pensando que robé algo? ¿Qué podría haber de interés en una tienda a la que tu entras a comprar para mí?— respondió sarcástico el mutante mientras reía con ganas, sumamente divertido porque la farsa hubiera permanecido montada hasta entonces.
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Mensaje por Jean E. Grey Dom Jul 13, 2014 12:18 pm



No le agradaban del todo su coqueteo, no le gustaba esa forma suya de mirarla. Remy era alguien que tenía demasiado mundo, tantas cosas en su cabeza que lo diferenciaban de ella. La pelirroja a su lado era una simple niña que vivía en una fortaleza de cristal y odiaba el sentimiento, detestaba que la hiciera sentir como una simple inocente que esperaba demasiado de la vida. ¿Estaba mal tener alguna esperanza por un mundo mejor? ¿Por algo mejor? Jean retiró su mano con rapidez del chico, alejándose de él tan pronto como pudo y volvió a cruzar los brazos, su mirada se tornó recelosa, sin tanto ánimo de seguirle el juego como antes. Sin embargo, aún así lo hizo. ─Veo tu mundo, Remy LeBeau, pero no lo quiero. ─Fueron sus sinceras palabras, observando alrededor y su mirada captó al montón de personas que caminaban, ignorantes de todo lo que ocurría, de los miles de pensamientos y diferencias que existían en ese mundo. ¿Cómo iba a querer el mundo que Remy veía? ¿Cómo aceptar aquella masacre, aquel dolor y aquella violencia de una tierra sin aparente salvación? Grey se negaba a creer que eso era lo único que podía haber en ese mundo. Tal vez Charles Xavier le había infundido tanto sus ideales que ella misma se había cegado de la verdad, pero ahora mismo, no le importaba, no deseaba esa realidad, quería cambiarla, quería un mundo mejor. ─Déjame decirte que es bastante desagradable de tu parte hacerte el desatendido en algo que tú y yo sabemos que es cierto. ─Lo apuntó con el dedo, que aún brillaba con un aura rosácea e hizo que algunas canecas de basura de la cuadra temblaran un poco al no poder retenerlo.

¿Temerle? ¿A él? Jean estuvo a punto de reírse otra vez, pero se guardó la carcajada y se limitó a sonreír un poco más, una sonrisa que no era sarcástica ni irónica como aquella que perfilaba en el rostro ajeno. Más bien, era una totalmente divertida, una que demostraba que el juego volvía a parecerle interesante. ─Sabes, Remy, a veces resultas tan agradable que podía darte un abrazo por hacerme reír. ─Tampoco le molestó el siguiente comentario. Tenía razón, no podía negarlo, porque al hacerlo, estaba segura de que él seguiría molestándola e intentaría demostrarle que no era más que una simple e inocente chica que no sabía nada del mundo, ni de las relaciones, ni mucho menos tratando con hombre. La pelirroja no lo negaba, era nula en cualquier clase de tópicos relacionados, lo único que había hecho alguna vez era besar a un tipo en la boca y no era precisamente el beso novelístico que mostraban en las películas de cine donde prácticamente le metían la lengua en la garganta al otro. ─Puedo hacer algo más que besar en la mejilla, LeBeau, pero es algo que no te incumbe. Así que por favor, mantén tu lengua detrás de tus dientes con respecto a eso.

La chica lo miró con una ceja enarcada ante el sarcasmo que percibió en su voz. ¿Qué iba a saber ella de lo que tenía el tipo en la cabeza? Poco le importaba realmente que le había llamado la atención de la tienda para robar algo, él era un personaje que se le hacía curioso pero no hasta esos límites. ─ ¿Crees que realmente lo sé? Por favor, LeBeau, tú haces lo que te plazca, vives a tu antojo, no tienes escrúpulos para usar a alguien como quieres y eres un blanco nulo para mí, ¿cómo quieres que sepa que te llevo a robar algo de esa tienda? ─Señaló la tienda, y luego volvió a dedicarle una mirada, perdido su recelo, volvió a acercarse, alzando un poco la cabeza para mirarle directamente a los ojos. Él era unos centímetros más alto y tenía esa mirada brillante de carmesí que podía resultar intimidante pero a Jean poco le intimidaba esa visión que parecía traspasarte el alma. La punta de su nariz casi tocaba la barbilla ajena de la cercanía. ─Deja de ser tan testarudo y entra y paga la bendita cosa, Remy. ─Le comentó con los labios entrecerrados. ─Te regalaré una nueva baraja de naipes, si eso es lo que quieres, pero deja de robar cosas.

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Mensaje por Remy E. LeBeau Dom Jul 13, 2014 2:45 pm

Observó una conocida reacción en la chica, al ver aquel rechazo que se produjo en su rostro y en su accionar. Se limitó a mirarla, dejándola ser, después de todo no pretendía, quería ni podía controlar todo lo que ella pensara o sintiera. De hecho, no lo hacía ni en parte. —Sabes, comienza a herir mis sentimientos que te alejes de ese modo por simplemente... ser como soy...— dijo adoptando una mirada seria, un rostro sobrio e inexpresivo, reflejando algo de recelo y frialdad actuadas con sumo realismo. No estaba siendo honesto, le estaba jugando una broma pesada, pero lo actuaba tan bien gracias a sus grandes dotes para mentir, que le saldría bien. Y eso implicaba una cachetada de parte de la pelirroja cuando se enterase. Y en respuesta ante tal afirmación por su parte, resopló, rechazando esa idea. Aunque se esforzaba por mantener ese rostro "dolido" por sus actitudes. —No creo que lo veas, porque no conoces ni la mitad de mi mundo y sobrentiendes la otra mitad. No puedes rechazar lo que no has probado tampoco...— contestó el castaño demostrando algo que no se notaba en él ni en la primera, la segunda o incluso la tercera impresión: que era inteligente, culto y de mentalidad amplia, sin cerrarse a su propia perspectiva. Y aún así, pese a lo pedante y soberbio que pudiera sonar, tenía razón. Jean veía en Remy la parte mala de la sociedad y una sociedad renegada, pero le agregaba la connotación oscura que te hace ver una mentalidad de blanco/negro. Esa perspectiva en la que los grises no existían y el mundo se regía bajo verdades absolutas. Y Remy, se llevaba muy pero muy mal con las verdades absolutas. Su mirada sin embargo se desvió de la pelirroja, distraído de sus propios pensamientos, para ver como algunos objetos de su inmediación se movían aparentemente solos. Debía calmarla. —Entonces déjame responderte que es muchísimo más decepcionante ver como alguien que creías más inteligente, se deja llevar por las primeras impresiones...— replicó burlón el estafador sin acabar de exponer su punto, en concreto a qué se refería.

Al verla sonreír de nuevo, sin hacer sonar su melodiosa risa, entonces LeBeau amagó a replicar con una sonrisa del mismo modo, amanerada a quien era él. Más logró resistir la tentación y en cambio llevó su mano libre hasta el rostro ajeno y apenas con el pulgar y el dorso del índice acarició una comisura de sus labios, con el puño cerrado. —Y tu a veces resultas tan encantadora que me das ganas de volverme un tipo bueno con el mero fin de acompañarte el resto de tu vida...— masculló con un tono solemne que invitaba a creerle, más una mirada profunda que pese al color de sus ojos no se lograba entender. Era una exageración, una exageración que con gusto llevaría a cabo si... bueno, si el mundo fuera completamente distinto. Y al oír la réplica de la joven adolescente, el muchacho siseó y chasqueo la lengua. Riendo entre dientes, fijó su vista en el rostro ajeno y ladeó el propio, mirándola concentrado. —Es increíble que vaya a hacer esto, pero tendré que enseñarte a mentir...— negó con la cabeza resignado, dejando en claro que no creía ni obedecería sus palabras en absoluto. —Y mira que me encantaría aprovechar tu respuesta para transformarla en un coqueteo...— destacó lamentándose y rodó los ojos mientras aun negaba. —Si vas a tratar de ocultar algo como eso, o a desmentirlo o inclusive a responder con neutralidad, sin dar un si o no por respuesta, entonces lo que deberías hacer y trae más resultados es aceptarlo, admitirlo con descaro frente al acusador y emplear tu tono más irónico posible... ¿Te crees capaz de algo así?— se explayó el castaño mientras le miraba sonriente, dejando que la expresión de su rostro no dejaba desvelar lo que sentía en ese momento, volviendo su sonrisa una misteriosa y que daba ganas de averiguar que se escondía tras ella.

Al oír aquella descripción de si mismo, LeBeau arqueó una ceja, escéptico. Demostrándose impasible ante tan negativa o realista evaluación acabó a que esperara de hablar. —Vaya, sino me conociera tan bien a mí mismo, diría que estás hablando de mí...— ironizó el oriundo de Nueva Orleans riendo y sonriendo posteriormente con un pleno y puro sarcasmo en su voz. —Creo que no terminas de comprender, Jean, pese a que me encantaría una baraja nueva prefiero ese café del que hablaste antes...— masculló comenzando a irritarse, demasiado brillante pero tan nula cuando se empecinaba con algo, aquella chica podía ser tan adorable como insufrible, reflexionó. —Si hubiera robado algo, tú no te habrías enterado ni el viejo ese... Sobreactué que robé algo para fastidiarte y acabar por llamar la atención... En mi ciudad, se le llama bromear, pero entiendo que por tu escaso, por no decir inexistente, sentido del humor no entiendas de que carajos te estoy hablando...— sentenció mirándola a los ojos, sintiendo la nariz ajena acariciando y raspándose contra su mentón y su barba afeitada incipiente. Se alejó caminando hacia un lado y dándole la espalda, mientras soltaba un audible suspiro de irritación. —Para la próxima, si quieres te hago un dibujo...— masculló sarcástico.
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Mensaje por Jean E. Grey Dom Jul 13, 2014 3:35 pm



Él solía ser desagradable, totalmente irritante de una forma que a Jean se le antojaba golpearle repetidas veces, estrellarlo contra el poste más cerca y hacerle sufrir un dolor de cabeza que le duraría un mes. O más. A contrario de lo que sus palabras significaban, la pelirroja sobreentendió las cosas a las que se refería. ¿La estaba juzgando? Lo tenía merecido, era cierto, ella lo hacía con él la mayor parte del tiempo pero en sus propios ideales de lo que era justo y bueno, de lo que se podía hacer y no. Sabía a la perfección que el mundo y las personas que habitaban en él eran todo un enreversado laberinto que no tenía una verdadera sálida, ni una entrada. Todos eran diferentes, sabía que Remy LeBeau era distinto a ella, que había vivido de una forma de la que no podía ni imaginarse pero eso no justificaba sus acciones, no podía valerse de un pasado oscuro y turbio para hacer lo que hacía. Porque entonces, todas las personas podrían hacerlo. Todo el mundo podía esconderse tras la falsa idea de que dañar o perjudicar a los demás era solamente el producto de lo que el mundo les había hecho. Era cierto, la maldad no nacía, se creaba. Sin embargo, las personas eran seres capaces de elegir lo que podían hacer o no, de los caminos que tomaban y ella creía que el escoger el camino correcto, donde no tenías que herir a alguien para conseguir lo que deseabas, eso era lo bueno. ─No me alejo por ser como eres. Y no sobreentiendo la otra mitad del mundo. ─Le dijo con la voz entrecortada, mirándolo directamente a los ojos con algo parecido a la tristeza. ─No puedo leer tu mente, Remy, pero puedo leer la de todas esas personas que ves caminando por ahí, puedo escucharlos, ─hizo una pausa, dándole la espalda y estiró los brazos, como si abarcara el mundo en ellos. Algo que se deslizaba de sus manos con tanta rapidez y fragilidad. ─Puedo oír sus gritos de auxilio, puedo sentir su dolor, puedo escuchar sus llantos, sus miedos, sus más grandes temores. ─Volvió la vista hacia él, empuñó sus manos, conteniendo la rabia al recordar cuantas veces su cabeza había sido nublada por tanto dolor y miedo. Los humanos y los mutantes tenían algo en común: el terror. Sentían miedo, miedo a algo que ella no podía comprender pero que sentía en lo más profundo de su ser. Era la clase de emoción que se arrastraba cual parásito sobre tu piel, arañando tus brazos, enloqueciendo tu mente, trayendo las más oscuras y bajas pesadillas. Jean Grey era demasiado joven e ingenua para soportar el peso de tantos miedos en su cabeza. ─Tu mundo nos destruye, esa forma de vivir, esas ideas, nos convierten en la simple máxima de la selección natural donde el más fuerte sobrevive. ─Lo detalló, sus ojos brillando con la misma tonalidad carmesí que los de Remy. Sus poderes comenzaban a salirse de control al reaccionar ante la ira que surgía en la joven. ─ ¿Cómo puedes querer un mundo tan horroroso como ese? ¿Cómo puedes decirme que comprenda una forma de vida que solo causa sufrimiento a todos? Dime, Remy LeBeau, ¿cuánto tiempo vas a poder aguantar hasta que explotes como una supernova dejando nada más que polvo estelar como única prueba de su miserable existencia? ─Los botes de basura estallaron con la fuerza del poder psíquico de Jean, los vidrios de los edificios cercanos empezaron a romperse, causando que los humanos alrededor comenzaran a gritar sin saber qué realmente sucedía. ─No quiero tu mundo, no quiero que la gente sufra como tú has sufrido.

Fueran las voces ensordecedoras de los demás que le recordaron que no estaban solos, que estaba haciendo una escena en plena calle y que si no se controlaba, tendría a una turba anti-mutante con policías y cosas desagradables tras ella y su acompañante. Intentó, de alguna forma, calmar su mente y cerrarla de todos los pensamientos que iban y venían, enfocándose en las palabras del castaño, mirando a los ojos de Remy. De alguna forma, aquel brillo rosáceo resultaba calmante, como una buena droga para dormir, que te dejaba en la nada, envuelta en una sensación de confort que poco a poco sumía a tu cuerpo en un letargo momentáneo. Jean suavizó su expresión, alejándose nuevamente de Remy. No porque le desagradaba, no porque lo estuviese rechazando, sino que tuvo miedo, temor a que sus poderes volvieran a salir de control y lo lastimara. A él y a todos los presentes. Desde que había descubierto su telepatía, perdía el dominio de sus poderes con frecuencia. No entendía qué le sucedía. ─No soy tan tonta para creerme semejante mentira. ─Murmuró, dándole la espalda y abrazándose así misma ante tal muestra de descontrol. ¿Cómo podía haber hecho?, miró hacia donde anteriormente estaban personas caminando pacíficamente y ahora no había nadie, todos se habían esfumado y los que quedaban, yacían escondidos tras las postes o edificios, mirándola. Había hecho todo un desastre y la policía no tardaría en llegar. ─No me interesa aprender a mentir, Remy, no tengo necesidad de hacerlo, sólo con implantar una idea en la cabeza de alguien, haré que crea todo lo que digo sin importar si es real o no, guardáte tus lecciones de rebelde sin causa para otro día. ─Estuvo a punto de tomarlo de la mano para alejarlo de ese sitio, cuando recordó nuevamente lo que hacía unos minutos atrás hizo y la alejó tan rápido como pudo. Se sentía como si pudiese causar daño con un solo toque, cosa que no podría, pero la inestabilidad de su poder en ese instante se sentía como si pudiese.

─Vamos, te invito a ese café que tanto quieres, ya no me importa lo que sea que tomaste o no tomaste, francamente, creo que eres desagradable por hacer ese tipo de bromas. ─Comentó con una desgastada sonrisa cuando comenzó a caminar en dirección, abrazándose así misma en todo momento. Le temblaba el labio inferior, pero hacía lo posible por disimularlo. ─Empiezo a creer que esa es tu forma de llamar mi atención, molestar a la chica Grey, seguro va a ser divertido. ─Trató de imitar el tono del chico, con aquel acento francés que resonaba en cada palabra que decía, pero el intento le salió algo gracioso. ─Claro, porque carezco de tu sentido del humor y pienso que todo debe ir de rositas, como no. ─Casi se río ante sus propias palabras, pero le pareció aburrido, y le dedicó una mirada ligeramente molesta a Remy. No tenía ninguna molestia con él, solo con ella misma, por nuevamente haber perdido el control, ¿pero qué iba a saber él de como le afectaba perder las casillas de esa manera? Remy iba por la vida haciendo que la gente perdiera sus casillas, seguro. ─Aparte, soy Jean Grey, la aburrida y responsable niña del Instituto Xavier para Jóvenes Talentosos. ¿Cómo esperas que entienda tus complicados sarcasmos y tu chiste negro? Eso lo dice todo, LeBeau. ─Giró la esquina, delante de ellos pasaron con rapidez dos carros de policía que seguramente irían al lugar donde habían estado hacia unos minutos, en búsqueda de los que ocasionaron el desastre frente a la tienda. Menos mal y estaban algo lejos de allá. ─Dime, ¿cafetería al aire libre o bajo techo? No creo que tengamos nada como el Cafe Du Monde aquí, pero puedo buscar un intento.

Jean E. Grey
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Mensaje por Remy E. LeBeau Dom Jul 13, 2014 5:32 pm

LeBeau prefería no meterse de aquel modo con ella, o al menos no hacerlo en serio. Porque implicaba ponerse a reflexionar sobre como se llevaban y por qué se llevaban de aquel modo, lo que derivaba en una jaqueca insufrible. Y es que se daba cuenta que ella terminaba siendo una chiquilla estúpida del montón pero que tenía un mono parlanchín detrás que le daba argumentos que le quedaban demasiado grandes. O que había leído libros realmente buenos pero que entendía de un modo distinto. Y entonces llegaba a la conclusión sobre las verdades absolutas, esas que la sociedad y el hombre creaba para así justificar su existencia. Y es que no cabía en la mentalidad colectiva asumir y entender que nada más vivían y ya. No, para ellos todo tenía que tener un sentido y había que ordenar y direccionar ese sentido, quien saliera de la forma en que debía ir la vida según la verdad absoluta gobernante en ese momento, era un descarriado. Inmediatamente o era exiliado o marginado, pero si era segura una cosa es que era un ilegal. Y como no le apetecía enfadarse y gritarle a una inocente adolescente que era una niña mediocre y bastante hipócrita con su manera de ver el mundo para luego pregonar un mensaje de tolerancia e igualdad entre mutantes y humanos, se callaba. En el fondo no era por sensatez o comprensión al derecho, no de pensar diferente, sino de ser un idiota, porque si eramos libres, tenemos el derecho de con esa libertad volvernos unos completos imbéciles. Sino que lo hacía por un motivo más estúpido y era la presunción de inocencia en la pelirroja. Ella no veía el mundo como Remy porque no sabía verlo de aquella forma y no había tenido las herramientas para pensar de aquella manera. LeBeau le ofrecía enseñarle el mundo, su mundo, pero ella sobrentendía que se trataba de otro mundo distinto que no quería conocer, y entonces el respetaba su derecho de inferir sin preguntar, de caer en el error y la estupidez. Pero como un círculo vicioso, tampoco le aclaraba las cosas sin que se lo pidiera. Por ningún motivo en especial y porque no era su maldito profesor de aquel instituto para "jóvenes especiales". —Te alejas porque te causa rechazo que no piense como ti, que no piense del mismo modo y de que incluso me encuentre de la acera de enfrente a tu línea de pensamiento. No obstante, no lo admitirás porque sería volverte inconsecuente contigo mismo y con lo que crees y dices...— replicó mordaz e implacable, demostrando que su humor se había perdido. —Y es cierto, no sobrentiendes la otra mitad, lo sobrentiendes por completo porque juzgas algo de una manera creyendo que es una cosa, cuando es otra...— simplificó en resumidas cuentas el estafador mientras soltaba un suspiro de fastidio. No quería iniciar aquel debate ni aquella discusión, no planeaba abrir la mente de Jean Grey porque dudaba que aunque lo intentara y le enseñara, expusiera sus argumentos, ella se enrrosacaría lo suficiente para negarlo e intentar refutarlo. No lograría ni una cosa ni la otra, pero si dejaría las cosas en un punto neutro y un lugar del que no pudieran salir para excusarse con un "no lo sé, debería pensarlo" y seguir bajo su línea de pensamiento estúpida y retrograda ¿Podía culparla por eso? No, pero podía descargar la frustración de tampoco poder tirársela, jugando una broma pesada. A no, eso tampoco, o de inmediato era un sucio ladrón rastrero de tiendas comunes y corrientes, en lugar de Remy LeBeau el desagraciado heredero del gremio de ladrones de Nueva Orleans que se dedicaba al robo de buen arte, joyas valiosas o bancos realmente importantes.

Dejó que fuera ella quien hablara entonces, la dejó liberar eso que llevaba dentro. Porque cada uno es quien es por lo que vivió, no por lo que estudió. No se aprende solamente en una escuela o en un salón, de hecho, a ojos del estafador es donde menos se aprende. Él nunca fue a la escuela, nunca se sentó detrás de un pupitre, sin embargo, sabe más de la vida que muchos abogados de Harvard o filósofos de Princeton. Y eso, es porque la vida y la naturaleza, no son algo que se puedan definir bajo conceptos y definiciones tan abstractas que un átomo a ojos del humano era más concreto y real que esas cosas. —Ese es el punto Jean, puedes leer la mente del resto, incluso la mía si estás dispuesta a pagar el precio de hacerlo, pero no quiere decir que los comprendas... Por sentir sufrimiento no sabes lo que es el sufrimiento y el ejemplo más claro de eso es el del ignorante...— replicó, haciendo una pausa para que ella entendiera de lo que estaba hablando. —Un ignorante, por ser ignorante, no es consciente de que está siendo ignorante... valga la redundancia. Que seamos algo no implica que seamos conscientes de ello, por algo aprendemos de la vida... Probablemente yo sea capaz de volverme un gran atleta, pero no lo sé y entonces no lo soy. También sucede a la inversa, puedo ser un atleta afamado y renombrado globalmente, pero no necesariamente soy uno bueno o mejor... La vida tiene eso a pesar de la presencia del hombre, llamado como más gustes, karma, destino... azar...— concluyó con una sonrisa de suficiencia en el rostro, viendo como ella comenzaba a alterarse, entendiendo que debía enfriar las aguas. A veces olvidaba que las capacidades de la chica, su mutación, quizás la hiciera padecer cosas que la hicieran tener una mirada tan negativa ante lo que no es utópico. Pero a ojos de Remy, lo distópico era lo que más se asemejaba al mundo real. —Ahí es cuando confundes las cosas y comienzas a sobrentenderlas. Yo no quiero o dejo de querer un mundo u otro, te equivocas, yo simplemente me adapto y vivo en el mundo real. El sufrimiento es opcional, lo que es inevitable es el dolor, tampoco tengo pensado enseñarle una filosofía de vida placentera a cada habitante de este planeta, ellos no se toman tantas molestias conmigo, paso...— terco y algo receloso, se negaba a ceder el muchacho mientras la miraba cada vez más alterada, no era el sabio en aquel par, ella tampoco, lo que podría derivar en consecuencias catastróficas si ella no se calmaba. Aun así, él permaneció impasible en su lugar, mirándola a los ojos, creyéndose en un espejo. La mirada ajena era igual a sus ojos y aquello se hacía condenadamente atractivo en un plano distinto al lascivo. Pero que no dejaba de entremezclarse con este. Aun tenía mucho por decir y distintas maneras de darle a entender a ella, que no era más que una niña tratando de cambiar un mundo que no entendía, no en su totalidad. Pero el error no yacía ahí, sino en el hecho de que no tenía la sensatez de admitir que no lo comprendía del todo, ni siquiera por lo que creía luchar. —Y ahí es donde yace tu segundo error, la segunda cosa que sobrentiendes, yo no aguanto para no expotar Jean, yo vivo... disfruto a mi manera, vivo el día a día, si soy polvo estelar en un detonador que explosionará en algún momento... que eso sea, no puedo hacer nada para cambiarlo... Si eso soy ¿por qué no aceptarlo? Nada es para siempre y nada tiene una fecha predefinida, puedo morir en una hora, como en cien años, ¿quién dice? Pero al final de todo, da igual, no es importante cuanto vivas, sino cómo vivas...— terminó por destacar el de mirada escarlata, mientras oía el ruido de cristales rotos, de objetos entrechocar y pulverizarse, algunos gritos, corridas, etc. —Y llegamos a la tercera, que esta vez no fue la vencida. Yo no sufrí, yo viví lo que me tocó vivir...— sentenció el joven, que a decir verdad, era con lo único que se exasperaba: que la gente creyera que por haber tenido una vida distinta, había sufrido, era simplemente idiota. Como decir que el indio que viven el corazón del amazonas, por no ser "civilizado" según los estúpidos cánones sociales, entonces sufría o no tenía una vida digna.

De pronto, la mirada que le dirigió la pelirroja le cortó la respiración, le hizo enmudecer e incluso embotó sus pensamientos. Se quedó simplemente congelado, paralizado, no de miedo, no de impresión, simplemente cautivado. No era el color y la forma de sus ojos, ni la palpitante amenaza que suponía el que estallara en un descontrol total con el máximo de sus poderes. Era algo que no entendió, algo que no comprendía y lejos de fastidiarle, le daba igual, porque era tan simple como eso... una suerte de encanto magnético inexplicable ni con razón de ser. Pero dicha suerte de magnetismo se cortó de inmediato y cuando Remy se quiso dar cuenta, Jean ya estaba alejada, un par de pasos, de nuevo el rechazo. Parpadeó varias veces desorientado y aprovechó para echar un vistazo a su alrededor, toda la calle parecía haber sido víctima de una pelea entre pandillas: postes volcados, basura por todos lados, restos metálicos esparcidos y cachorros por doquiera. Todos los cristales de las infraestructuras circundantes rotos y desperdigados por el suelo, la poca gente valiente que había permanecido allí o al pie de las ventanas, observándolos, observándola. —Pero si lo suficiente como para arriesgarte a conocer cuan cierto pueda llegar a ser...— retrucó con diversión el muchacho mientras se acercaba un paso a ella y apoyaba una mano en su hombro. No entendía del todo, o mejor dicho, no estaba del todo seguro cómo se sentía en ese entonces. Pero iba a ser claro, daba igual, él estaba allí, con ella, en ese preciso instante. Y si bien podía no ser lo que necesitaba, era lo que tenía y eso era a él. —Mala mía, había olvidado que tan todopoderosa telepata eras Jean... Pero déjame re-expresarme entonces, cariño. Tómalo como una enseñanza para que un cretino no te fastidie y le puedas cerrar la boca con maestría y picardía... y si, algo de acidez...— bufó le diable blanc rodando los ojos ante tanta testarudez y rechazo de la chica. Ya no podía ni comentarle algo, darle un consejo o decir nada que ella automáticamente buscaba razones para rechazarlo, era simplemente agotador en algún punto.

Si soy tan desagradable márchate sin mí, así no te molesto o desagrado con mi compañía...— bufó cansado y aburrido de aquel drama. —¿Tanto problema por haber fingido un robo sin tomar una puta cosa?— inquirió, aunque no lo preguntaba realmente, es decir, era un cuestionamiento retórico. —Si tanto problema te acarrea, comenzaré a invitarte formalmente a citas y por correo...— respondió con un poco más de humor el mutante, mientras le daba alcance y rodeaba con un brazo a la chica por sus hombros, haciendo que se apegara a él. Podía disimular, pero con LeBeau, hasta el mínimo detalle destacaba y notaba. —La primera parte, no sé, en cambio la segunda si... el rosa es lo último que predomina en el mundo, apenas hay detalles de ese color, pero ojo, son detalles que valen la pena...— susurró pensando en Belladona en aquel instante. Y ante tal mirada que recibió, le sonrió de ladino, mirándola de soslayo, mientras la mano que la rodeaba se estiraba para pellizcar con suavidad la mejilla que le quedaba de aquel perfil. —No esperaba que lo hicieras, pero no por eso iba a cambiar mis modos... Aunque si espero que dejes al viejo Remy quitarle lo de aburrida a esa chica que describes...— contestó con descaro y aun en esas instancias coqueteandole, el de cabellos lacios pero rebeldes.

Al doblar y escuchar las sirenas, automáticamente Remy desvió la mirada, como si el mini-callejón sin salida ubicado allí, fuera lo más interesante del mundo. Ocultando de la vista de los patrulleros sus ojos, el único rasgo mutante que poseía. —Con este calor, me parece que al aire libre, aunque pensándolo mejor, vayamos por un helado...— propuso el estafador, recordando que hacía tiempo no consumía un poco de gelatto.
Remy E. LeBeau
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Mensaje por Jean E. Grey Lun Jul 14, 2014 11:56 am

Él no lo entendía. Era incapaz de comprender las palabras que ella había mencionado hacia unos segundos atrás. Podía verlo, en sus ojos, en la forma en que su mirada encontraba la suya y ese brillo carmesí acaparaba toda su atención. Él era diferente de una manera que se le hacía tosco, rudo, demasiado fuera de sí, ¿acaso le era imposible percibir el porqué de su rechazo ante aquella forma de vida que tuvo, que tenía? Grey vivió en su propio castillo de cristal, construyó las barreras más altas que alguna vez existieron y se refugió en el miedo a un mundo cambiante, hasta que abrió los ojos, hasta que descubrió lo vacía que estaba por dentro al aislarse de tal forma de algo que simplemente era natural. Sin embargo, ¿cuán natural podía ser algo que te lastima? ¿Qué provoca ira y rabia en todos los demás? ¿Qué solo deja miedo y tristeza a su paso? Podía sonar inocente de su parte, pero no quería vivir en un mundo en que toda la alegría era suplantada por la discriminación, por el terror, por el odio irracional a algo que era distinto. Ella no odiaba el mundo de Remy, solo deseaba cambiarlo. Hacerlo mejor. ¿Era demasiado pedir?, era la pregunta que rondaba en su cabeza todas las noches, cuando yacía allí, acostada sobre la cama mientras sus ojos se perdían en la oscuridad y su mente iba un poco más allá de los cuantos metros que separaba el techo del cielo. Por eso, y tantas otras cosas más, la pelirroja no podía entender a alguien como Remy. Una persona que se conformaba con lo que tenía frente a él, quien parecía solamente luchar por el segundo de vida que tenía delante y no los segundos que venían después. ¿Cómo eso era posible? ¿Cómo podía ella vivir así?

Vivir el momento no era la única forma de vida que existía. Era una manera conformista de ver el universo a tu alrededor, de sentarse esperando que todo pasara mientras tú te acomodas en el viejo sillón frente al televisor y disfrutas de aquel vago instante en que fuiste tú, sin importarte el momento en que dejarías de serlo. Eso, para Jean Grey, era imperdonable. Era cruzarse de brazos, sin ninguna esperanza porque algo mejor sucediera. Ella no se quedaría de pie, aceptando su realidad así como así. Si algún día, alguien viniera y le dijera lo que el futuro le tenía preparado, todas las cosas malas que podrían ocurrir y las buenas, seguramente intentaría cambiar todo lo malo. Sin duda alguna, haría mejor las cosas, haría todo lo que estuviera a su alcance para que el mundo fuese lo mejor para sus amigos y todos aquellos que estaban a su alrededor. Ni siquiera por ella, ni por un ideal tan egoísta como el de Magneto. Jean viviría por y para todos aquellos mutantes que existían en el universo, incluso para todos los humanos. ¿Era demasiado fantasioso su ideal? ¿Pecaba acaso de ingenua el pensar así? Tal vez, sin embargo,  no le importaba. ─Eres conformista con tu vida. ─Murmuró tan bajo que si él no hubiese estado tan cerca de ella, muy probablemente nunca había escuchado esas palabras que salieron de sus labios. Quería alejarse de Remy, poner distancia entre ellos. Aún tenía miedo de perder el control, de que por un momento, su mente se volviera en blanco y toda la ira y dolor que canalizaba a través de los pensamientos la hicieran estallar en algo que desconocía. La telepatía era tan empática que a veces sentía desasosiego al utilizarla, pensando que algún día, todas esas emociones iban a sobrepasarla. ─ ¿Cómo puedes aceptar algo simplemente porque crees que no puedes ser más? Todos podemos ser algo más, somos personas con el poder de elegir y si yo no deseo ser polvo cósmico, no lo soy. Es mi elección. No la del Universo, ni del azar, ni el destino. Yo soy lo que quiero ser y no diré que nada me diga lo contrario. ─Dijo efusivamente y se alejó de él, marcando la distancia nuevamente. Él no entendía el por qué lo hacía y sus siguientes palabras le dieron la razón al pensarlo. Creía que lo encontraba desagradable.

Oh, Remy. Soltó una pequeña risa por lo bajo, deteniendo sus pasos y alzó la mirada para encontrar la de él. La pelirroja quedó muda por un segundo, absorta en la mirada carmesí del muchacho que seguía siendo tan atrayente como la primera vez que lo conoció. ¿Cómo serían sus ojos reales?, se preguntó por un instante, un sinfín de cuestionamientos fueron generándose en su mente a medida que sus ocelos fijos admiraban la belleza de aquel brillo singular. Tenía las palabras en la punta de los labios. ─No me pareces desagradable. ─Su voz fue un murmullo, bajo y quedo, sus manos temblaron y desvío su visual de la inquietante mirada ajena. Ella no lo despreciaba, en cambio, su compañía siempre le había parecido un soplo de aire fresco, una forma de romper la rutina, de escapar de los problemas que  con tan solo pertenecer al Instituto se generaban. Jean apreciaba cada cosa que Remy decía y le prestaba atención, aunque la molestara e incomodara la mayor parte del tiempo, no lo rechazaba Pero él no podía comprenderlo, no era un telepata para leer su mente y poco había expresado por qué se alejaba de su figura en ese momento. Tenía la culpa de que creyera que le encontraba desagradable. Soltó un suspiro, sin querer admitir en voz alta lo que su mente le murmuraba a gritos. Aceptar su descontrol en voz alta era muy diferente que planteárselo mentalmente, era reconocer su falencia, admitir que no podía con la presión y que ésta la sobrepasaría si no encontraba una forma de modularla. ─No me importa que hayas robado hasta mil coches, al fina tú eres el que decide las cosas que haces… ─hizo una breve pausa, inhalando y exhalando con lentitud antes de volver a hablar. Quiso retener las siguientes oraciones pero estas ya estaban formuladas en sus labios antes de que Jean pudiera hacerlo. ─Simplemente que... no quiero lastimarte. ─sus ojos brillaron de la misma forma que los de Remy, le enseñó las manos, resplandecientes con el mismo tono rosáceo que cubría su mirada. ─No puedo controlarlos… están tan fuera de mi dominio que temo que si toco a alguien, seré capaz de descomponerlo átomo por átomo como si fuera simples piezas de un cubo de rubik. ─Lo miró cerrando sus palmas está vez y el brillo terminó, como si nunca hubiese estado, sin embargo sus ojos seguían brillando y los pensamientos de todos aquellos que estaban cerca de ellos entraban a la cabeza de la pelirroja. ─Tengo miedo de herirte, de herir a todos a mí alrededor. No podría soportarlo si alguna vez lo hago.

Preferiría morir que hacerlo. Esa era la razón por la cual mantenía una distancia de todos en ese momento, en la que usaba sus poderes con precaución, limitándose la mayor parte del tiempo para no perder el control. ─ ¿Me hago entender? No es que no quiera tu compañía. En realidad, ─le sonrió un poco, aunque era más bien un gesto cansado que terminó en una carcajada ante los comentarios del castaño. ¿Qué nunca dejaba de ligar? Remy era peor que Bobby y sus bromas sin sentido. Tenía una frase de ligue al final de cada oración que lo convertían, a ojos de Jean, en el más insufrible casanova que había conocido. ─Me diviertes, y no quiero que me quites lo remilgada, vaya Dios a saber qué cosas se te pasan por la cabeza, LeBeau. ─Terminó diciéndole, concordando con que era mejor ir a comer helado en vez de un café. Nueva York estaba caliente por esos días, el verano solía causar ese tipo de estragos y nunca venía mal un poco del frío dulce una mañana como la de hoy. El ceño de la mujer se frunció al instante, incapaz de recordar una heladería en Queens. Ella poco salía del Instituto, y cuando lo hacía, siempre iba acompañada de alguien que sabía perfectamente dónde estaba cada sitio al que iban, así que para Jean era imposible decir a dónde ir. ─Te tomaré la palabra y te invitaré a un helado, pero verás que no tengo la menor idea en dónde puede quedar una heladería por aquí. ─Por no decir que para llegar a la tienda tuvo que preguntar como seis veces a varias personas que se le cruzaron en el camino y al final, simplemente había usado sus poderes para leerle la mente a una cuando se perdió en las calles. No es que fuera mala ubicándose, pero cada esquina le parecía idéntica a la otra dentro de ese Borough. ─Aunque podríamos volar… ─sugirió de la forma más insegura posible. A ella le encantaba hacerlo dentro de la escuela, era relajante y le evitaba tener que esforzarse más de lo normal al caminar de un lado a otro. Muchos la llamarían floja, pero no les prestaba atención.
Jean E. Grey
Jean E. Grey
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Mensaje por Remy E. LeBeau Lun Jul 14, 2014 2:15 pm

"Eres conformista con tu vida" resonó en la cabeza aquella frase del castaño, haciendo que frunciese el ceño. Aquello era estúpido, era estúpido de tantas formas y maneras, que simplemente era inconcebible que Jean Grey le dijera eso. Remy no era conformista, él justamente no se conformaba nunca y por eso iba a por más, simplemente vivía de un modo distinto. Ella creía que era conformista por limitarse a vivir, a vivir el momento, el día, el segundo y así el siguiente, el siguiente y el siguiente. Se suponía que era conformista porque no hacía nada para cambiar el mundo, quizás por resignación o desinterés. Él no tenía duda alguna que el mundo pudiera cambiar, de hecho lo hacía a cada momento. El mundo cambió radicalmente en un segundo, por ejemplo, cuando la bomba explotó en Yroshima y Nagazaki. El mundo hacía diez años ni de broma era el mismo que ahora. Lo que él no creía que fuera a cambiar, eran las instituciones gubernamentales globales y nacionales, los prejuicios sociales y los tabúes de las distintas culturas ¿Pero qué esperanzas tenía de lo contrario? ¿Cuáles si en Sudáfrica aún regía algo como el apartheid? ¿Si en el sur del país se seguía matando y discriminando personas de raza negra? No, no la tenía y porque entendía que el juego de los políticos no podía cambiar, no para bien. Si la causa por la que Jean luchaba quería triunfar entonces debían meterse a ese juego y en ese juego -quieras o no- para ganar, debías ensuciarte. Entonces, o te volvías un hipócrita o no jugabas el juego. Al sistema, se lo destruye desde adentro, no desde afuera y estando dentro te vuelves contradictorio hasta que triunfas y cambias la historia. No obstante, mientras no se triunfara eras hipócrita. Si tu objetivo era implantar que el azul es rojo y el rojo azul, hasta que lo implantes, serás un mentiroso, ese era su punto. Y si bien a él no le molestaría ser un mentiroso, no le atraía la causa que demandaba, mucho menos si Jean pregoneaba la tolerancia, la honestidad, la cero hipocresía y corrupción. Pero tampoco la culpaba, era demasiado inocente. —Soy realista, sigues creyendo que el mundo es de dos formas distintas, blanco o negro, y te equivocas...— murmuró el de Nueva Orleans mientras continuaban con su marcha, sin detenerse. No había querido llegar a ese punto, sobre todo porque no les llevaría a nada. Si Jean Grey estuviera dispuesta a debatir, a discutir, entonces estaría dispuesta a dejarse convencer y tampoco caía en la estupidez de que él si la dejaría convencerse, porque no, tampoco lo haría; por más que sus motivos fueran distintos. Ambos eran tercos, la diferencia yacía en que Remy sabía como contrarrestar los argumentos de Jean, venían de mundos distintos y uno sabía que el color rosa no dominaba el mundo y jamás lo dominaría. —En eso tienes razón, pero hay algo que no puedes evitar, hay cosas con las que no puedes luchar... no puedes dejar de ser una mujer Jean, no puedes dejar de ser pelirroja, no puedes dejar de ser mutante... Puedes quizás operarte o conseguirte alguien que sea un mutante con el control bioquinético y además un gran conocimiento en su campo, que pueda rearmar tu cuerpo, pero entonces cambiaría tu esencia, no serías más Jean Grey, Jean Grey eres tú, aquí y ahora, tu esencia es instranmutable, si cambia, dejarías de ser Jean Grey, aunque llevases el mismo nombre... Un violín por pintarlo de azul no deja de ser un violín, un violín por partirlo al medio no dejó de ser un violín cuando estuvo entero...— manifestó el ladrón mientras notaba la amargura que comenzaba a imbuir a su acompañante, entremezclada con cierta reticencia a él y a ella misma, como si tuviera miedo o estuviera intranquila. Más al verla alejarse, dio un suspiro agotado y en un arrebato se detuvo y se apoyó nuevamente en la pared, cruzándose de brazos. Sacó un naipe de su gabardina, lo cargó de energía cinética y lo lanzó al aire, dejando que explotase, armando un alboroto pero sin dañar a nada ni nadie. Era su forma de descargar frustraciones.

Su siguiente reacción, no obstante, fue mucho más simpática y hasta placentera. Habiendo retomado antes la marcha junto a ella, volvió a detenerse en cuanto ella lo hizo y sin entender como, se estaban mirando de nuevo. Los ojos verdes de la joven eran un muy buen punto a su favor. Jean Grey no era una chica hermosa en el sentido para salir en la última portada de la revista de moda más aclamada del planeta. Era una chica hermosa a la que hacer reír valdría más que un montón de joyas, sobre todo porque al muchacho le costaba más conseguir que curvara los labios hacia arriba que lo segundo. —Gracias, no me lo aclaran seguido...— contestó con un tono burlón y bromista, jugando con ella pero no de mal humor. De hecho, riendo junto a ella y no de ella. Sin embargo su rostro rápidamente se aflojo y permaneció pensativo. Era alguien que por momentos le resultaba incomprensible. Sentía que le generaba rechazo e incluso asco la mayoría del tiempo y aun así permanecía a su lado cuando estaban juntos y hasta mostraba su carácter siempre amable y predispuesto. Era simplemente contradictorio e incluso bipolar, o él no acababa de comprenderla del todo. Suponía que lo segundo era lo más lógico, aunque le fastidiaba bastante, hacían de él un mal lector de personas. —¿Y eso qué se supone que significa? Tú me sigues juzgando por robarlos y me consideras en ese aspecto egoísta y desconsiderado, incluso malo. Yo no lo creo así...— se defendió el de Nueva Orleans consciente que ella no lo entendería y él no se lo explicaría. Simplemente eran muy distintos en lo que al concepto del "bien" y el "mal" se referían y a las creencias del karma, religiosas o el destino u azar. Sin contar el debate que estaban manteniendo sobre cómo era, cómo podía y cómo debía ser el mundo. Pero en cuanto oyó aquellas palabras ajenas, simplemente se quedó desconcertado unos segundos. —Yo... Jean... ¿qué? Estem, digo... bueno...— balbuceó sin saber bien a qué se refería. No se sentía en peligro al lado de la chica siendo honestos. Sin embargo, al voltear a verla y encontrarse con sus mismos ojos, en ella, no pudo más que perderse en ella. En aquel maldito momento se sentía igual a la muchacha o mejor dicho, sentía que alguien era igual a él. Diablos. —Debes calmarte Grey, aunque me lastimaras, no sería tu culpa, no estarías consciente... Además si piensas que se van a salir de control, lógicamente es lo que acabará sucediendo, sé positiva, después de todo eres tu quien lucha por un sueño...— contestó mordaz y con simpleza, pero igualmente solemne el castaño, con la mirada aun fija en su rostro. Debía controlarse, mantenerse a raya, aunque quisiera seducirla, estaba lejos del punto exacto donde podría besarla sin problemas.

Entonces el muchacho entendió esas distancias buscadas. Las comprendió pero no pensaba respetarlas, a él aquello simplemente le daba igual. Si pensaba con la cabeza en frío, entonces un metro de distancia no le salvaría de una telépata descontrolada que le desintegrara. Y pensándolo en "caliente", le daba completa y absolutamente igual, confiaba en que no lo destruiría ni lo hiciera polvo estelar. —Entonces deja de alejarte...— le respondió hosco y algo testarudo en un tono infantil, cuasi caprichoso, mientras lograba estrechar distancias nuevamente y apegarse a ella, aunque ahora no se atrevía a abrazarla. Estiró la mano más alejada de ella en cambio y la cruzó para así acariciar aquella sonrisa ajena e incluso estirarla con el índice suavemente, dándole a entender que no le agradaba la mueca original. —Que lo vaya a saber el diablo sería más apropiado, pero en cambio, no querrías saberlas, sino experimentarlas... Ruborízate, pero lo pasarías bastante bien...— se limitó a mascullar sin ser del todo explícito mientras se encogía de hombros y continuaba su camino, sintiendo el calor del verano pegar en forma de rayos de sol a sus espaldas. —Buscando se consigue dicen...— contestó filosófico y con una sonrisa en su rostro el muchacho mientras comenzaban a andar y ahora él era quien guiaba. Esperó hasta llegar al final de la calle, para doblar en esa esquina en lugar de cruzarla. Si mal no recordaba había una plaza pequeña, cerca de allí y en frente una heladería. —¿Podríamos?— preguntó tomado por sorpresa y sin entender del todo el mutante. ¿Le estaba ofreciendo que volaran? ¿En serio?
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Mensaje por Jean E. Grey Mar Jul 15, 2014 2:16 pm

Aunque le hubiese dicho que no se ruborizara ante sus palabras, Jean de todas formas lo hubiese hecho. Una sombra carmesí se instaló en sus pómulos, sus ojos se desviaron del chico y se fijaron en los transeúntes como si de repente se convirtieron en el tema más interesante que existía. Odiaba esa parte donde el castaño coqueteaba de aquella manera desmesurada, como si lo único que supiera hacer en esa vida era eso, flirtear descaradamente con cualquier fémina que se cruzara en su camino. ¿Cómo le hacía para tener todo a la punta de la lengua? Ella no podía pensar en las palabras exactas para hacer a la gente ruborizar como Remy hacía con ella, más bien, dudaba de que algún día tuviese aquel don a pesar de que lo intentaba de vez en cuando. ─ ¿Qué si podríamos? ─La pelirroja se detuvo por un segundo, sus ojos mirando con sorpresa a los ajenos mientras recorría su rostro para ver si de verdad lo preguntaba en serio. Al parecer, Remy no era verdaderamente consciente de lo que un telequinético podía hacer. Sonrió, con suficiencia, un gesto que le salió descarado, una vieja sonrisa que se instaló en sus labios y que resumía cierto aire magnético. Jaló al chico del brazo al pasar por el primer callejón, deshabitado, sin nada más que botes de basura llenándolo y lo empujó contra la pared. ─ ¿Acaso nadie te ha hecho volar, Remy LeBeau? ─Parpadeó lentamente, intentando acallar las suaves carcajadas que aún salían de sus labios, una mirada sutil, un pestañeo de una sombra caoba bajo sus ojos. No reconoció aquella sonrisa que cubrió su rostro, ni tampoco la actitud coqueta con la que le hablaba ahora. Jean Grey, por primera vez en toda su vida, había hecho un comentario que se le antojó seductor, coqueto y aunque no tuviera nada de eso y quizás un experto como el castaño le pareciera más infantil que lo que ella tenía en mente en ese momento, se felicitó internamente por el juego de palabras.

La comisura de sus labios se elevó en una perfecta sonrisa al pegar su rostro al del chico, a centímetros de distancia el uno del otro, no se tocaban de ninguna forma y Jean se creía en total control de la situación al momento en que colocó su nívea mano justo al lado del rostro de Remy. ─Es tu día de suerte, porque yo lo haré. ─Su acento neoyorquino mezclado con ese matiz musical de su voz volvió a romper el silencio cuando habló nuevamente. Sus ojos brillaron, reflejando los mismos colores que el de los ocelos ajenos y el verde jade de su mirada se ocultó tras el brillo carmesí. ─Espero y no temas a las alturas. ─Fueron sus únicas palabras antes de alejarse y tal como prometió, ambos cuerpos comenzaron a elevarse con rapidez, ocultos tras los enormes edificios que conformaban aquel barrio de Queens. La última vez que había levitado, volado o como fuera con alguien, estuvo a punto de morir al estrellarse con el pavimento y era porque Emma Frost había estado hurgando en su cabeza, desconcentrándola. Sin embargo, no se repetiría, no está vez.

El aire fresco golpeó su rostro, haciendo enrojecer sus mejillas cuando se elevó lo suficiente para estar por encima de los edificios. Desde ese altura ninguna de las personas que caminaban tranquilamente por la calle las vería con exactitud y en caso de hacerlo, Jean crearía en su mente la ilusión de que no veía nada. Que todo estaba bajo control. Esa era una de las cosas más fáciles de hacer que había aprendido, utilizar su telepatía para esconderlos psíquicamente de los demás. Tenía su mérito en eso. ─Dime, Remy, ¿te agrada volar? ─Le preguntó al tenerlo a su misma altura. Hubo un momento en el que vaciló al tenderle la mano, recordando sus palabras anteriormente, su intención de no querer lastimarlo al perder el control. Sin embargo, él tenía la razón; si seguía pensando que no podía mantener su poder bajo su dominio, éstos se saldrían de él, terminarían explotando tal y como ella temía. Así que inspiró profundamente, y con algo más de ánimo, le tendió la mano, entrelazando sus dedos con los de él. Estando arriba poco se le antojaba comer helado, desde que había aprendido a volar, el cielo se le hacía el lugar más apacible del universo. Silencioso, lleno de una refrescante brisa y repleto de nubes que parecían algodón de azúcar. Entendía entonces porque Warren siempre volaba, porque se perdía horas y horas haciendo lo mismo, sin importar cuan cansado estuviera. ─ ¿No crees que es maravilloso? ─musitó, la mirada perdida en algún punto en el cielo. ─Volar es más hermoso de lo que se podría pensar. A veces me pregunto si podría vivir para siempre así, volando hasta que no quedara más que invisibles alas rotas. ─La última frase fue un quedo susurro que el viento se llevó y sus ojos descendieron, encontrándose con los del castaño. Ella tenía una sonrisa en los labios, pero no había felicidad brillando en su mirada. Era la triste melancolía de alguien que podía haber tenido demasiado, que quería demasiado, pero no podía tener nada. Jean Grey se preguntó en ese mismo instante, en el que su visión se encontraba atrapada en aquel par de ocelos carmesí, si él tendría razón al final de todo. ─ ¿Sabes? ─una breve pausa─ Tal vez tengas razón, es una probabilidad que me aterra pero puede que simplemente seamos como las estrellas, ni pequeños ni grandiosos, solo estamos aquí para vivir, arder y morir. Nada más. ─Calló, dejando de mirarlo, buscando desde arriba algún letrero que dijera donde estaban ubicados. Hasta que recordó cuál era el punto de volar. ─En fin, ¿a dónde quieres ir? ¿O prefieres que te baje? Dudo que de esta altura quedes... vivo.
Jean E. Grey
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Mensaje por Remy E. LeBeau Miér Jul 16, 2014 8:33 am

Sonrió con satisfacción al ver el efecto generado en la muchacha. Y no es que disfrutara de un modo autosuficiente, banal y egocéntrico el hecho de provocar un rubor en las mejillas de su acompañante. A esa altura, le indicaba que todo marchaba como debía ser. Porque si, tal vez él era mujeriego pero no se tiraba a cualquier cosa que caminaba y mucho menos gritaba y lanzaba un piropo como si fuera obrero en una construcción. Quizás fueran diferencias técnicas y de teoría, pero para él era un detalle que marcaba la diferencia, la distancia entre tener clase y no tenerla.

Pero la sorpresa tarde o temprano llegó y fue de la mano de aquella curvatura en los belfos ajenos. Una que hizo que se quedara pasmado sin comprender del todo. Pero que a pesar de eso disfrutó, ¿una Jean algo temeraria y pícara? Vendería su alma sin verlo, no tenía problema alguno. Después de todo, ¿qué alma de valor le quedaba a él por vender? Un gesto de sorpresa se ahogó en cuanto se vio acorralado en aquel callejón por la misma pelirroja que hacía momentos se había sonrojado en un comentario inocente. Una ceja escéptica se arqueó en su rostro y manifestó en su expresión. —No nadie lo ha hecho, aunque puedes tener ese privilegio si te sientes capaz, pero te advierto que luego yo me cobraré otro...— replicó ávido de labia y sagaz en la reacción, sonriendo con algo de malicia. "Vamos Jean, ¿hasta donde puede llegar tu descaro? ¿Eres capaz de seguirme el juego?" reflexionó el muchacho atento por si una efímera y momentánea jaqueca le anunciaba que la telépata lo había "oído mentalmente". Sonrió en cierta forma, ahora sí con suficiencia y satisfacción. No había estado nada mal, de hecho había estado excelente y se sabía provocador y hasta formador de aquel coqueteo descarado que profirió la muchacha. Y aunque no fuera tal la causa de eso, jamás se enteraría.

Posteriormente fueron sus dos cejas las que se elevaron con sorpresa. Los gestos de la muchacha eran un desencadenamiento de... ¿tensión? acumulada. O al menos, ganas reprimidas de pagar con la misma moneda. Sin embargo no titubeó, en cambio sonrió con algo de malicia y gusto, mientras sus manos tomaban con presteza la cintura de la chica. Quería que se echara atrás y si no lo hacía, Jean Grey habría superado la vergüenza con él, aunque claro eso no significase nada. —Creí que ya lo era, desde el momento en que te uniste a el...— masculló irónico y burlón, bromeando nuevamente con ella, pero sin dejar que su tono bromista opacara del todo el llano y descarado elogio que le había propinado. No podía saber sobre lo que nunca había podido hacer, sin embargo había saltado de un edificio a otro, gracias a su mutación, por más de cincuenta metros. Y en el aire, se sentía tan libre, se sentía el dueño del mundo. No podía imaginarse lo que se sentiría volar, cambiar de dirección a gusto o quedarse simplemente suspendido en el aire...
Cuando quiso darse cuenta, cuando quiso decirle que no, que no temía. Que el acostumbraba a saltar de edificio en edificio, moviéndose entre las estructuras, porque así se movía más rápido. Al mejor estilo Spiderman. Entonces el verde esmeralda de sus oblicuos se escondieron detrás de un brillo sonrosado idéntico al de sus ojos, cuando quiso darse cuenta sus pies ya no estaban en el suelo.

Sentía la velocidad de su cuerpo aumentar, en paralelo a la de Jean. No podía creerse que en realidad se estaba elevando "solo" y "por arte de magia" del piso. Sus ojos miraban atónitos al suelo, que cada vez estaba más por debajo suyo. Mientras que por momentos observaba a Jean, sus mejillas encendidas y su cabello ondeando por el viento, el impulso hacia arriba, hacía que su melena se mantuviera hacia abajo. Pero en nada los edificios quedaron atrás, su vista se liberó, dejando de estar encerrada entre paredes de concreto. Un hormigueo en su vientre, ese que causa la adrenalina y el nerviosismo de los movimientos muy rápido como en los juegos de feria o en los grandes saltos, le invadió. —...— quiso responderle, expresarle lo increíble que era eso. Se sentía un niño maravillado. Hacía mucho tiempo que no se maravillaba con nada. Pero después de todo, no todos los días se volaba... literalmente. Simplemente había perdido el habla, su vista viajaba a la distancia, al paisaje de Queens bajo sus pies y Manhattan en el horizonte. —¿No te sientes la dueña del mundo cada vez que te elevas?— preguntó sin pensarlo, fue simplemente una duda que le surgió, una idea que se le hacía lógica en su mente. Al mismo tiempo que sus palabras escaparon de sus labios, un roce sobre su mano hizo que por instinto uniera y entrelazara sus dedos con los de ella. Escapando de su ensimismamiento, fijó su mirada en ella sonriendo con calidez. Le guiñó un ojo y no demostró gesto alguno más, ella no lo necesitaba, simplemente el gesto -primero suyo y luego propio- lo decía todo. —Si que lo es... simplemente... magnifique...— expresó, sin poder pensar con claridad, demasiado ofuscado entre sus cabellos rojizos ondeando con libertad y las nubes libres sonriéndoles, dándoles la bienvenida a su reino. —No es una mala pregunta...— dijo en un tono igual de perdido que el de ella, no la había entendido, simplemente su metáfora no le llegó. Captó la esencia, pero sus ojos recorrían el firmamento y el suelo, alternándose.

Finalmente su mirada se cruzó con la ajena, sus ojos clavados en aquel espejo escarlata iridiscente. Porque a diferencia de las esmeraldas que portaba con normalidad, aquel brillo no daba sensación de nada, eran una luz que parecía emanar de su interior y que la protegían de todo, justamente aislándola. Aunque, no podía ignorar el hecho de que era un brillo demasiado cautivador, casi atrayente. —Sigues creyendo mal mis palabras... no somos simplemente "nada más", ni pequeños ni grandiosos... Somos seres humanos, eso no implica que seamos ni mucho ni poco. Jean, mírate... estás volando sobre la puta Nueva York... ¿cuántas personas pueden decir que hicieron lo mismo? Muy pocos...— le contestó consternado el hombre. —A veces creo que ese es tu problema, intentas dividir el bien del mal, demasiado a menudo. La gente no es simplemente buena o mala, todos tenemos luz y oscuridad en nuestro interior. Son nuestras decisiones y nuestra forma de contemplar el mundo lo que dictan si en verdad nos equivocamos o acertamos ¿Es acaso una mala persona quien dispara a otro hombre para evitar la violación de su mujer?— planteó el ejemplo el estafador, estrechando y aferrando con más firmeza y fuerza la mano delicada y fría por la altura, de la muchacha. Por si tenía la loca idea de apartarse. —Tu primer razonamiento será que no, pero ¿es defensa propia? No... ¿Está matando? Si... ¿Podría detener al violador sin necesidad de quitarle la vida? Ambos sabemos que si bien, es una respuesta subjetiva y que se responderá con la especificidad de cada hecho en sí, por líneas generales si, podría detenerlo sin matarlo... Está de espaldas, ocupado y embriagado en su adrenalina, lujuria y perversión, sería fácil golpearlo en la cabeza por detrás, dejándolo inconsciente...— respondió para ambos, mientras perdía el contacto de sus ojos y para no quedar como un estúpido giró su rostro, fijándose en el East River. Al oír su propuesta de bajarlo y verse a tanta altura, su acto reflejó fue aferrarse a su mano nuevamente. La apretó con fuerza, quizás esta vez lastimándola un poco, pero en su inocencia creía que de soltarla caería a la nada, muriendo en el impacto, no se detenía a pensar que la mente de la pelirroja era la que los elevaba.ç

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Mensaje por Jean E. Grey Vie Jul 18, 2014 10:55 am

¿Sentirse la dueña del mundo? Era más que eso. Se sentía como si de un solo abrir y cerrar de ojos, de un simple parpadeo, podía devorar todo lo que estuviera a su paso, como si el universo que contemplaba ahora mismo fuese una simple manzana sobre la palma de su mano, que podía destruir con un mero esfuerzo de su telequinesis. ¿Cuántos podían decir que sintieron aquel sofoco de placer que te domina cuando te sabes dueño de algo? Esa adrenalina por tus venas que te consume. El pálpito constante de tu corazón, golpeándose duramente contra tu caja torácica como si quisiera salirse de tu pecho, demostrándote que tan mortal eres y cuan frágil es un ser humano en ese instante, dominado por el absoluto delirio de declararse en posesión de un mundo que no le pertenecía. Jean Grey se sentía como Dios, y sentirse de esa manera podía ser el error más grande de su vida, pero lo disfrutaba, con cada fibra de su mortal cuerpo, ella se desvivía en los cielos, olvidándose de su nombre, de su vida, de todo lo que allá abajo existía. Por un momento, se olvidó de que el castaño estaba con ella, el tacto de su mano le fue indiferente y sus ojos se cerraron, sus fosas nasales se expandieron un poco, inspirando con fuerza el aire que llegaba por montones a sus pulmones. Era perfecto. ─ ¿Dueña, Remy? ─El suspiro de sus labios, la mirada pérdida de sus ojos, los cabellos alborotados por el viento que azotaba en esa altura. La pelirroja jugó con la punta de su melena y se mordió el labio inferior al fijar sus rosáceos en él. ─Me siento Dios. ─Un gemido de placer al decir aquellas tres palabras escapó de su boca. Podía ver la inmensidad de edificios a lo lejos, desviaba su mirada al suelo y las personas parecían simples hormigas que caminaban sin un lugar fijo.

Podía tener el mundo en sus manos en ese momento y por primera vez, compartía verdaderamente ese placer con alguien más. Era la segunda vez que había permitido que alguien se valiera de su poder para alcanzar una cima, sin embargo, si comparaba con la experiencia compartida con Emma Frost, la rubia no había sido capaz de sentir el frío aire del cielo contra su cara, no sintió el viento corriendo libremente por sus extremidades y ni siquiera pudo disfrutar de la sensación de estar suspendido en medio de las nubes y que a donde quisieras moverte, tu cuerpo te seguiría, sin caer, sin tocar el suelo, observando a la distancia el pasaje edificado de Nueva York. Remy LeBeau estaba disfrutando de un don que a ella le había costado años perfeccionar. ─No creo que haya malos y buenos únicamente, Remy. ─Respondió con una sonrisa vacía, que no llegó a sus ojos y aunque lo hubiese hecho, él no iba a poder ver a través del brillo rosáceo que su mirada tenía. Su mano libre fue directamente a la mejilla masculina, acarició con la yema de sus dedos  el rostro ajeno antes de volver a hablar con un tono suave. ─La maldad no existe, es como el frío, ¿no ves? No existe tal cosa como frío, es solo producto de la ausencia de calor. Lo mismo pasa con la oscuridad, es solo ausencia de luz. Entonces, tampoco existe la maldad, porque es simple ausencia del bien. ─Un instante de silencio siguió a sus palabras, dejó caer su mano al costado de su cuerpo y la sonrisa que antes portaba su rostro murió en sus labios. ─Solo creo que si tú dices que hay cosas que no podemos cambiar, porque es lo que somos, entonces, simplemente somos algo inmutable, aquí y ahora, en el futuro o en el pasado, seguiremos siendo esto que somos, sin importar que suceda, ni en dónde estemos. Yo seguiré siendo Jean Grey y tú seguirás siendo Remy LeBeau. ─Cada vocablo que salía de sus labios provocaba que las efímeras sonrisas que alguna vez coronó su boca, se declararan extintas. Jean no entendía exactamente por qué Remy veía el mundo de esa manera, a ella le parecía un destino triste, inamovible, ser simplemente lo que debíamos ser, lo que teníamos ser, lo que éramos dentro del entendido de ese universo. ¿No sería eso conformismo?Entonces, sería el mundo más triste que conozco, porque no podría ser algo más,  no podía convertirme en algo más, ¿y dónde quedaría el poder del libre albedrío allí? Vivimos nuestra vida como se supone que debiéramos vivirla, pero entonces, no podemos cambiar porque perderíamos nuestra esencia. ¿Pero quién dijo que nuestra esencia está en nuestros poderes o en nuestra forma de lucir? ─Ella cuestionó, sin entenderlo, sin comprender las palabras del castaño, sin poder ver su punto de vista y no era porque estaba siendo testaruda o negligente, la razón era porque no concebía un mundo donde cambiar no fuese algo real. ─Si yo me pinto el pelo de verde, me pongo lentes de contacto amarillos y me cambio el nombre, ¿quién dice que dejo de ser Jean? Solo es un aspecto físico y legal lo que ha mutado, es mi decisión seguir siendo quien soy o no. Al igual que es tu decisión ser Remy y no alguien más. Pero aun así, todos tenemos el derecho de elegir si cambiamos o no, no es algo que tú decidas por mí o que yo lo haga por ti.

La pelirroja hizo una mueca al sentir el apretón de la mano ajena y miró hacia abajo, hacia el lugar donde sus dedos se entrelazaban, observando como los ajenos empezaban a dejar un rastro rojizo alrededor de su piel que se convertiría en un moretón debido al tono de su cutis. Ella lo tomó de la barbilla está vez y lo obligó a que mirara en sus ojos rosáceos. ─Era broma, nunca te dejaría caer. ─Susurró y la comisura de sus labios se elevaron tan solo un poco para formar una semi-sonrisa. ─Y tienes razón, habría que saber los detalles de la situación para basarnos en cómo respondería el hombre, pero su decisión sería obvia e inmutable, escogería salvar a su esposa, novia o lo que fuese, ¿por qué? Porque un vínculo de amor y cariño lo une a ella, porque quiere protegerla de aquella atrocidad, y en esa decisión, no hay maldad o bondad, simplemente es un ser humano que piensa con el corazón y con su mente, decide a base de hechos y de creencias. ─Soltó un suspiro, desviando la mirada hacia un punto indefinido. ─Pero dime, ¿cómo sería en un lugar diferente? Tal vez en un pueblo africano donde la violación es un hecho natural, aunque sea de lo más aberrante, donde es bien visto y nadie tiene derecho a entrometerse en ello. Entonces, ¿estaría bien o estaría mal que el hombre viole a la mujer delante de su compañero sentimental? O aún más, ¿estaría bien o mal que dicho compañero sentimental consienta ese actuar? ─De solo pensarlo se le erizaban los vellos de la nuca, era horrible pensar en algo así, pero por mucho que lo fuera, era parte de la dura realidad en que vivían. ─Yo lo consideraría detestable, degradante, la gran mayoría lo consideraría así, pero a sus ojos, eso es normal, está bien, es socialmente aceptado. Es una costumbre. Entonces, ¿quién eres tú para decir que está mal o no? Yo no digo que el violador sea una mala persona, sino que tomó decisiones equivocadas. El azar o el destino nada tuvo que ver en eso, fue su decisión, fue lo que quiso hacer de su vida, en que cambió, pero al mismo tiempo, él puede decidir cómo enmendar su error. Y eso es en lo que siempre me he fijado, Remy, en cómo las personas enmendamos nuestros errores cuando reconocemos que los hay.

Está vez sonrío, zafándose del doloroso agarre del castaño y miró su mano por un instante, volviendo a fijar su vista sobre el rostro masculino cuando levantó la mirada. Jean acarició por última vez la mejilla ajena, antes de alejarse por completo de Remy. ─De todas formas, eso ya no importa, ahora, ¿a dónde quieres ir? ¿O prefieres permanecer flotando aquí a la espera de algún avión para poder decir hola? ─Eso sería demasiado caprichoso de su parte. Una vez lo había hecho, recordó, cuando descubrió por primera vez que podía usar su telequinesis en sí misma y no había podido detener el ascenso hasta que Warren lo hizo por ella. Recordarlo le trajo unos escalofríos, porque pudo haber ido más allá del límite permitido, además de que duró una semana sin poder moverse adecuadamente. ─Espero y no, realmente, llamaríamos la atención. ─soltó una suave carcajada por lo bajo. ─En fin, habla, que hoy puedes usarme para ir más allá del cielo.

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Mensaje por Remy E. LeBeau Sáb Jul 19, 2014 4:27 pm

Por un momento Remy dejó de ver sin contemplar nada, para observar en su totalidad el mundo que se extendía a sus pies. Era Queens y más a lo lejos Brooklyn, Manhattan. Pero no era solamente eso, era el mundo, era la sociedad. Ellos seguían siendo dos manchas, pero ahora eran dos manchas en el firmamento y podían observar la gran mancha que era la raza humana en aquel planeta. En definitiva, eso acababan siendo, una plaga, casi un parásito del mundo. Encima no eran capaces de salir de su propio planeta, mientras que la galaxia abarcaba millones más –donde les era imposible la subsistencia y siquiera llegar- ni que hablar del universo entero. Así y todo, contemplar el mundo a tus pies de una manera tan literal, era una sensación embriagadora inigualable e indescriptible. Se había equivocado y Jean con sus palabras se lo terminó de hacer notar.
Giró de nuevo la cabeza para verla y se encontró con aquella imagen que simplemente era para el recuerdo eterno, la melena al viento la mirada fija sobre la propia, ambas rosadas. Pero cuando realizó aquel gesto tan coqueto jugando con su cabello y al castigar su propio labio con sus dientes, no lo resistió. Un calor recorrido al muchacho y un gruñido gutural y como acto reflejo, escapó de sus labios. —Lo entiendo, pero no hagas eso…— intentó reprocharle mientras se giraba en el aire –sin entender como- y con la mano libre intentaba de liberar su labio opresado. Más se vió interrumpido por aquel gemido que acabó descolocándole. Apretó los ojos y se insultó mentalmente una y mil veces. ”Cálmate LeBeau, no seas un patán, nunca lo fuiste y no es hora de comenzar a serlo…”

Suspiró resignado luego de oírla, pero la dejó ser. Después de todo, ella era joven y estaba bien que mantuviera esperanzas, buena fé en el mundo. Venían de mundos distintos, crecieron en contextos diferentes, no podía culparla por ser como era ni criticarla por ello, de hecho no lo hacía. —¿Entonces qué es lo que crees que haya?— contrarrestó, buscando hacerla pensar, que meditase sus propios dogmas, él conocía la respuesta hacía tiempo ya. Sin embargo toda línea de pensamiento se cortó cuando sintió las yemas ajenas sobre su piel, generando en su rostro una sonrisa sincera y pura, amable, plácida. Cerró los ojos, no quería ver, porque no quería verla a ella y correr el riesgo de sucumbir. Tampoco quería verse a sí mismo, admitir que estaba dejando ser y que no estaba aprovechando a ser. —Es un razonamiento muy acertado en cierto modo pero mucho más interesante que acertado. Ahora, pregunto, ¿qué es el bien? ¿qué es el mal? ¿Tu academia es el bien y Magneto el mal?— inquirió mientras separaba sus párpados, volviendo a contemplar el rostro y las expresiones de su compañera. Sus ojos continuaban siendo del mismo modo que los suyos y en cierto modo extrañaba sus luminosos faroles verdes que parecían sonreír a la par de sus dientes cuando ella estaba feliz. —No realmente, porque dentro de eso que no podemos cambiar, está el hecho de ser justamente cambiantes. Yo no puedo evitar evolucionar, crecer y que mi cuerpo se desarrolle y no pude evitarlo al menos desde mi nacimiento hasta los veinte años ¿Pero eso cambiaba quien yo era? En absoluto. Yo puedo un día apoyar a Magneto y otro a Charles, mientras sea consecuente conmigo mismo, la vida, en realidad es un largo e inacabable proceso en el cual todos nos reinventamos y evolucionamos. Algunos mejor que otros, muchos desastrosos ¿O te parece realmente vital e importante en la vida de una persona ganar equis cantidad de dinero al año? ¿Es realmente importante el barrio en el que vivamos? ¿La marca del traje que vistamos? ¿Es realmente importante ser “buenas personas” si eso implica no ser nosotros mismos? Cada uno toma sus decisiones, pero hay cosas que no dejaremos de ser nunca Jean, y ahí es cuando tienes la razón. Nuestra esencia no son ni nuestros poderes ni como luzcamos, ¿qué es para ti la esencia de cada uno Elaine?— acabó manifestando el castaño, aludiendo a su segundo nombre mientras le sonreía con picardía y descaro. En esa clásica sonrisa en el temeraria y aventurera, por sobretodo irresistible. —Porque el cambio no pasa por ahí, precisamente. Un violín no deja de ser un violín por estar roto ni dejó de ser un violín por pintarlo de azul ¿pero puedo cambiar yo lo que es? Claro que sí, todo es relativo las verdades absolutas no existen. Por eso, la realidad es una ilusión tanto como la verdad o sobre todo la libertad ¿Te sientes libre acaso Jean Grey? Porque si es así, has sido engañada como los cuarenta billones de habitantes en el mundo, o los que seamos…— expresó, en voz alta un pensamiento hacía relativamente poco tiempo meditado, una idea concebida y dada forma hace poco pero por sobretodo comprendida hacía menos.

Aferraba aún las manos pálidas de la chica, rehusándose a soltarlas. No fue hasta que sintió la mano ajena tomarlo por la barbilla que las alfojó un poco. Por alguna extraña razón a tanta altura, no sentía frío, de hecho con cada sonrisa y roce de la chica mayor calidez sentía en su entorno. ”Y para mi desconsuelo no es producto de la telepatía ella simplemente es demasiado agradable y asquerosamente amable, cálida, adorable” masculló mentalmente tratando de ver si contemplándolo así dejaba de darle vueltas a un asunto que le traía los pelos de punta hace tiempo. Pero ni así lograba su cometido. Miró los espejos rosados que eran ahora los ojos de la pelirroja y frunció los labios. —Nunca, es una negación bastante… abarcativa, difícil de cumplir.— puntualizó el de Nueva Orleans como réplica su susurro y esta vez fue él quien sonrió. —¿En serio la estaría salvando? ¿Estás segura? ¿Quitar una vida vale la pena por salvar otra? ¿Se puede pensar con el corazón? No, ese hombre no estaría razonando en una situación así, actuaría por impulso y sin embargo lo exoneraríamos de culpas, más allá del dictamen judicial, sería inocente para nosotros. Pese a ello, habría quitado una vida. Y vuelves a resbalar, si hay bondad o maldad, pero no premeditadas, no decide ser una cosa o la otra, no se detiene a pensar “¿Estaré siendo bueno si hago esto?” hace, simplemente actúa como le sale natural exponiendo entonces, su verdadera esencia. Que podría ser “buena” o “mala”— contrarrestó el de ojos escarlatas, con algo de presteza y rápido de labia, contemplando imperturbable a su joven amiga, al pronunciar cada palabra. —Tu misma lo estás diciendo Jean. ¿Quién eres tú para decir que está mal o no? Tu considerarías a una persona que viola mala, porque social y culturalmente te han enseñado e inculcado que eso es horripilante y aborrecible. Así como te inculcaron que hay que vestirse todos los días para ir por la calle. Nadie es nadie para determinar qué está bien y que está mal, todos somos libres de hacer lo que querramos con nuestras vidas y sin embargo, existen civilizaciones y sociedades con prejuicios sociales altísimos e incontables tabúes ¿No ves entonces lo hipócrita de todo esto? ¿El que sean esas mismas civilizaciones las que pregonen estigmas tan altos como la libertad –cuando es una simple ilusión- y la igualdad –cuando claramente esto no sucede- para luego ser la primera en acribillar al distinto?— planteó el muchacho divertido. —Hablas de que dicho violador podría enmendar su error, que el azar no tuvo nada que ver, que el decidió que hacer, que decisión tomar y como vivir su vida ¿Estás segura? Él no eligió donde nacer, él no eligió ser un humano o un mutante y él no eligió que el mundo funcionase como funciona ¿Entonces fue realmente su decisión? ¿Respecto a qué? Tu dijiste que en esta supuesta tribu africana es normal que se viole, ¿entonces que error hay? ¡Si justamente es una práctica normal! Tu planteo es descabellado, porque lo planteas desde tu óptica, no debe recomponer su vida, ¿por qué? ¿Porque según tu está viviendo mal? ¿Porque según tu se está equivocando? Vaya Jean, me sorprendes, ¿no dijimos hace momentos que nadie es nadie para decir que está mal?— simplificó el muchacho, enredándola y ejecutando su trampa al fin y al cabo. Exponiéndola ante una escena que estaba casi seguro se le haría insoportable de tolerar y admitir, porque lo peor de ella era, que era cierto. Que había caído en su propio juego, con sus propias palabras, de ella, Remy había logrado enredarla y exponerle como ella sola se contradecía.

Dejó que el silencio poco a poco invadiera de nuevo la escasa distancia entre los dos, hasta sentir la ausencia de calidez entre sus dedos, ya que ella había apartado su propia mano. Una última caricia sobre su mejilla le anunció la distancia que puso entre sus cuerpos la mutante mientras retomaba el hilo de la conversación, cortando por la tangente. —No lo sé, ¿tu eras la reina de los cielos no? Guíame, Jolie— replicó divertido el de Nueva Orleans, en su lengua natal al final de la frase para acabar guiñándole un ojo.
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Mensaje por Jean E. Grey Lun Jul 21, 2014 12:32 pm


Las palabras del castaño hicieron que sus labios enmudecieran, volviéndose en una fina línea pétrea sin ninguna emoción más que el desconcierto provocado por cada vocablo. Ella lo miró, no había nada en su mirada, vacía total de sentimientos, brillando con el tenue rosado de sus poderes mientras su cerebro canalizaba la fuerza psíquica para mantenerlos en vilo, flotando. ─La libertad no es un concepto que está ligado a la creación, Remy. Si no has nacido, ¿cómo vas a tener el derecho a elegir lo qué quieres ser? No eres un ente, no eres nada más que polvo cósmico nadando en el vacío. ¿Cómo un par de simples moléculas serán capaces de decidir qué quieren ser si la conciencia aún no se ha concebido? No elegimos dónde nacer, ni cuándo ni cómo ni por qué, sencillamente porque aún somos simples átomos agrupándose y fusionándose, creando un cuerpo y una mente que se desarrolla lentamente hasta el momento en que respiramos siquiera un segundo por primera vez. ─Se alejó de él, guardando las distancias entre ellos mientras su cuerpo adoptaba una posición más cómoda, sentándose sobre un espacio nulo, quizás el aire, tal vez una nueve, pero en el fondo, solo permanecía levitando frente al castaño. Cruzó los brazos, bajo su pecho, sin levantar o desviar la mirada de la ajena. ─Sin embargo, luego de aquel mísero instante en que nacemos al mundo, que el universo nos ve y nos reconoce como seres, después de eso, es donde somos libres de escoger lo que deseamos. Aquel violador actúa erradamente, ¿sabes por qué lo sé? No porque la sociedad me lo ha inculcado, no porque esta cultura dice que lo es. Sencillamente porque ese hombre está violentando la libertad de esa mujer. Ella no quiere tener un plano físico y carnal con él. ¿Por qué debe obligarla? ¿Por qué tiene que doblegar su voluntad para obtener lo que desea? ¿Por qué impone su deseo sobre el de ella si todos tenemos el derecho de decidir? Eso es lo erróneo, eso es lo que las personas llaman mal. Lo único universal y real en esta existencia, Remy LeBeau, es que todos podemos elegir. Sin importar qué. Las decisiones son las que nos hacen libres o seres opresivos. Esas mismas elecciones son aquellas las que nos encadenan a ser quiénes somos o algo totalmente diferente. Esas mismas circunstancias son las que nos hacen ser. ─Ella sonrió con tristeza, moviendo su mano sutilmente y la energía psiónica a su alrededor  vibró, reflejando aquella onda con un brillo rosáceo idéntico al de sus ojos. A la pelirroja le hubiese gustado entrar en la cabeza del chico, explorar los pensamientos que dominaban su mente y la forma en que veía el mundo. Sin embargo, había aprendido que entrar en la conciencia de los demás sin el debido permiso era desagradable. ─Una vez leí “yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo a ellas, no me salvo yo”. Nuestras circunstancias son nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra familia, nuestra cultura, la sociedad a la que elegimos pertenecer, el mundo que elegimos construir. Porque ese mundo no es una realidad absoluta, no es independiente, ese mundo es lo que yo he creado, lo que conozco, lo que advierto y nosotros somos en él lo que la vida es con nosotros. Pero ante todo, somos lo que elegimos. Y nuestras elecciones son nuestras circunstancias, porque las hemos abrazado, todo lo que ello implica; por ende, dejaría de ser yo si las niego, aquel violín dejaría de ser un simple violín. Eso es lo que el bien y el mal son. Elecciones. Producto de lo que decidimos ser.

Hizo una pausa, tomando una honda bocanada de aire al sentir que le faltaba el oxígeno en los pulmones. Hacía frío a esa altura y éste comenzaba a calarle los huesos, movió sus manos, frotándose la piel de los brazos para calentar un poco sus extremidades antes de que éstas comenzaran a dormirse. Él no la entendía e intentaba hacerle ver que sus ideales eran erróneos, que se confundía y era incapaz de mantener su idea. Comprendía el por qué lo hacía, él era él y ella era ella, no había manera alguna de no concebir esa simple idea de forma separada. ─Y te recuerdo, nunca dije que estuviese mal, nunca lo mencioné, dije que lo consideraba detestable, erróneo y te repito, lo considero así porque abusa del derecho de otra persona, del libre albedrío de alguien más. ¿Quién eres tú para hacer algo así? ¿Quién te crees para intentar dominar a alguien más, imponiendo tus deseos, tus ideales, tus anhelos? Por eso no estoy del lado de Magneto, porque él solo busca someter a los humanos, busca apoderarse de ellos, sin mediar palabra, sin darles la oportunidad de elegir. Charles, en cambio, intenta conciliar, intenta ayudarles a ver que no todos los mutantes están mal, no los oprime, no los batalla ni pretende hacerlos sucumbir, les permite elegir, les permite comprender. Nadie entra al Instituto obligado, todos elegimos estar allí y quien no quiere estar, lo dice y se puede ir. Eso, Remy LeBeau, es la gran diferencia entre ellos. Es por lo que yo lucho, por ser libres. Sin embargo, toda libertad tiene un límite y debes saberla mucho antes de que lo tenga que decir. ─Se quedó en silencio por un segundo. ─Mi límite es tu límite. Donde empieza tu libertad, termina la mía. Esa es la regla incuestionable e inamovible del universo. Yo no pienso si alguien está siendo bueno o si está siendo malo, porque eso no existe, la maldad es ausencia del bien y el bien, la bondad, es simplemente actuar respetando a los demás. Si tú robas, no estás respetando al propietario de ese bien. Estás yendo contra la ley más importante del mundo entero. Sin embargo, estás ejerciendo, en tu preconcebida noción de libertad, tu derecho a ser libre, pero eso deja de ser libertad y se llama libertinaje.

Calló, sintiéndose exhausta para seguir hablando. Había comenzado a tener un dolor de cabeza, sus labios se agrietaron un poco ante la resequedad y el frío no hacía más que aumentar. Se percató, entonces, que su ascenso no había terminado y que seguían elevándose tan suavemente que ni ella misma lo pudo notar en su momento. Pausó, echando una mirada hacia abajo, recorriendo con su mirada que ahora el paisaje era más borroso, casi de ensueño, todo manteniéndose como figurillas en el horizonte, siendo bañados por la luz del sol. ─Pero creo que esto debe quedar aquí, tú no me harás cambiar de opinión, yo no quiero que tú cambies la tuya, por lo que sería más agradable dejar de hablar. ─Dejó caer sus brazos a cada lado al igual que sus piernas regresaron a su posición inicial, de pie más bien, estirada completamente frente a un Remy que le decía que lo guiará. ¿Guiarlo a dónde?, quiso preguntar pero luego recordó el motivo por el cual estaban suspendidos en el aire. Jean se acomodó el cabello, echando hacia atrás las melenas rojizas sin mucho éxito, ya que el viento se encargaba de traerlas devuelta sobre su cara. Volvió a morderse el labio, fastidiada ante los molestos mechones. ─ ¿Helado, no? Creo que debe haber una de esas heladerías italianas por aquí cerca. ─No sabía exactamente hacia dónde, pero perderse en el cielo nunca estaba mal, se le antojaba divertido en ocasiones. A pesar de que volvía a tener cierto recelo invadiendo el espacio personal de otro, y que invadan el propio, la pelirroja se acercó a Remy, sujetándolo de la mano. Sus brillantes ojos carmesí se fijaron en el rostro ajeno por un segundo. ─No te caerás, ya te lo he dicho, pero volar a una velocidad en especial puede ser un poco… desconcertante. ─Murmuró y al terminar aquella oración, usó su telequinesis para hacerlos mover rápidamente sin ninguna dirección. Jean había perdido el sentido del norte o el sur, del oeste o el este, francamente no le importaba cuando se encontraba allá arriba. Olvidándose por completo de Remy, soltó su mano, extendiendo los brazos a cada lado y una sonrisa tomó posesión de sus labios, siguiéndole entonces una carcajada de completo júbilo al girar sobre su propio eje y seguir avanzando de entre las nubes, moviéndose en zigzag, luego recto y de vez en cuando, haciendo acrobacias que terminaban desestabilizándola.

¿No te parece esto maravilloso? ─Fue lo primero que dijo al acercarse a Remy, tenía el pelo alborotado, las mejillas rosadas por la agitación del vuelo y su voz se entrecortaba con cada frase que enunciaba. Sus ojos recorrieron la figura masculina, deteniéndose en la mirada del mismo color y luego más abajo, hasta que perderse en los edificios. ─Pero hasta aquí hemos llegado, ¿te doy una mano para bajar o prefieres hacerlo solo?


Jean E. Grey
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Mensaje por Remy E. LeBeau Mar Jul 22, 2014 6:27 pm

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Mss. LeBeau, lo siento, me has vuelto a inspirar... puedes matarme, o podemos cerrar post aquí o puedes responder ya con el descenso si es mucho estrés lo anterior. Qué es lo más probable que hagas x'ddd
El joven bandido tragó saliva con dificultad al encontrarse con aquel rostro femenino. Era inexpresivo y reflejaba una soledad y una resignación simplemente insoportables. O eso le parecía a él. —¿Entonces la libertad solo es para seres humanos que viven? ¿O seres vivos existentes? Entonces liberemos a las mascotas del mundo, boicoteemos los zoológicos. Y las plantas, dejemos de domesticar plantas, de invertir en la agronomía... Pero dejando eso de lado, si recién somos libres cuando nacemos, porque existimos, antes no lo fuimos y antes estábamos. No como personas, eramos algo, casualmente en teoría parte de dos entes libre. Y mientras nos gestábamos no teníamos libertad y sin embargo, existíamos y respirábamos a través de nuestras madres. Y no eramos libres. Si la libertad -en cambio- parte de la consciencia y el conocimiento, hay muchos ignorantes que no deberían serlo ¿no estás de acuerdo?— volvió a contradecirla, a emplear sus propias palabras en su contra. Para que al ver las distancias que trazaba nuevamente, un nuevo gruñido se escapara. Este fue premeditado y avalado, mucho más agresivo y menos natural. No la quería lejos ¿qué no lo entendía? Suspiró con resignación, después de todo no se trataba solo de lo que él quería y con ella, eso lo respetaba, con ella. —¿Entonces tu planteo es que tenemos libertades reguladas? ¿Limitadas?— inquirió interrumpiéndola, bastante escéptico. Y al ver que era así en cuestión soltó una carcajada irónica. —O sea, que para ti la libertad es como una parcela de tierra personal que tiene cada uno, para ejercerla. Poniéndolo en un plano metafórico, si el universo fuera un plano en sí mismo y nuestra libertad tuviera que ocuparlo, tendríamos todos los mismos metros cuadrados de libertad, supongamos que cuadrados de dos metros por dos metros. ¿Te das cuenta lo estúpido que suena? Tenemos conceptos diferentes de libertad, porque para mí, la libertad trata en cuestión de que no haya límites y como todo tiene su lado blanco y su lado negro. La libertad es potencial puro, es el que tu puedas elegir y optar, decidir, lo que te venga en gana. Tanto si eso viola la libertad de otra persona como si no, porque uno mismo vela por su propia libertad ¿quién sino? ¿La ley? ¿El estado? No me hagas reír Jean, si uno mismo no es capaz de proteger su libertad, está perdido y eso es así. Porque justamente, el estado no te protege ni la ley, si alguien decide invadir tu libertad y abusar de ti. En todo caso, con el "mal" ya hecho, podrá sancionarlo. Y esa sanción no estará imbuyendo en el violar la libertad de alguien mas y doblegar su voluntad. Porque si esa voluntad fue doblegada es porque no fue lo suficientemente firme. Esa sanción, esa pena de cárcel o muerte, es la penitencia por incumplir una mera norma dentro de ese ámbito humano y social, dentro de ese estado soberano. ¿Entonces la libertad varía según donde nos encontremos? ¿Para ti la libertad es eso? ¿Una ley escrita en una constitución nacional? Magneto lucha por lo que cree y es libre, en parte, de poder elegir eso, aunque conlleve atentar contra la libertad de otras personas. Es una mentira que todos somos igual de libre y tenemos la obligación de respetar la libertad ajena. Eso depende de cada uno, ¿acaso por tener una moralidad distinta a la tuya soy malo? ¿Por creer que puedo atentar contra la libertad de otra persona y salir impune soy una mala persona? Quizás, pero para el estrato socio-cultural en que la gran sociedad occidental se ve imbuida. Pero, ¿qué pasa si me asbtraigo de eso? ¿Qué pasa si dejamos las naciones, las sociedades y las culturas de todo eso? ¿Qué pasa si vamos al corazón del amazonas Jean?  ¿Hay leyes, tabúes y prejuicios allí? ¿Realmente a alguien más que a ti mismo le importarán tus propias ideas y conceptos del bien y el mal, de la libertad? No, porque si yo estoy allí contigo también me importarán. Sin embargo no te confundas, mataría a quien "intente" violarte— confesó con la voz algo agitada, los labios resecos y la garganta clamante de agua. Hizo una pausa para tragar saliva. —Pero no te confundas, no mataría porque crea lo mismo que tu, tampoco mataría porque yo considere que no tiene derecho a hacerlo, ni lo mataría porque considere que no es más que una hormiga comparado a la chica de cabello rojo que intenta siquiera tocar. Y si, también se que no necesitarías que lo mate, que tu podrías encargarte. Pero ¿sabes qué? Principalmente, lo mataría porque puedo y porque querría, porque las sensaciones encontradas que me generaría, decantarían que tenga ese proceder ¿Lo haría a consciencia? Quizás no, estando en un estado pasional, pero no me arrepentiría ¿Y sabes la mejor parte? La sociedad no me juzgaría, incluso sería un héroe por salvar a una chica de un violador...— concluyó burlón e irónico. —Entiendo tu punto, pequeña. Sé que piensas que todos somos libres y esa libertad no es un privilegio, sino un deber. Tenemos que velar por nosotros y respetar la libertad ajena. Tomar decisiones correctas y así ser personas íntegras y éticas. Pero no lo comparto. La libertad, es simplemente el hecho de no tener un lineamiento de ningún tipo, de poder escoger lo que se nos dé la gana, justamente sin criterio alguno. Porque, ¿qué forma el criterio? Una bajada de línea, y eso nos limita. Por eso no creo en la libertad, porque desde que nacemos, desde nuestra crianza y pasando por nuestra educación. No somos libres, una serie de condiciones socio-culturales nos impiden serlo. Piénsalo Jean, esa persona que se mata trabajando para ahorrar dinero y así poder pagar la educación de su hijo ¿es libre? Cuando sea anciana y vea que toda su vida fue eso, trabajar de algo que no le gusta, siendo sobre explotado, con una carga horaria tan impresionante que se perdió los mejores años de su niño, que no pudo estar presente en gran parte de los momentos importantes ¿fue realmente libre? ¿pudo elegir? ¿O me dirás ahora que su elección fue matarse trabajando? ¿Lo fue? ¿En serio? ¿No fue la sociedad quien dictó que una carrera universitaria es algo a lo que aspirar? ¿Algo tan importante como lo es la educación de una persona que involucra a gran escala el futuro de una sociedad debería ser pago? ¿Qué es el dinero? ¿Por qué vale tanto si es un simple papel? Jean, deja de engañarte, hay gente que cree que vivir es conseguir ese trabajo soñado en esa amplia oficina, usando ese traje hecho a medida y con un auto deportivo último modelo ¿Cuánto vale eso? ¿Eso es libertad? ¿La posibilidad de llegar muy alto en el eslabón social y la lucha de clases? ¿Entonces el sueño americano es eso? Aspirar a casarte, tener hijos, una casa en los suburbios, un perro llamado Max y la mujer se dedica a criarlos mientras el hombre es un oficinista que trabaja más de ocho horas diarias para ganar dinero y así poder estar "mejor". Mientras el chico y la chica van a la escuela y aprenden que la vida es unilateral, que lo importante para la chica es conseguirse un novio popular y para el chico ser un gran deportista es solo un sueño... Y ese es el mundo que teóricamente creamos ¿no? Yo no pienso así, yo pienso que el mundo es una bola de nieve que hace muchos años viene rodando ladera abajo, haciéndose más y más grande. Si estas circunstancias las he elegido yo, lo hice drogado e inconsciente ¿Realmente crees que este mundo lo construimos nosotros? Si, a la larga, esta generación habrá contribuido a su "evolución" pero porque ha nacido condicionada por los años de historia humana que cargamos. Desde antes del 0 AC, pasando por la antigua Grecia y el imperio Persa, hasta llegar a la Mesopotamia. Siempre hemos vivido condicionados, por reglas, estructuras, el mismo lenguaje es una barrera incluso para los grandes conocedores del mismo. Nuestros cuerpos y mentes tienen un límite. Entonces hablar de libertad, como del bien y el mal es irreal. Tu lo has dicho, son elecciones, pero sin embargo unas son maljuzgadas y las otras no ¿En qué se diferencian unas de otras? ¿Que el mal es anti-moral, anti-ético, anti-social, anti-cultural, anti-humano? ¿Y quién determina qué es moral, ético? ¿La cúpula cristiana? ¿Esa que durante tanto tiempo se dedicó a perseguir y matar en nombre de un Dios que promulga un mensaje de paz, aceptación y tolerancia, de amor incondicional? No, ellos claro que no, ¿entonces quién? Alguien habrá de haber sido, entonces, ¿Quién es ese alguien para determinar el bien y el mal sino es una autoridad divina? ¿Y de ser una autoridad divina, quién es el que habla en nombre de ella? Porque hasta ahora yo no vi ninguna...— estaba exhausto, las ganas de intentar cambiar la perspectiva de la joven, de pronto, se le habían esfumado.

Un jadeo tenue, acompasado, se hacía oír ante tal altura. Era el propio LeBeau que sentía su pecho subir y bajar. Hablar tanto, tan enérgicamente y seguido, lo había acalorado. Su mirada se fijó en la melena color fuego de Elaine y entonces le diable blanc sonrió de lado. Para finalmente desviar la mirada hacia las nubes que esponjosas, se antojaban demasiado cerca, daban ganas de tocarlas. —Es una salida diplomática pero algo amarga, sabes que siempre me gusta quedarme con algo en las manos si empleo tanto esfuerzo...— comentó algo descarado mientras soltaba una risa traviesa y divertida, armoniosa y natural. Entonces, callado, observó como ella se "ponía en pie", en medio de la nada y volvía a acercarse hasta él. Arqueó una ceja expectante y esperó. —¿Por aquí cerca? No veo ninguna y creo que aun no inventan los edificios voladores...— bromeó irónico el de mirada carmesí, haciendo que buscaba para todos lados con la mirada -en medio del cielo- una estructura edilicia. Al recomponerse, Jean estaba cerca suyo, tanto que sintió la fría palma de su mano entrelazarse nuevamente a la propia. Curioso la observó. —Tu eres la experta, mon chére— dijo apaciguando la posible preocupación que pudiera tener. Más para sí que para ella, cierto nerviosismo se hizo presente al desconocer cuan "desconcertante" podía ser aquel tipo de vuelo.
Aceleraron de repente y un cosquilleo invadió el bajo vientre del ladrón. Mientras que las nubes comenzaban a pasar con rapidez sobre sus cabezas. Soltó un grito, que el viento se encargó de ahogar, al sentir como ella se desprendía. Haciendo que la buscara con su mirada y pudiera apreciar el show que realizó para él sin proponérselo. Una serie de piruetas, exhibiéndose.

Supongo que si, pero sin conocer la experiencia no puedo afirmarlo— dijo algo receloso, lo cierto es que volar, a gusto y por voluntad propia, debía ser magnífico. Como ella bien había dicho: maravilloso. Pero él no podía volar. —¿Hasta aquí llega el viaje? Bien, todo tiene un final, triste o no, pero final después de todo— concluyó entre poeta y filósofo, pero definitivamente barato. —No sé bajar solo, así que lo que te suponga un menor esfuerzo digo yo ¿no? Y en vistas de tu constante... tendencia, vamos a decirle "involuntaria" a mantener distancias, yo creo que optaré por bajar solo...— concluyó sarcástico mientras le guiñaba un ojo y se preparaba para la experiencia de bajar a gran velocidad. Algo que contemplaba... todo un sufrimiento.
Remy E. LeBeau
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Mensaje por Jean E. Grey Miér Jul 23, 2014 2:55 pm


Él hablaba demasiado. Sus labios se movían rápidamente, expulsando las palabras con entonación, con sarcasmo e incluso, más emociones de las que Jean podía calcular y entender. Ella solo estaba allí, flotando entre las nubes, con el pelo arremolinándose en su cuello, levantándose al viento y perdiéndose en entre las ráfagas de aire. Los ojos rosáceos fijos en el movimiento que la boca ajena reproducían, su mente distraída en las oraciones que iban y venían con tanta rapidez. Sintió el deseo de hablar, de contradecir, de volver a emitir su opinión para rebatir las palabras del muchacho, sin embargo, el cansancio de la disputa se hacía latente, la pelirroja terminó por enmudecerse, mordiéndose el labio furiosamente con algo de molestia. No por lo que él decía, no por la forma en que intentaba confundirla y hacerla retractarse de sus palabras, no, simplemente porque pensó que era una pérdida de tiempo. Él no cedería, ella tampoco. ¿Qué caso tenía seguir discutiendo por algo que no los llevaría a ningún lugar? ¿Una charla sin fin en medio del aire? Cada vez que abría la boca, sus pulmones gritaban del sufrimiento, el oxígeno se volvía escaso a esa altura y entre más emitías, más necesitabas; tu respiración empeoraría y terminarías jadeando como si hubieses corrido una maratón. ─ ¿Libertad sin límites? ¿Sin restricciones? Entonces, yo podría matarte aquí mismo, ejerciendo mi libertad, imponiéndola sobre la tuya. ¿Eso es libertad para ti? ¿Cuánto tiempo has vivido de esa manera? ─Le reprochó, no por los esquemas sociales, no por la estúpida creencia de lo bueno y lo malo. Había esperado algo más de él, lo supo con cada fibra de su ser, pero eso era tonto, ella no creía que lo hubiese hecho, ¿por qué? No tenía sentido desde su punto de vista. Remy LeBeau era un simple extraño. No tenía por qué decepcionarle. Ni una sola pizca. ─ ¿Entonces para qué se crea el derecho y las normas? ¿Para qué hay estúpidas organizaciones que supuestamente hacen valer el derecho de los demás? ¿Para qué hay estados y gobiernos? ¿para qué hay policías? ¿para qué existimos entonces? Según tu definición de libertad, somos únicamente una jauría de animales salvajes que va por el universo haciendo lo que se le venga en gana. Destruyendo, robando, asesinando. ¿Qué importa todo lo demás? Ejerzo mi libertad. ─Ironizó la última parte, el matiz de su voz había cambiado. Está vez, sólo podía definirse el tono duro e inflexible de sus palabras, su rostro volvía a ser una capa impenetrable, una máscara cubierta de un desazón que era lo único incapaz de ocultar. Eso y tristeza. Fría e inamovible tristeza. ─Podrías tomarme a la fuerza y eso no importaría simplemente porque tú quisiste, así lo hiciste y todo lo demás deja de tener relevancia. Únicamente hasta el momento en que yo decida que  no quiero ser obligada e intente frenarte, ¿pero qué importa realmente? Nada, en absoluto. Porque según tú, tienes todo el derecho de hacerlo, tú lo elegiste así. ─Tomó aire por la boca, buscando desesperadamente una bocanada que le permitiera seguir. El corazón le golpeaba con fuerza contra el pecho y sin querer, se llevó una mano a su caja torácica intentando mitigar los incesantes latidos. Sin embargo, eso no sucedió y la aflicción continuó. ─Podrías usarme, a mí y a cualquier otro, sin importar qué. ¿Esa es tu libertad? ¿Ese es tu concepto? ─Una pausa, un pequeño silencio que tan sólo fueron segundos entre la oración anterior y la siguiente. ─Donde quiera que vayas, hasta al lugar más recóndito de las amazonas o a los inhóspitos polos, siempre habrá una regla. Impuesta por la cultura, por la sociedad o por la misma naturaleza. Y esa regla es inamovible, sin embargo, tú pareces ser el único que no puedes verla. Pero está bien, así eres tú, LeBeau.

Y calló, ahí fue cuando cerró firmemente sus labios, negándose a decir algo más con respecto al tema. No tenía más nada que decir, en sus palabras se encontraba implícito lo que pensaba y si aún no le era claro al hombre, su propio rostro era una fina capa de desagrado. No compartía la opinión de Remy, sin embargo, la respetaría. ─Más abajo, si mal no estoy, hay una heladería donde puedes conseguir helado para ti mismo, robarlo, pagarlo o como gustes. ─Se sorprendió así misma al escuchar aquel tono áspero, pero no lo cambió, es más, se cruzó de brazos, mirándolo con dura e implacable fijeza que no se despegó de la figura masculina mientras terminaba de hablar, francamente ya no quería hacer nada. Extrañada, se dio cuenta que estaba desilusionada pero no había razones para qué. ¿Qué esperaba de Remy? Nada en absoluto. No esperaba nada de nadie. No podía hacerlo. Esperar algo de una persona, significaba implícitamente que te importaban y al menos, en el caso del castaño, ella estaba segura de que él simplemente era un conocido más. Alguien con quien había tenido el infortunio de encontrarse un día pero que disfrutaba de sus bromas y sus coquetos. Solo eso, diversión. ─Y bien, baja solo. Espero y no te rompas el cuello en el proceso, seguro que podrás hacer algo antes de que suceda una desgracia como esa. ─Terminó diciendo, dándole la espalda en ese mismo instante. Titubeó un segundo, sintiendo el repentino impulso de mirar hacia atrás para verlo, pero no lo hizo. ─Disfruta de tu helado y de la caída. ─Fue su última oración, dejando de sujetarlo psíquicamente y emprendió vuelo, alejándose de él a toda velocidad. Al igual que segundos atrás, no se volvió, ni quiso saber qué habría hecho para bajar. Ella simplemente siguió de largo, después se preocuparía por el sentimiento de culpabilidad que empezaba a atormentarla.



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