El verano en Nueva York se encontraba tocando su fin. Las vacaciones que hacía una semana parecían inminentes ahora se encontraban en pleno ocaso y hacían que se entrañara el inicio de las mismas. Alex por su parte estaba desorientado, no sabía como sentirse al respecto. Sufría, sufría mucho aunque no se diera cuenta, porque vivía sin vivir. No tenía nada, solo el recuerdo de alguna vez tener algo, algo que perdió y quiere recuperar pero no puede, no sabe como ¿Entonces cómo continuar con su vida? Ni sabe que edad tiene, se supone, le han dicho que tiene diecisiete años, pero hasta donde él recuerda, un día regresó al orfanato y allí pasó una semana, tan lento como un mes, o incluso un año, hasta su escape.

Estaba caminando por la acera de la callera, era tarde, como las diez de la noche y no quedaba mucha gente en Manhattan, mucho menos en el Central Park, desde donde volvía. Se dirigía a Brooklyn, dónde estaba ubicado su orfanato, su supuesto "hogar". Pero él en realidad no tenía uno, al que había pertenecido hacía largo tiempo lo había olvidado. El día simplemente había sido un abrir y cerrar de ojos para él y no porque se lo hubiera pasado fenomenal. Justificando de aquel modo la frase: "Cuando nos divertimos el tiempo vuela".

Se encontraba cruzando el brazo del East River. El puente Brooklyn, uno que en su momento había sido el más extenso del mundo y que -a pie- costaba cruzar su buen trayecto, se deslizaba bajo los pies del rubio. La noche caía abierta, no se vislumbraba ni una nube en el cielo. Aunque por producto de la urbanización en la metrópoli, tampoco se podían apreciar todas las estrellas del firmamento. Entonces Alex levantó la vista del suelo, hacia donde acostumbraba a mirar al caminar, para no tropezar con nada. Y se encontró con una muchacha solitaria parada en el puente, apoyada contra el barandal y observando lacónica hacia el agua. Estaba muy sola y tenía una llamativa cabellera roja. Decidió continuar con su camino, era un simple ser humano disfrutando una noche en Nueva York. Pero al acercarse más, casi para pasar detrás de ella y continuar su camino, observó tristeza en su mirada. —Qué noche ¿no crees?— comentó como al pasar el de ojos celestes, a ver si le devolvían el comentario.