Decir que estaba enfadada era quedarse corto, porque más bien estaba furiosa, tan furiosa que a medida que se acercaba a la sede de la hermandad mutante de Erik tenía problemas para mantener su apariencia a la de la humana rubia que no llamaba la atención. Constantemente se veían destellos, aquí y allí de su verdadero aspecto: un mechón de pelo rojo, unos ojos amarillos de pupila vertical que aparecían durante unos segundos, un trozo de piel azul... Y que no hacían más que llamar la atención a todos los que estaban a su alrededor. Pero nada podía importarle menos. De hecho nada le importaba más allá de las ganas de patear a Erik por entrometerse en asuntos que ni le iban ni le venían.

¿Cual había sido su crimen? Que después de haber tenido el cinismo de ir a encontrarla para dejarle claro de malas maneras que no se metiera en su camino, él había tenido la poca vergüenza de meterse en el de ella.
Esa tarde tenía planeado, junto a algunos de sus renegados, un pequeño robo que les tenía que proporcionar unas joyas dignas de una reina, guardadas bajo llave en una caja fuerte muy bien custodiada. Nada que no fuera tan sencillo como un juego adoptando el aspecto del vigilante jefe, al que llevaba espiando varios días. Pero la sonrisa de satisfacción se le borró de la cara en cuanto llegó frente a la caja fuerte, porque ahí donde debía tener el asa de metal que servía para abrirla, estaba doblada como si alguien con una fuerza sobrehumana lo hubiera hecho, adquiriendo una sospechosa forma de “R”, la inicial de su nombre. Y solo conocía a una persona lo suficientemente diestra con el metal para hacer una cosa así.

Pidió a uno de sus mutantes, de los que tenían más fuerza, que arrancara esa burla de metal. La puerta de la caja fuerte quedó abierta para que pudiera comprobar que en su interior ya no quedaba ninguna de las joyas prometidas, y que, por supuesto, tenía una cita pendiente con Magneto. Había tenido su oportunidad de dejarle claro que no debía meterse en su camino y en el de su hermandad… Pues bien, ahora era su turno.

Conocía de sobras el lugar donde tenía su sede, pues ella misma había vivido ahí en los tiempos que era suficientemente estúpida como para seguirle. Recuperó su aspecto normal en cuanto estuvo segura que ningún humano la iba a ver. Curiosamente ninguno de los mutantes intentó detenerla, aún cuando la miraban con atención, completamente conscientes de quien era y a quien había ido a ver.
Y no tardó en encontrarle, por supuesto. Nunca estaba demasiado lejos. Se plantó frente a él, tirándole aquella “R” hecha de metal a los pies, cruzándose de brazos después y mirándole con mala cara.

- Tu regalo no acaba de ser de mi gusto. Quiero lo que había dentro, Erik. Y quiero que no vuelvas a meterte en mis planes, tal y como me dijiste tu. – dijo directamente, porque con él sabía que no podía andarse con rodeos.

Tenía todo un discurso preparado, para dejar claro que ella y sus planes eran tan o más importantes que los de cualquier otro, incluso tenía pensados los gestos exactos para dejar claro lo furiosa que estaba. Por eso la declaración que no tenía nada que ver con eso la dejó descolocada. Porque... ¿Debía creerle? Seguramente si, porque Erik podía ser muchas cosas, pero no solía mentir. De hecho decía las cosas tal cual eran, sin importar cuan mal pudieran tomarlas los demás.

- Aunque me importa poco lo decepcionado que puedas estar y no tengo porque darte explicaciones... Yo necesito dinero. Ni los mutantes que estan conmigo ni yo misma nos alimentamos de aire, y hasta donde yo sé, ni soy asquerosamente rica como Charles ni sé como manipular metal para hacer monedas, así que... - aquello no era estrictamente cierto. Si que era vrerdad que usaba el dinero para el mantenimiento diario de la sede en la que vivían y de procurar que todos tuvieran dinero, pero últimamente se había aficionado a ciertas clases de lujos que eran costeados mediante aquellos robos, que dicho sea de paso, también tenían su parte divertida.

Se fijó en la burbuja de metal líquido que ahora flotaba por encima de Erik, y supo entonces que había quedado en evidencia, dejando claro que él era siempre la primera persona que se le pasaba por la mente. Pero tras su reciente encuentro y después de las amenazas... No se le había ocurrido otra persona. Así que lo único que podía hacer era irse. Rápido.

- Te dejaré quedarte con ese metal para que juegues, como disculpa por el malentendido. Tengo otras cosas que hacer y supongo que tu también. - dijo dando varios pasos hacia la salida, sin recordar que ahí, en su territorio, con metal en todas las rocas que los rodeaban, nadie se iba por decisión propia, sino cuando Magneto decidía dejarlos marchar.