Robar era la primera parte de sus planes, pero evidentemente todo lo que no era dinero tenía que intercambiarse por billetes, y el lugar idóneo para eso era el mercado negro.
Había conseguido varios contactos que, aunque le habían recalcado que no era de fiar, de momento no le habían fallado. Se habían quedado las joyas sin ni siquiera una mirada extrañada, sin cuestionarse porque una chica como ella tenía tantas joyas que colocar. Pagaban en efectivo y fin del trato. Intentaba no usar el mismo contacto dos veces seguidas y evitar los problemas.

El de aquella noche era un contacto nuevo. Nunca había hecho tratos con él, y por eso cuando no fue puntual a las 23:30 tal y como habían quedado, empezó a impacientarse, y para cuando el restraso era de casi media hora supo que estaba definitivamente de mal humor. Notaba muchas miradas puestas en ella, porque una chica con su aspecto, sentada sola en un bar de mala reputación en el Bronx llamaba la atención, sin duda. Apuró su copa, dejando el vaso con un golpe sordo y seguramente demasiado contundente encima de la barra, decidida a marcharse, sintiéndose estúpida por haber estado perdiendo el tiempo por nada, y justo en ese momento notó una presencia masculina justo a su lado.

Se giró para mirarlo. Alto, de aspecto duro, con barba de varios días... Si, definitivamente entraba en el tipo de hombre con el que había estado tratando últimamente, e inmediatamente dedujo que aquel era su contacto, descaradamente tarde.

- Ya era hora. Me vas a pagar la siguiente copa para compensar la espera. - dijo sin más, cruzándose de brazos encima de la barra, y ladeando la cabeza sin mirarlo directamente, esperando como mínimo una explicación por el retraso.

Lobezno era un hombre de muy pocos amigos, no confiaba en nadie realmente y su forma de ser no le ayudaba en nada. Seguía en Nueva York por una razón y pensó que era mejor tomar un trago antes de salirse de su departamento sin dejar rastro. Un puro de tabaco se le podía notar en la boca mientras se encontraba sentado inerte en un sillón de su habitación oscura, sucia y solitaria. El sol gradualmente se fue escondiendo dejando a la figura sobrehumana envuelto en lúgubres sombras. Su torso desnudo dejaba ver pelo, y sus brazos cubiertos en vello –aunque sumamente musculosos- la barba lo hacía parecer como un animal, y claro que su proporción corporal no le ayudaba en lo absoluto a disimular un mal carácter. En su mano diestra se encontraba el cigarro; el humo formaba figuras en la sombra y la flama tenue iluminaba su rostro cada vez que se lo acercaba a la boca. Agarró una playera sin mangas blanca y salió por la puerta de la habitación, bajó escaleras y después se encontraba ya afuera; los ruidos de ciudad llenaban sus oídos y los olores eran desagradables. Caminó por un callejón y agarró el tren subterráneo. La gente solo le miraba mientras caminaba, pero él seguía fumando sin importarle nada más.

La longevidad característica de su poder lo hacía lucir aun joven, tanto, que perdió la cuenta de sus años. Recuerdos vagos le llegaban a la cabeza, pero realmente no entendía el significado. Llegaban como susurros quedos, o imágenes desagradables. Se bajó en Bronx, no conocía bien el lugar pero seguramente había un bar cerca. En los barrios siempre había alcohol –al igual que otros actos ilegales en los que él no tenía cabida- Después de unos cuantos minutos llegó a un bar de mala muerte a las afueras de Bronx, se adentró y miró a su alrededor. Unas cuantas personas le regresaron la mirada pero lo ignoro y de inmediato hizo un movimiento brusco para irse a su barra sin importarle nadie ni nada. Pero de pronto una chica relativamente guapa llegó y le llamó.

“Compensar la espera” ¿Acaso era una mujer de la vida galante? Tal vez lo era, conocía a muchas así y ella no podría estar en nada legal. Pero le seguiría el juego a la mujer, tal vez saque algo de esa situación –sobre todo romper la rutina-. La miró y asintió con la cabeza prendiendo un cigarro –Puedes comprarte la compa tu misma- dijo sentándose a su lado mientras aspiraba el humo del tabaco por la boca y pedía una cerveza fría. La bebida embriagante llego en minutos y empezó a beber -¿Qué tienes para mí, entonces chica?- dijo mientras la miraba de forma orgullosa y alzaba una ceja. La miraba pero no le tomaba mucha importancia. Si llegaba el contacto real, estaba seguro de que habría pelea, y estaba completamente seguro de que ganaría. Aunque algo en esa muchacha le llamaba la atención, era demasiado linda y misteriosa para ser solo una “chica normal”.

Según parecía, su contacto de ese día, a parte de tremendamente impuntual, era de los más desagradables con los que había tenido la desgracia de cruzarse, a pesar de que los delincuentes nunca eran nada más que hombres cortos de miras con los que apenas podía mantenerse una conversación lógica. Por suerte Raven no era una chica que se dejara impresionar fácilmente, así que simplemente lo miró con las cejas alzadas, sorprendida por la negativa de invitarla a la siguiente copa, ni siquiera un intento de compensar la más de media hora que llevaba ahí esperando.

Con una lentitud que intentó que fuera desquiciante, se puso de pie para pedir otro whisky igual que el que había estado bebiendo hasta entonces. Se entretuvo a coquetear deliveradamente con el camarero y cuando lo consideró prudente volvió a su asiento, sonriendo inocentemente al hombre que debía comprarle sus joyas. Si había una cosa que odiaba era perder el tiempo, y pensaba hacerselo pagar, aunque fuera con algo tan simple como aquello.

- Antes que nada, no soy ninguna "chica" así que puedes dejar de llamarme así. Y además... ¿Que qué tengo para ti? ¿Tienes amnesia o algún problema mental que debería conocer? Te dejé bastante claro de que trataba esto cuando te llamé hace dos días.

Cada día le impresionaba más la estupidez de los contactos. ¿En serio había olvidado que estaba ahí por las joyas? Incluso llegó a pensar que tal vez no hubiese traído el dinero necesario. Con un suspiro de resignación metió la mano en su bolso y sacó uno de los anillos de oro blanco y diamantes y lo dejó encima de la barra.

- Espero que esto te refresque la memoria y hayas traído el dinero. Si no dímelo ya, porque ya he perdido suficientemente el tiempo. - desde luego aquella no era precisamente su noche de suerte. Y llevada por su mal humor, le quitó el cigarro que había encendido hacía poco de los labios y lo apagó encima de la barra - El humo es muy molesto. - dijo simplemente, sin dar más explicación.